19-12-2014 Desde aquel primero de enero de 1994 no recuerdo un momento en el que el clima político, social y económico del país haya cambiado en forma tan dramática en apenas unos días. Hasta fin de agosto, el país vivía en el mexican moment, el ciclo de reformas se había cerrado y el tema era cuando se comenzarían a cosechar los éxitos. Las minicrisis que se habían vivido hasta entonces habían terminado siendo resueltas con tiempo y atingencia.
Pero la dialéctica dice que en la historia a veces se da una acumulación de cantidad que se transforma en calidad y así fue: una suma de elementos que no fueron atendidos en su momento, se acumularon y dieron un producto diferente: conflictos aislados se convirtieron en una suerte de crisis nacional. Ninguno de ellos, incluyendo Iguala o la llamada casa blanca, eran casos inéditos, ni siquiera los más graves que se hubieran producido en esos mismos ámbitos en los últimos años, pero la conjunción, el momento, los vacíos dejados fueron los que transformaron un crimen local, con responsables perfectamente identificados y detenidos, en una acusación, injusta pero políticamente efectiva, contra el estado y el gobierno federal.
En distintas áreas existe la convicción de que todo este proceso no se dio espontáneamente, que tuvo impulso y apoyo de grupos de interés que se vieron afectados por todo el proceso de reformas. Posiblemente es así: ocurrió también en 1994, y no tendría porqué ser diferente ahora. Pero tampoco se puede atribuir todo a las grandes conspiraciones, sí es que las hay. De todas formas, si existe esa convicción lo que se tiene que hacer es actuar. Pocas cosas son más costosas en política que dejar sin respuesta una afrenta. Decía Borges que él no hablaba de venganzas ni perdones, “porque el olvido es la única venganza y el único perdón”, pero en la política no siempre se puede actuar con base en la justicia poética: a toda acción debe corresponder una reacción. Y ese deberá ser uno de los capítulos gubernamentales pendientes para el 2015. Pero tampoco puede haber una obsesión por ese tema: lo que hay que hacer es corregir lo que no funciona, valorar lo que se subestimó y que es lo que ha permitido esa reacción de distintos grupos de interés.
El 2015 es el año clave de la administración Peña: la economía, la seguridad, la transparencia, la operación del gobierno, la relación con la sociedad y los medios, la propia presencia de distintos funcionarios incluyendo el propio presidente Peña, deberá ser parte de ese cambio, con un desafío electoral que actuará como catalizador de todo ello.
El testamento de Castro
La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos llega, por lo menos, con 25 años de retraso. La normalización de las relaciones tendría que haberse dado después de 1989, cuando cayó el campo socialista y la Cuba de Castro decidió apostar todo, incluyendo en bienestar básico de la población, a cambio de su superviviencia política.
Un año después de la caída del muro de Berlín, en 1990, fui a cubrir el 26 de julio, cuando se celebra un aniversario del asalto al cuartel de Moncada y cuando, como cada año, Fidel daba sus largos discursos que fijaban la línea que seguiría su gobierno. Muchos tenían la esperanza de que la apertura de la Unión Soviética se pudiera trasladar a la isla. Pero había malos augurios, pocos días antes había sido fusilado el general Arnaldo Ochoa, uno de los más populares en la isla y con fuertes relaciones con los líderes militares soviéticos. Decían que era partidario de la liberalización, pero se lo acusó de enriquecimiento ilícito. El discurso de Fidel ratificó el camino de la cerrazón. En lugar de apertura habría periodo especial. Como nunca la vida se angostó en Cuba.
Han pasado los años y la tímidas reformas económica implementadas por Raúl Castro no han tenido éxito. Si antes la economía cubana dependía de la Unión Soviética, hoy depende, aún en mayor grado, de una Venezuela que no termina de asumir la profundidad de su propia crisis. A la reanudación de las relaciones diplomáticas tendrá que seguir el levantamiento del embargo. Y el régimen castrista que ha festinado como una gran victoria (lo es) lo anunciado ayer, tendrá que hacer concesiones y abrir un sistema que, literalmente, ya no aguanta más.
Cuba no es China, no tiene la potencialidad económica y hasta demográfica como para poder realizar una apertura comercial gradual que la inserte en la economía mundial mientras no abre casi en nada su sistema político. Quizás, si aquel 26 de julio de 1990, Fidel hubiera aceptado seguir los vientos de la historia lo hubiera podido lograr. Ahora sólo queda saber qué escribirán en su testamento los hermanos Castro.
PD: agotado este 2014 nos tomaremos unos días de descanso y también de reflexión. Estaremos con estas razones, junto a usted lector, el próximo 5 de enero. Gracias y muchas felicidades.
Jorge Fernández Menéndez