20-07-2015 Durante la última semana la cantidad de versiones, mentiras, medias verdades, inventos y ocurrencias en torno a la fuga de El Chapo han sido innumerables. Siempre es así cuando un evento sorprende y, sobre todo, si está marcado por una espectacularidad literalmente hollywoodense, pero sucede que en esta ocasión eso se ha incrementado más aún porque los vacíos han sido tan amplios como la falta de respuestas desde el propio gobierno.
Ese vacío y esa falta de respuesta permiten confirmar muchos puntos que están, hoy, en el aire. En primer lugar que ésta sí es una crisis política, como dijimos desde el primer día. No se trata de un problema coyuntural y de seguridad. Las crisis políticas se resuelven, o se encauzan, con respuestas políticas. No sé cuál será la más adecuada. Es una respuesta que sólo puede dar el presidente Enrique Peña Nieto, pero el ejemplo que dio la semana pasada Miguel Ángel Mancera, con movimientos y enroques en su gabinete, no debería estar muy lejos del camino a seguir. Con todo, la respuesta adecuada no es la de entregar “cabezas” al público que las reclama (aunque quizás también ese paso sea necesario) sino reformar un sistema que estructuralmente no es el adecuado en el ámbito de la seguridad y tomar medidas de fondo contra la corrupción que agiganta esas carencias.
La fuga de El Chapo es equivalente a la de Pablo Escobar, cuando se escapó el 21 de julio de 1992 (mañana se cumplirán 23 años de esa fuga) de la cárcel llamada La Catedral. Al tomar el poder, el entonces presidente colombianoCésar Gaviria había jurado ante la tumba del asesinado candidato Luis Carlos Galán, capturar a Escobar. No lo capturó, pero éste se entregó, con un grupo de operadores y sicarios, en 1991. Pero desde una cárcel que él mismo había mandado construir seguía manejando las operaciones del cártel e, incluso, los ajusticiamientos de sus rivales y de quienes no le guardaban lealtad. Gaviria ordenó, entonces, que fuera trasladado a un penal militar.Escobar se enteró de que sería trasladado y organizó la fuga, a través de una pared que había sido construida de yeso por si era necesario escapar. Cuando las fuerzas de seguridad se dirigían a La Catedral para el traslado de Escobara la prisión militar se enteraron de que el capo y sus sicarios habían escapado. Un año y medio después, el 2 de diciembre de 1993, luego de una persecución en la que participaron desde el gobierno colombiano hasta el estadunidense, desde algunos grupos armados hasta paramilitares de cárteles adversarios, Escobar murió acribillado en la azotea de una casa de Medellín.
Cuando terminó esa persecución y con los hermanos Rodríguez Orejuelatambién detenidos, Colombia comprendió que el tema de la seguridad, más allá de partidos, presidentes, elecciones, no podía seguir por la misma ruta. No sin vicisitudes se decidió dar por cerrada una etapa: se concentraron y centralizaron fuerzas de seguridad de todo el país, incluyendo la Policía Nacional, con mandos propios, pero bajo tutela militar; se aumentó significativamente el presupuesto en seguridad: hoy es 3.5% del PIB, pero si se incluyen todos los rubros destinados a la seguridad interior alcanza el seis por ciento del Producto Interno Bruto. Hace dos semanas, el secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos, me decía que el presupuesto de las Fuerzas Armadas en el país apenas alcanza 0.45 por ciento del Producto Interno Bruto. Pero también, en la medida en que aumentaban los recursos para seguridad y para garantizar que se utilizaran correctamente, se combatió en Colombia la corrupción, la ligada al narcotráfico y la económica: en los dos primeros años del gobierno de Álvaro Uribe, cerca de dos mil políticos, legisladores, jueces, empresarios, fueron procesados. Nada de eso estamos haciendo en México y esa es la vía que tenemos que comenzar a recorrer.
Los datos duros, también, sirven para desestimar tonterías que a veces se dicen aparentando seriedad. Por ejemplo, es obvio que El Chapo se fugó por el túnel construido ex profeso para ello. Decir que eso es un montaje es, simplemente, absurdo. Tampoco lo dejaron escapar por un “acuerdo” con el gobierno: pensarlo es asumir que el gobierno federal es masoquista. El golpe político es tan fuerte que nadie, con seriedad, lo podría, siquiera, poner a consideración.
Los dichos de algunos exagentes de la DEA y de personajes como el exguardaespaldas de Pablo Escobar, apodado Popeye, tampoco se pueden tomar con seriedad. Esos ex agentes viven, literalmente, de contar historias increíbles de su paso, hace ya muchos años, por México. Terminan siendo cuentos de personajes poco serios, lo que puedan saber del México actual, es simplemente fábula.
Y la fuga, como lo dijimos aquí en su momento, también, sirve para desmentir a ese gran escritor, que sabe poco de México, que es Roberto Saviano: a El Chapo, en febrero del año pasado, no lo entregó el Mayo Zamabada. Si así hubiera sido, Guzmán Loera estaría, aún, encerrado en el Altiplano.