03-11-2015 Era la Cumbre Iberoamericana de Madrid en 1992 y tuvimos oportunidad de entrevistar a Fidel Castro. Estaba viviendo, posiblemente, el peor momento de su ya para entonces demasiado largo mandato, iniciado en 1959. Tres años atrás había caído el Muro de Berlín, el campo socialista se estaba terminando de desintegrar y la Unión Soviética, bajo cuyo paraguas se había refugiado la Revolución Cubana, había vuelto a ser Rusia, se olvidaba del socialismo y también de sus viejos compromisos en el Caribe.
Dos años antes había estado en La Habana, para cubrir el discurso de Fidel Castro el 26 de julio. Era un momento histórico: nadie sabía si Castro seguiría la línea de la Perestroika y La Glasnost o se lanzaría a endurecer, para resistir, el régimen. Unas semanas antes ya Castro había dado la primera señal: fusiló a
Arnaldo Ochoa, el más importante mando del Ejército cubano fuera de Fidel y su hermano Raúl, acusado de crímenes durante su misión en Angola. Fue un proceso digno de aquellos de Stalin: en realidad Ochoa era un personaje que podía eclipsar a los Castro y había construido, por su misión en Angola, muy buenas relaciones con los mandos militares de la Unión Soviética que trabajaban con Mijaíl Gorbachov. Se decía que apostaba a un cambio similar al impulsado por el entonces líder soviético.
Ochoa y los hermanos De la Guardia fueron eliminados y ese 26 de julio Castro rechazó cualquier intento de apertura, anunció el “periodo especial” y comenzó una época de enormes penurias para los cubanos. Y también de un virtual aislamiento del régimen de la revolución. México, entonces gobernado por Carlos Salinas de Gortari, fue de los pocos países que ayudaron a los Castro a mantenerse a flote.
Así llegamos a aquel julio del 92 en Madrid. Castro tuvo que soportar la indiferencia y hasta el ataque directo de muchos de los mandatarios presentes (Carlos Menem, de Argentina, fue quizás uno de los más duros, pero, como casi siempre, el español Felipe González fue el más agudo y preciso en esos temas). Por una repentino cambio de horario, del que Fidel no fue informado, quedó media hora, solo en el autobús que transportaba a los mandatarios, rodeado de manifestantes anticastristas: no creo que le hubiera sucedido nunca antes en los 33 años que llevaba en el poder.
Terminada una sesión de trabajo de los presidentes sobre educación, allí mismo en el salón de plenos de la Iberoamericana, Castro nos recibió a un servidor, entonces en el Unomásuno y a Elena Gallegos, hasta ahora periodista de La Jornada. La entrevista duró por más de media hora y platicamos de muchos temas, pero hubo una frase de Castro que me impresionó. Hablando del accidente donde había muerto
Camilo Cienfuegos (un funcionario mexicano era sobrino de otro exmiembro del primer gobierno de Castro y había muerto también en un accidente de aviación en esos años), Fidel nos dijo que “si (él) hubiera muerto como Camilo, 30 años atrás, ahora yo también sería un héroe”. Una frase lapidaria para él mismo y que reflejaba el momento que estaba viviendo.
Desde entonces han pasado más de 23 años y Fidel no ha muerto, aunque por salud ha tenido que dejar la suma del poder en su hermano Raúl. Cada día menos es un héroe y pasado ya más de medio siglo en el poder sólo puede ser calificado como un dictador. Hace ya muchos años que la Revolución Cubana, o lo que queda de ella no entusiasma a casi nadie, el respaldo de México (muy menguado desde el gobierno de Ernesto Zedillo y tímidamente recuperado durante la administración Peña, aunque nunca desapareció del todo, ni siquiera durante el gobierno de Fox), pero, sobre todo, en los últimos quince años el apoyo venezolano (mayor en recursos, incluso, que los enviados por la URSS en la mejor época de esa relación) fue lo que permitió sobrevivir al régimen de los Castro. Pero ese apoyo también comienza a ser cosa del pasado.
Raúl Castro llega el jueves a Mérida después de haber reanudado las relaciones con Estados Unidos. La apertura cubana ya no pasa, como en 1990 o 1992, por la decisión de las propias autoridades cubanas, sino que se inscribe en un proceso de cambio global, pero también regional: disminuyen los apoyos, los recursos y el mundo ya es otro. Y Cuba tendrá que cambiar porque, aunque sus dirigentes no quieran, el régimen tiene que abrirse y transitar por otros canales. Algunos de sus líderes pensarán en convertir a Cuba en un sistema similar al chino, otros esperarán que Fidel ya no esté (y quizás tampoco Raúl) para iniciar otro camino. Si México acompañó, con todas las vicisitudes del caso, a Cuba durante más de medio siglo, sería descabellado que no tenga posición y opinión en el futuro de una nación que, debemos recordarlo, es nuestra frontera en el Golfo de México.