30-01-2015 El conflicto que enfrenta el PAN, manifiesto en el intercambio epistolar entre Felipe Calderón y Juan Molinar Horcasitas; en la lucha interna en las bancadas; en los adjetivos sin fin de José Isabel Trejo, ahora secretario general, contra sus propios compañeros; en los intentos de sanción contra Javier Lozano por criticar a Madero; sería una suma de ridiculeces si no estuviera detrás una abierta lucha por el poder, jalonada de mezquindades, que trasciende al propio partido blanquiazul.
Al PAN le tendría que ir relativamente bien en las elecciones de junio: tiene un electorado que suele ser fiel y que lo dejará en alrededor del 25 por ciento de los votos. Tiene a su favor, además, que no apoyó la reforma fiscal, que sigue siendo, más allá incluso del caso Ayotzinapa o de la llamada casa blanca, el capítulo más costoso de esta administración en términos de popularidad y utilizará ese tema, junto con el impulso al sistema nacional anticorrupción, como sus lemas de batalla en la elección. El PAN también está roto, como el PRD, pero difícilmente esa ruptura se terminará de poner de manifiesto antes de las elecciones.
Pero precisamente tomando en cuenta todo eso, el PAN no tenía necesidad de llegar a los extremos que ha llegado en estos días. Hay responsables del enfrentamiento: el origen está en la decisión del maderismo de no dejar pasar a Margarita Zavala como candidata a diputada plurinominal, quedándose con quince de las quince posiciones que decidiría la comisión panista. Fue un verdadero exceso, pero mayor lo fue que Gustavo Madero decidiera regresar a la presidencia del partido, una vez que se había asegurado la diputación plurinominal y en los hechos, la coordinación de los diputados de su partido (y con ello una posición privilegiada para el que es su objetivo: la candidatura presidencial para el 2018). A partir de ahí hubo que enviar a Ricardo Anaya, que había logrado reconstituir la imagen sino de unidad por lo menos de acercamiento entre los distintos grupos, a la cámara de diputados y traer a la secretaría general a un escudero como José Isabel Trejo.
Ese desaseo fue lo que detonó el actual conflicto: la ambición de quedarse con todo y de creer, como en el viejo PRI, que el poder no se comparte. Se olvida que uno de los méritos de los sistemas que funcionan, cuando se sustentan en mecanismos democráticos, es que cuando se gana nadie gana todo, y cuando se pierde, nadie pierde todo. No ha sido así en el PAN.
Dicen en el maderismo que no es verdad que sus adversarios carecen de posiciones, y ponen como ejemplo la candidatura de Luisa María Calderón en Michoacán, pero eso es una mala broma: una cosa es rifarse la vida, literalmente, en unos comicios michocanos, luchando contra por lo menos dos muy fuertes adversarios, y otra tener asegurada una curul, recursos y fuero en una elección en donde ni siquiera tienen que hacer campaña porque tienen el puesto asegurado.
Si la decisión de Madero me parece desafortunada, las declaraciones de Trejo y las cartas de Molinar Horcasitas son de pena ajena. Trejo, un hombre oscuro, que hasta ahora no había tenido ninguna preeminencia en el PAN, se ha convertido en el hooligan que impulsa sanciones, descalifica, acusa de traición a quien critique a su jefe. Todo eso después de que pasara inadvertido en la coordinación de los diputados panistas (no pudo sacar ninguno de los puntos centrales que estaban en la agenda legislativa de ese partido en el pasado periodo ordinario).
Lo de Molinar es lamentable porque nadie puede olvidar, o deshacerse con tanta facilidad, de su propio pasado. Molinar en su momento fue rescatado por el entonces candidato Calderón, luego de que había trabajado en forma cercanísima con el precandidato Santiago Creel. Se le dio la dirección de IMSS y de ahí saltó a la secretaría de comunicaciones y transportes, pero en ese tránsito se dio la tragedia de la guardería ABC, en la que fue señalado como responsable, por los familiares de las víctimas. Calderón lo sostuvo en su cargo hasta que a la presión de los familiares se sumó el de los medios en un contexto de mala relación y parálisis en el ámbito de las telecomunicaciones.
Pero la presión era demasiada y en el 2011, Calderón le tuvo que pedir la renuncia a ese cargo y ahí comenzó el distanciamiento entre ambos. Pero nadie lo vetó. Molinar se integró al equipo de Josefina Vázquez Mota, pero la candidata presidencial también lo tuvo que retirar de su equipo porque su presencia le impedía establecer una relación con muchos grupos, desde los empresariales de telecomunicaciones hasta los familiares de la guardería ABC. Pero nunca, ni Calderón ni Josefina, permitieron que Molinar fuera procesado por el caso ABC porque consideraban que no era responsable. A ambos les hubiera otorgado beneficios políticos ofrecer su cabeza pero no era justo, no era leal hacerlo. Molinar no lo recuerda ni lo valora, quizás porque su autoestima es demasiado alta.