24-11-2015 Las elecciones en Argentina que le dieron el triunfo a Mauricio Macri, acabando con doce años de gobierno del matrimonio Kirchner Fernández, implican un cambio de rumbo para ese país que se hubiera producido, de una u otra forma, incluso, con el triunfo del candidato oficialista Daniel Scioli, pero de forma mucho más matizada.
En realidad, el fin del kichnerismo se dio cuando Cristina Fernández no logró la mayoría legislativa suficiente como para poder modificar la Constitución y así poder reelegirse por más de dos periodos consecutivos (como hicieron Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa, Evo Morales). Originalmente no necesitaban un cambio constitucional porque entre Néstor Kirchner y su esposa Cristina tenían planeado alternarse sucesivamente en el poder. La muerte prematura de Néstor rompió esa posibilidad y con el tiempo fue diluyendo ese proyecto que nació a la luz de la más brutal crisis económica argentina en décadas y con una votación, para Néstor Kichner, de apenas 23 por ciento. Su contrincante, el impopular Carlos Menem, comprendió que no tenía sentido ir a una segunda vuelta porque no tendría apoyo. Desde la profundidad de la crisis surgió el kichnerismo, con una política plena de contradicciones, pero que también sirvió para hacer justicia y catalizar heridas que estaban abiertas desde el fin de la dictadura militar en 1983.
El kirchnerismo se derrumbó por el mal manejo económico. Tuvo en sus orígenes un equipo económico que logró sacarlo de la crisis del corralito, encabezado por Roberto Lavagna (ahora parte de la oposición) y que renegoció la deuda, pero poco a poco lo popular en lo social se transformó en una economía populista y en casi todo. Cuando concluyó el ciclo de los altos precios de las materias primas, el gobierno, ya con Cristina al frente, mantuvo todas las políticas sociales, pero quedó en cesación de pagos con el exterior y con una economía cerrada, con recursos mermados y con tres años consecutivos sin crecimiento. Eso, y los excesos, los actos de corrupción y la emergencia de la inseguridad y el narcotráfico, casi desconocidos en Argentina durante años, dieron al traste con su proyecto.
Si bien es un liberal de centro derecha, Macri logró hacer alianzas con el partido tradicional de ese sector que es la Unión Cívica Radical y con un sector de izquierda encabezado por Elisa Carrió (que fue la que hizo la investigación, entre otros temas, de la presencia y los recursos invertidos por Amado Carrillo Fuentes en Argentina), pero también con un sector disidente del peronismo, encabezado por un joven político, Sergio Massa, que fue incluso jefe de gabinete de Cristina Fernández, a la que abandonó por diferencias profundas sobre el manejo económico y político del gobierno. Massa sacó en la primera vuelta el 25 por ciento de los votos, apoyó a Macri en la segunda y aspira a convertirse en el líder opositor, incluyendo en sus filas a los aliados menos radicales del kichnerismo.
En la política argentina nunca se sabe qué puede suceder. El fenómeno peronista, donde caben desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda distorsionó durante más de medio siglo el sistema de partidos y éste no ha vuelto a recomponerse: las corrientes se entremezclan, unidas a liderazgos personales. No es del todo diferente con Macri, aunque su triunfo podría permitir ir avanzando hacia una normalidad democrática también en ese sentido. Habrá que esperar, por lo pronto sus desafíos son garantizar la gobernabilidad en un país donde el kirchnerismo seguirá teniendo una muy importante participación en el Congreso y en varios estados, y lograr reencauzar la economía sin caer en un ajuste drástico que acabe con las expectativas creadas.
Para ello Macri ha contado con un instrumento muy importante: la segunda vuelta electoral. Si no hubiera existido, Macri, para ser competitivo, se hubiera tenido que aliar con Massa y quién sabe si éste hubiera dejado el gobierno; Scioli o Macri, podrían haber ganado la presidencia con poco más de 30 por ciento de los votos, en un país dividido y polarizado. Al apostar por la segunda vuelta, Macri no perdió su perfil (y compitió con Massa, cada uno por su lado, para saber su peso real para el futuro), hizo alianzas sólidas para la segunda vuelta que se deberán reflejar a la hora de gobernar y tendrá una legitimidad que no hubieran tenido, ni él ni Scioli, en caso de ganar por elección en una sola vuelta. Con un agregado, el diseño argentino de la segunda vuelta es interesante: se evita el ballotage si un candidato gana por más de 50 por ciento de los votos, pero también si obtiene por lo menos 40 por ciento y tiene más de diez por ciento de diferencia con el segundo, lo que evita una pulverización excesiva en la primera vuelta. La segunda vuelta, junto con los cambios en el sistema de spots y el abandono de una sobrerregulación que enturbia, como vimos en Colima, la elección, es con lo que tendrá que trabajar el Congreso, quizás de forma inmediata.