15-06-2015 A pesar de haber perdido Nuevo León, Querétaro y Jalisco, ¿ganó el PRI las elecciones del domingo pasado? Por supuesto que sí: haber mantenido y ampliado la mayoría de la Cámara de Diputados con 260 diputados (si les sumamos los del Verde y los de Nueva Alianza, que no son lo mismo) es algo que no había podido lograr ningún Presidente desde 1997, y a todos, esa ausencia de mayoría legislativa, les condicionó enormemente su espacio de operación en la segunda mitad de su mandato. En los hechos, en su segunda mitad, ni Zedillo ni Fox ni Calderón pudieron sacar nada importante adelante en sus respectivas agendas legislativas. Ahora nada debería impedírselo al presidente Peña.
Ese espacio de operación es, precisamente, lo que ha obtenido esta administración con la mayoría propia en San Lázaro. Pero no debería errar la lectura: no sé hasta qué punto estas elecciones intermedias son, en el terreno legislativo, plebiscitarias sobre la labor gubernamental. Y si es así, esa lectura debería matizarse aún más: de la misma forma en que el PRI en la elección federal se llevó la mayoría, en los estados la gente apostó por personalidades y ejerció un voto de castigo a los gobernantes, que bien podría extenderse a la elección presidencial de 2018.
En Sonora, el elector castigó a Guillermo Padrés y optó por una mujer como Claudia Pavlovich, que romperá con la forma de gobernar de un panismo local que, hay que recordarlo, difícilmente hubiera llegado al poder si no se hubiera cruzado a unas semanas de los comicios de hace seis años la tragedia de la guardería ABC. En Nuevo León, el voto de castigo (merecido o no, ese es otro tema) a Rodrigo Medina ha sido monumental, pero también lo ha sido la falta de capacidad de reacción del priismo ante el fenómeno de Jaime Rodríguez, El Bronco.
Algo similar ocurrió en Jalisco: Enrique Alfaro y de su mano Movimiento Ciudadano barrieron al priismo en el estado. Es verdad que Aristóteles Sandoval tiene tres años para tratar de revertir la situación, pero deberá hacerlo todo el tiempo cuesta arriba, mientras Alfaro irá construyendo desde la alcaldía su candidatura a gobernador.
En Querétaro, José Calzada aparecía como el gobernador mejor calificado del país, pero a Calzada algo le tiene que haber faltado, algo o mucho (comenzando por su manejo absolutamente local de medios, sin repercusiones en el DF y en el resto del país) porque fue barrido su candidato, Roberto Loyola, por un Francisco Domínguez, que se convierte con ese triunfo en un referente para el panismo nacional.
Al momento de escribir estas líneas no concluía el recuento en Colima, pero si termina ganando por un puñado de votos José Ignacio Peralta (y si esa elección no termina anulándose para repetirse en las próximas semanas) nadie puede calificarlo como una gran victoria: Jorge Luis Preciado comenzó su campaña muchos puntos abajo, y si ésta hubiera durado unos días más la tendencia hubiera sido irreversible para el exsubsecretario de comunicaciones.
Es verdad: el PRI ganó en Chiapas en forma notable (con un gran caudal de votos del Verde), ganó en Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas, así como en buena parte del Estado de México y creció en el DF, pero si constatamos que no controlará Nuevo León, Jalisco, el DF, Guanajuato, parte del Estado de México ni varias ciudades fronterizas tendremos un escenario que, para garantizarle al PRI ser competitivo en el 2018, debería implicar profundos cambios en la forma y el fondo de la gestión gubernamental.
El presidente Peña tiene la enorme oportunidad de avanzar, sin trabas legislativas, en su agenda y, sobre todo, de implementar las leyes secundarias de las reformas, pero debe mostrar un nuevo rostro en muchos aspectos, comenzando por su propia cercanía con la gente y los grupos de poder, pero también ajustando su equipo, quitándose lastres, que tiene y muchos, y generando nuevas expectativas: hay que recordar, por ejemplo, que a partir de los movimientos y ajustes que el presidente Peña haga en las próximas semanas se tendrán que comenzar a construir las precandidaturas de su partido para el 2018.
No puede demorar más en ese proceso, porque sus adversarios ya están trabajando en ello. Y una candidatura presidencial, Peña lo sabe mejor que nadie, no se construye en unos meses.
En el 2018, la gente no votará, como sí lo hizo ahora en los comicios legislativos, por estructuras o por siglas partidarias, votará por hombres o mujeres que le generen confianza o por lo menos expectativas. Eso hay que trabajarlo y construirlo, y lleva tiempo, mismo que a la administración Peña no le sobra.