04-09-2015 Desde 1997 hasta el 2012, el Congreso fue un espacio paralizado e intransitable para el Poder Ejecutivo. Hubo algunos pocos buenos momentos, pero, en su mayoría y salvo situaciones muy especiales, como durante la toma de posesión de Vicente Fox, la norma (lo era en realidad desde antes, desde 1988, pero hasta el 97 la mayoría legislativa la seguía manteniendo el PRI) fue la violencia, la descalificación, el show con muchas mantas, gritos y pocos, casi ningún, argumento. Los momentos clave de esos despropósitos siempre fueron, en esos años, los informes presidenciales, con situaciones tan desorbitadas como las de 2006, cuando a Vicente Fox se le impidió entrar al recinto o durante la toma de posesión de Felipe Calderón(con el salón de sesiones cerrado con cadenas y con bombas molotov escondidas). Los mismos legisladores que con esa actitud habían logrado en una década convertir a los diputados en los funcionarios con la peor imagen del país, muy por debajo de los siempre menospreciados policías, fueron los que impulsaron entonces una ley para que los presidentes no regresaran al Congreso, ni con motivo de los informes. El Congreso era para los legisladores no para el Ejecutivo.
Desde el 2008, aquel escenario imposible y poco serio fue reemplazado por un mensaje presidencial desde Palacio Nacional. No siempre es lo más estimulante, pero por lo menos resulta un poco más civilizado. Pero ahora, los mismos que no querían que los presidentes se pararan en San Lázaro son los que reclaman que el Presidente vuelva al Congreso a presentar su informe, dar un mensaje a la nación y luego a quedarse a escuchar el posicionamiento de los representantes de los partidos y hasta de los legisladores independientes (ahora hay sólo uno, Manuel Clouthier, y puede servir como símbolo, pero ¿qué harán cuando haya más?, ¿un legislador independiente merece el mismo espacio que una bancada de 200 legisladores?). ¿Les surgió repentinamente el espíritu republicano? En realidad, parece que han descubierto que lo que les falta es exposición y espacios para “demostrar su repudio”.
Porque esos mismos grupos que impidieron los informes presidenciales en el pasado, ni han cambiado ni mucho menos han aceptado el daño institucional que generaron. Lo vimos en el inicio de este periodo legislativo que no lleva ni dos sesiones de trabajo. El presidente de la Cámara de Diputados, Jesús Zambrano, con un discurso de opiniones personales y partidarias, quizás respetables, pero que no representan la visión de todos los legisladores, ni siquiera de la mayoría. Los señores de Morena tratando de impedir la intervención de la representante del PRI. Otra vez mantas, gritos e insultos. La bancada del PRD, para demostrar que ahora sí vuelve a ser de izquierda, que se va del salón de sesiones porque el PRI está defendiendo la gestión presidencial (¿qué esperaban?, ¿que la criticara?). Al día siguiente en el informe, Zambrano paralizado, sin aplaudir siquiera cuando concluye el Himno Nacional. Ricardo Anaya que se estrena en estos menesteres ausentándose de Palacio porque no está de acuerdo con las cifras de un informe que todavía no conoce. Nadie les puede pedir a ninguno de ellos, ni a ningún otro, que apoyen a un mandatario con el que no comulgan, pero sí que se mantenga un espacio de respeto e institucionalidad. Es ridículo, es un exceso y es antidemocrático.
Regresamos a donde estábamos hace tres años por malos cálculos políticos: tanto el PRD como el PAN (la estrategia de Morena siempre ha sido la de su líder: profundizar la división y mandar al diablo a las instituciones) creen que les fue mal en los comicios de junio porque apoyaron el Pacto por México. No es verdad: al PRD le fue mal porque se quedó sin discurso (y adoptar el de Morena no es tener un discurso propio) y porque los hechos de Iguala y la defensa de Abarca primero y de Ángel Aguirre después, les generó un costo altísimo, profundizado por el discurso de quienes son sus principales enemigos, López Obrador y Morena, que se cansaron de desprestigiarlos e insultarlos en cada uno de sus discursos a lo largo y ancho del país. La izquierda se dividió y también se dividieron sus votos. No fue por haber firmado el Pacto.
Tampoco perdió el PAN votos por eso. Los perdió porque durante toda la gestión de Gustavo Madero apostó a la polarización interna, porque nunca reivindicaron ninguna de sus acciones de gobierno de los doce años que estuvieron en el poder, porque fueron encontrados en actos de corrupción o de irresponsabilidad política, desde los moches hasta la fiesta con Montana. Por eso pagaron sus costos.
¿Quieren el PRD y el PAN aliarse para los comicios de 2016? Es una alternativa perfectamente viable, pero deberían hacerlo desde una agenda propositiva, no regresando a un pasado que no les funcionó a ninguno de ellos. Y que sólo, en la polarización, beneficia a sus adversarios, desde el PRI hasta Morena.