06-11-2014 En las elecciones del martes en los Estados Unidos no hubo sorpresas: los republicanos se hicieron con el control del congreso, al alcanzar la mayoría también en la cámara de senadores que se suma al que tienen desde hace años en el Capitolio, ganaron la mayoría de los estados en disputa en un país donde, entre las múltiples consultas realizadas, la legalización de la marihuana se sigue abriendo paso. Y donde el presidente Barack Obama comienza a quedarse ostensiblemente solo.
Hace seis el mundo era una fiesta celebrando la victoria de Obama (opacada, en plena celebración en nuestro caso por el accidente de aviación que acabó con la vida de Juan camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos y varios funcionarios de la secretaría de Gobernación). El martes la elección no concentró la atención ni siquiera de muchos medios estadounidenses. En parte porque el resultado era previsible, pero en buena medida también porque fue una elección que se ve, simplemente, como un paso previo hacia el 2016.
Con el congreso de mayoría republicana y con una presencia aún mayor entre esas filas de integrantes del Tea Party, una corriente mucho más conservadora que el republicanismo tradicional y ferozmente opositor a Obama, el margen de maniobra de la Casa Blanca es muy estrecho para los dos años de mandato que le quedan al presidente y en los hechos es tan estrecho que, desde ahora, comenzó la campaña electoral para reemplazarlo.
Los analistas coinciden en que el Congreso republicano no dejará transitar las propuestas de Obama salvo, quizás, la ratificación de los acuerdos de libre comercio con la Unión Europea y con diez países de la Cuenca del Pacífico, al que se oponen, paradójicamente, muchos demócratas. En términos de migración será casi imposible que salga algo de lo propuesto por Obama, porque más allá del interés puntual que pudieran tener algunos republicanos más moderados de cara a las presidenciales del 2016 (como sería el caso de Jeb Bush), lo cierto es que el discurso antiimigrante ha movilizado a muchos sectores republicanos y tiene una indudable vigencia en el Tea Party. También se ha convertido en el mayor obstáculo que tienen los republicanos para regresar a la Casa Blanca, ya que los latinos, las otras minorías y los jóvenes que no suelen votar en elecciones intermedias, suelen hacerlo por los demócratas en las presidenciales precisamente por el rechazo a ese discurso tan conservador de la extrema derecha republicana.
Obama, dicen, renovará parte de su equipo (muchos ya se fueron, algunos para participar del entorno de Hillary Clinton), buscará tener un papel más protagónico en política exterior (donde también ha tenido errores y muchas dificultades, sobre todo desde que Clinton dejó el departamento de Estado) y gobernará en algunos temas que son de su interés, como la migración, a través de órdenes ejecutivas. Ya de alguna forma lo adelantó el propio Obama cuando dijo que no tomaría medidas sobre migración hasta después de las elecciones. La idea era no castigar a los demócratas en distritos que no son promigrantes y otorgarle elementos al discurso republicano. Lo hará, dijo, antes de fin de año, o sea antes de que se instale el nuevo congreso. Serán órdenes ejecutivas que tendrán un efecto relativo y que podrán ser obstaculizadas en muchos estados, pero que ayudarán a grupos de migrantes (depende de la amplitud que decida otorgar Obama a esas medidas) y sobre todo fijarán un agenda. Al mismo tiempo tendrá que estar atento a vetar muchas de las leyes que impondrán en el congreso los republicanos. En ese pulso entre las órdenes ejecutivas de la Casa Blanca que serán rechazadas por los republicanos y el veto que impondrá Obama a las leyes de un Congreso opositor, se jugará mucho del destino de los Estados Unidos, con evidentes repercusiones en nuestro país y en el mundo, en los próximos dos años.
El hecho es que más allá de todo este debate, en muchas ocasiones más ideológico que práctico, Estados Unidos está muy lentamente superando el terrible bache económico del 2008. Obama, tan rechazado por los republicanos, por lo menos ha puesto las piedras para comenzar la recuperación de una crisis que creó y generó su antecesor, George W. Bush, pero que se sufrió durante su mandato. Buena parte de esa recuperación se ha dado por el ambicioso programa de transformación energética que hoy le permite a Estados Unidos ser prácticamente autosuficiente en ese terreno, reduciendo mucho sus costos de producción y servicios. Una realidad a la que tendremos, para bien y para mal, amoldarnos de cara al futuro, sabiendo, como país, que más allá de apoyar la causa de nuestros paisanos del otro lado de la frontera, la historia ha demostrado que no es buen negocio para México apostar en una elección estadounidense.
Jorge Fernández Menéndez