10-08-2015 ¿Qué hacer con Beltrones?, ésa fue la pregunta que en el mundo político todos se habían planteado desde hacía meses. ¿Qué hacer con el priista que estaba vigente en primeros planos desde el gobierno de Miguel de la Madrid, que fue gobernador, subsecretario de Gobernación, diputado, senador, que había tenido casi todo y estuvo cerca de perder todo, que fue objeto de una durísima campaña difamatoria de la que salió casi indemne y terminó dando la cara en la época sombría de la derrota en el 2000 y más aún después del desastre electoral del 2006? ¿Qué hacer con el que aceptó que sí quería la candidatura presidencial, incluso cuando todas las luces estaban puestas en el entonces gobernador Peña Nieto?
Pues se tenía que hacer lo que finalmente se hizo: colocarlo al frente del PRI jugando una carta, no sólo de unidad interna en ese partido, sino también de reconocimiento a esa trayectoria y lealtad (entendida ésta como coherencia, no como una disciplina acrítica).
Desde que se supo que Beltrones sería el próximo presidente del PRI, el juego de los destapes de cara al 2018 lo ha ubicado en esa carrera. Sin duda lo está, como también otros integrantes del equipo presidencial. Pero para esas definiciones falta mucho y, para llegar a ello, el PRI tiene que recorrer un camino que no es sencillo: es verdad que este año, en los comicios de junio, el priismo en alianza con el Verde (y con Nueva Alianza) ha podido refrendar la mayoría en la Cámara de Diputados. Pero perdió Nuevo León, Jalisco y es lejana tercera fuerza en el Distrito Federal. Es verdad que recuperó Sonora, pero su porcentaje de votos a nivel federal fue el más bajo de su historia, salvo aquella catástrofe que fue la elección de Madrazo en el 2006, y hoy en las encuestas de popularidad política ninguno de sus dirigentes y funcionarios, tampoco de sus gobernadores, está en los primeros lugares. Las grandes reformas aprobadas en los meses pasados no terminan de germinar, recuperar la seguridad sigue siendo un capítulo pendiente y la economía está lejos de refrendar las expectativas de la gente.
El año próximo habrá doce elecciones para gobernador y en nueve de esos estados gobierna el PRI, pero hace seis años perdió ante alianzas del PRD con el PAN en Oaxaca, Sinaloa y Puebla y existen posibilidades serias de que esas coaliciones se repitan y amplíen en el 2016, también en el 17 e incluso de cara a la elección presidencial del 18. La tarea de Beltrones será enfrentar esos comicios, pero es responsabilidad tanto suya como de la administración federal. La operación partidaria es importante, sin duda, pero debe ir de la mano con los resultados del gobierno. Y eso es lo que al final marcará las posibilidades de cualquiera de los aspirantes priistas, incluido Beltrones,Osorio, Videgaray y Nuño, más los que se sumen, como Velasco, de cara al 2018.
En todo caso, lo importante de la designación de Beltrones en el PRI es que el presidente Peña abrió los espacios a personajes que no son parte de su equipo más cercano y que ello le permite tener una visión más amplia del panorama general. No creo en las teorías del cerco a un Presidente: éstos se cierran o abren con base en sus propias expectativas y decisiones. Juegan con más o menos cartas con base en ellas. El presidente Peña siempre ha jugado, desde que era gobernador, con equipos pequeños y cercanos, pero también supo sumar y abrir espacios sobre todo cuando buscó la candidatura presidencial. Me imagino que Peña, con la designación deBeltrones en el PRI, quiere dar ese mensaje: lo que ha hecho es comenzar la inevitable búsqueda de preservar para su partido la Presidencia de la República. Colocando en el PRI a un hombre como Beltrones se fortalece él y fortalece a cualquiera que sea el aspirante para entonces.
Porque hay que comprender que éstos han sido años de mucho desgaste político para todos los actores, por eso debe haber renovación. No es casual que en el PRI se esté dando una vuelta de tuerca, pero tampoco que, al mismo tiempo, tanto el PRD como el PAN estén cambiando sus dirigencias. Los comicios de junio pasado demostraron varias cosas: primero, que ese desgaste partidario era una realidad; segundo, que precisamente por ello la posibilidad de la consolidación de opciones “independientes”, llámense El Bronco, Alfaro o el propio López Obrador, pasando por Mancera o Moreno Valle, pueden trascender los partidos; tercero, que en los partidos hace falta trabajo e imaginación, pero que no se puede soslayar la experiencia y la política. En última instancia la designación de Beltrones en el PRI (y la casi segura llegada de Ricardo Anaya en el PAN y esperemos que la de personajes, más frescos, como Ríos Piter en el PRD) es una reivindicación de la política y de los hombres y mujeres que hacen de ella una virtud que abona los acuerdos y las posibilidades futuras.