29-10-2015 Surgió a finales de la Segunda Guerra Mundial, en plena época de la Guerra Fría, pero la teoría del dominó, que enarboló como pocos Henry Kissinger en la política internacional, parece volver a convertirse en realidad en América Latina. Dice que si un país con peso en una región muy específica entra en un determinado sistema político, arrastrará a otros de su área hacia ese mismo sistema.
Hoy, no hay dos grandes superpotencias ni el mundo se divide entre ellas, pero existen áreas de influencia y bloques de países que atraen a otros en su órbita. En los últimos 15 años, la política en América Latina estuvo marcada por la influencia del chavismo, y sus medidas populistas y políticamente autoritarias. Por supuesto que el régimen venezolano, asesorado e impulsado ideológicamente por Cuba (al tiempo que Venezuela se convertía en el salvavidas económico del régimen de los Castro), fue influído de manera diferente a las distintas naciones que cayeron en su órbita, pero se convirtió en una tendencia política que, vía también el respaldo y financiamiento hacia movimientos opositores afines, fue cobrando fuerte presencia en toda la región.
La Argentina de los Kirchner, el Brasil de Lula y Rousseff, con todas sus diferencias y su peso específico en la economía global, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales, la Nicaragua de Ortega, fueron, entre otros, gobiernos que integraron el ADN chavista en mayor o menor medida, de acuerdo a las posibilidades que les daban también sus sistemas más o menos democráticos. Sin duda, de todas estas naciones, Argentina y Brasil son las que cuentan con economías más sólidas, mayores reservas democráticas y con sistemas más plurales, no es extraño que sea allí donde ese modelo haya hecho implosión.
La elección argentina del domingo es la primera pieza de dominó en ser derribada y no tardará en ser seguida por otras. En Argentina, el oficialista (es un decir porque su distancia con la propia Cristina Fernández de Kirchner es muy amplia) Daniel Scioli, prácticamente, empató con Mauricio Macri, representante de una amplia coalición de centroderecha, y ellos irán a una segunda vuelta el 22 de noviembre. Un tercer protagonista es Sergio Massa, que se presenta como un renovador del peronismo, que fue incluso jefe de gabinete de los Kirchner y que cuenta en sus filas con el economista más respetado del país, Roberto Lavagna, y obtuvo el 22 por ciento de los votos. La forma en la que se incline ese electorado decidirá la elección.
Habrá diferencias si gana Scioli o Macri y si Massa se alía con cualquiera de ellos (o con ninguno), pero lo que es indudable es que se cerrará el ciclo iniciado hace casi tres lustros por los Kirchner: no hay espacios ni posibilidades de seguir unas políticas que tienen a la sociedad polarizada y con una economía en el límite porque los precios de sus exportaciones se han derrumbado, mientras que los organismos financieros internacionales y sus acreedores la acechan. Quien llegue al gobierno argentino tendrá que regresar a políticas económicas más ortodoxas y buscar financiamiento exterior, y eso implicará llegar a acuerdos con el mundo financiero y los potenciales inversionistas que se perdieron durante los últimos años.
Esa ficha de dominó, sumada a la profunda crisis de Brasil, donde la popularidad de Dilma Rousseff está en los límites más bajos, acosada por denuncias de corrupción y donde la economía ha caído un tres por ciento este año, repercutirá en las elecciones de diciembre en Venezuela, donde el andamiaje levantado por el chavismo se está cayendo pieza por pieza. Los comicios venezolanos serán legislativos, no presidenciales, pero si la oposición gana el Congreso, la caída del gobierno de Maduro será inevitable.
En Colombia hubo elecciones locales y lo más llamativo fue la derrota de la izquierda en Bogotá, después de conservar durante doce años el poder, a manos de un candidato de centroderecha, mientras que en Guatemala, Jimmy Morales, un cómico muy de derecha, que dice que no cree en los políticos pero que está muy cerca de los sectores militares más duros del país, será el próximo presidente.
México tiene un papel muy importante que jugar en todo este escenario. Esos quince años de populismo en América Latina fueron los de nuestra alternancia y los gobiernos de Fox y Calderón, con políticas diferentes, se mantuvieron alejados de esos regímenes que veían a López Obrador como una alternativa y su opción en México. Con la llegada de Peña Nieto al poder cambiaron las formas, pero no el fondo. Pero en todos estos años México ha ido forjando la Alianza del Pacífico con Colombia, Chile y Perú (y con la asociación de Costa Rica) que han resultado ser los países más estables, con mejores economías y credenciales democráticas de la región. Ante la caída de los populismos regionales, de esa Alianza, y el propio peso de México, tendría que ser una carta muy importante a jugar para ampliar nuestra influencia continental.