04-03-2015 México está plagado de desconfianza e incredulidad, de sospecha y duda, dijo al Financial Times de Londres, el presidente Peña Nieto, que está en esa ciudad en visita de estado. La entrevista es su “confesión más sincera desde la desaparición y la sospecha de asesinato de 43 estudiantes”, según la entrevistadora, Jude Weber.
Y es verdad. El presidente Peña casi no ha dado entrevistas de fondo a medios nacionales, pero tampoco había sido tan explícito ante estos temas como lo fue en ese medio británico. Le respondió incluso a un texto de The Economist, que hace varias semanas había escrito que su gobierno “no entendía que no entendía” y aseguró que “claro que nos damos cuenta, claro que entendemos” lo que está sucediendo en distintos ámbitos en el país y particularmente en torno al tema de las denuncias de corrupción, aunque también dijo que el famoso capítulo de las casas ha sido un tema “satanizado”.
Me parece que lo más importante es el diagnóstico que acepta el propio presidente con estas declaraciones y que significa un ajuste importante con la visión que se tenía por lo menos hasta diciembre pasado, cuando se pensaba que todo el proceso (desde Ayotzinapa hasta el tema de las casas) era parte de intentos desestabilizadores, en general consecuencia de la aprobación de reformas que dañaron los intereses de grupos económicos y políticos muy importantes. El cambio de tono y percepción es clave, porque si bien es cierto que esos intereses efectivamente fueron afectados, y quizás pudiera haber habido, o haber, reacciones por esa razón, un gobierno no puede caer en la teoría de la conspiración para explicar sus males. En todo caso esa puede ser una variable de consideración interna, pero no de cara a la sociedad.
El hecho es que por acciones atribuibles al gobierno (desde las consecuencias de la reforma fiscal que en términos cotidianos le pega mucho más a las clases medias que a las grandes empresas, hasta errores de operación graves en distintos ámbitos, pasando por vacíos informativos importantes) se vive, como bien dice el presidente Peña, un clima de desconfianza e incredulidad, de sospecha y duda. Por eso, lo importante es que haya dicho que, cómo gobierno, ahora se deba “reconsiderar hacia dónde nos dirigimos”.
Eso es clave: el presidente Peña debe relanzar su gobierno, no sólo para aplicar el plan de cinco puntos que señala en esa entrevista (reforzar el estado de derecho; mantener estabilidad macroeconómica; poner en práctica las reformas; ajustar el gasto público y desarrollar las zonas económicas especiales) sino para ofrecer respuestas políticas y sociales que rompan con la desconfianza y la incredulidad. Eso se logra con hechos, pero ninguno de esos cinco grandes objetivos que plantea el presidente tendrán verificación en el corto plazo, y quizás cuando se terminen cumpliendo, en el mediano y largo, serán esa desconfianza e incredulidad la que impida su real implementación o una justa valoración de los mismos por la sociedad. Ya ha sucedido en demasiadas ocasiones en nuestra historia reciente.
¿Cuál sería una agenda de corto plazo viable para comenzar a recuperar credibilidad y confianza?. El 16 de diciembre pasado decíamos aquí que “la administración federal por querer ver el bosque perdió de vista el árbol: embebida en sus proyectos estratégicos (todos o la mayoría muy loables) olvidó que la política y la economía tratan, al final, de hombres y mujeres de carne y hueso, que los gobernantes no pueden estar siempre en las alturas y que deben bajar, revisar, cotejar sus impresiones con la realidad cotidiana de la gente”.
Esta, agregábamos, es una administración que ha tenido escaso contacto con los empresarios, los medios, los trabajadores, que acometió reformas importantes que afectaron intereses muy consolidados pero que precisamente por eso requería tener por debajo una red de alianzas y protección que debía ir mucho más allá del pacto por México o alianzas de grupo. Decía Adolfo Bioy Casares que “el mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados, entiendo que se subestima la estupidez”. Y en todo esto puede haber conspiraciones, son muchos los intereses afectados, pero también se cometieron errores o como diría Bioy, “estupideces”.
Ahora es el momento de hacerlo, no habrá tiempo después de semana santa, cuando empiece la campaña electoral. No hay que reparar hay que reconstruir. Y el presidente tiene oportunidades para hacerlo con cambios en gabinete, designaciones legislativas y a la asamblea del DF, candidaturas, con las muchas subsecretarias que han quedado acéfalas. El punto clave, sin embargo, es mucho más humano: se debería acercar al presidente a la gente, a los medios, a los empresarios, a los trabajadores. Es lo que mejor, y paradójicamente menos, hace. Y lo que el país más necesita.