05-03-2015 La caída de Omar Treviño, en Nuevo León, en la madrugada de ayer es un nuevo golpe, muy duro por cierto, a lo que queda de la estructura de los Zetas. Luego de la muerte de Heriberto Lazcano, el Lazca, y la detención Miguel Angel Treviño, el Z 40, su hermano Omar había tomado la dirección de un cártel dividido, con enfrentamientos entre sus diferentes fracciones y con una lucha incesante y feroz con sus ex aliados del cártel del Golfo (que vive en las mismas condiciones de fraccionamiento que los Zetas, también como consecuencia de la detención de sus distintos líderes).
Quizás no es casual que el derrumbe completo de los Templarios luego de la caída de la Tuta, vaya de la mano incluso en el tiempo, con la evidente decadencia de los Zetas. Los caminos de los Zetas y de la Familia, convertidos luego en los Templarios, ha sido en buena medida similar y son los dos grupos que rompieron todas las reglas del juego del narcotráfico, tratando de imponerse con base en la fuerza y el terror, con un uso indiscriminado de la violencia que les aseguró influencia y territorios. La Familia comenzó a tomar un papel protagónico hace poco más de diez años cuando los Zetas trataron de asentarse en territorio michoacano. Aquellas cabezas de sicarios de los Zetas, arrojadas a una pista de baile en Uruapan, fueron la aparición pública de la Familia y el inicio de una década de enorme violencia en el país.
A ella contribuyeron en forma decisiva los Zetas. Surgidos de fuerzas de seguridad, contratados por el entonces jefe del cártel del Golfo Osiel Cárdenas para garantizar su seguridad y ser sus custodias, los Zetas desplegaron una violencia inédita hasta entonces para poder asentarse en distintos territorios. Muchas de las estrategias de contrainsurgencia que habían aprendido sus integrantes originales de los kaibiles guatemaltecos (muchos de los cuales se convirtieron en instructores de nuevos zetas) fueron parte del repertorio de horror de estos grupos. Y se transformaron no sólo en una organización del narcotráfico sino en verdaderos expoliadores sociales, abarcando desde el secuestro hasta la extorsión, desde el robo hasta la trata de personas. Ha sido la mayor tragedia que ha vivido nuestro país en décadas.
Los Zetas están muy debilitados: la violencia que vemos hoy en Matamoros y otras zonas en Tamaulipas es, por una parte, el estertor de las células de esa organización y de sus rivales del cártel del Golfo, y es consecuencia, también, de fallas en el realineamiento de las fuerzas federales que trabajan en la entidad, luego del reemplazo de los mandos de la marina en dos de las cuatro zonas en las que se dividió el estado.
Pero se está cerrando toda una etapa de la violencia en el país. Por supuesto que existen focos muy graves en Guerrero, en Michoacán, en algunas zonas del estado de México y Morelos, en la propia Tamaulipas. Pero también es verdad que muchas de las principales organizaciones criminales han sido prácticamente diezmadas y que se ha recuperado el control y la tranquilidad en muchos puntos del país: en Tijuana, en Ciudad Juárez, en Monterrey, en parte del propio Tamaulipas y de Veracruz, en la Comarca Lagunera.
Y ese cambio de escenario debe ser considerado un éxito de las estrategias del Estado, en parte implementadas el pasado sexenio y continuadas con una vuelta de tuerca muy importante en ámbitos de inteligencia y coordinación, en éste. Por eso mismo resulta desconcertante que analistas como Alejandro Hope, que, además, formaron parte del gobierno (precisamente en áreas de seguridad) durante los dos sexenios pasados, el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón, primero ignoren una realidad que de alguna forma ayudaron a construir, pero además, que ridiculicen lo logrado.
Hope escribió la semana pasada, cuando el secretario de Gobernación dijo que vivíamos la mejor situación de seguridad desde el 2007, lo ridiculizó y dijo que “un funcionario serio de un gobierno serio no podría decir en serio lo que dijo el titular de Gobernación”. Hope tiene que saber cuál fue la situación de seguridad desde 2007 porque trabajó con Fox en el Consejo Nacional de Seguridad, y fue responsable de delincuencia organizada y asuntos internacionales del Cisen hasta 2011.
El hecho cierto es que la incidencia delictiva ha caído, y también el número de homicidios dolosos en el 2014 (15 mil 649) están muy por debajo de los registrados desde 2009 hasta el 2013. Y lo mismo podemos ver en prácticamente todas las variables. Hay que tener un poco de autocrítica o por lo menos una evaluación más certera de lo que ocurre, sobre todo si se tuvo responsabilidades públicas en ese ámbito.
La desarticulación de los Templarios, el debilitamiento y división de los Zetas, fortalecen esa tendencia. No acaban con la violencia. Pero vamos hacia otro escenario donde el Estado parece imponer sus condiciones a los criminales y recuperar la gobernabilidad en buena parte del territorio nacional.