18-04-2016 El video es repugnante. Es repugnante por el hecho en sí mismo: dos hombres y una mujer torturando a otra mujer indefensa. Es repugnante porque resulta evidente que los torturadores son dos militares y una mujer policía. Es repugnante por la tranquilidad, la cotidianidad, con la que llevan a cabo un acto tan salvaje. Es repugnante porque resulta que no debe haber sido difícil filmar el episodio, quien lo hacía formaba parte de él, quienes eran filmados no parecían alterados por ello.
Me recordó aquellas fotos y videos mostrando abusos y tortura de prisioneros encarcelados de la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, que se dieron a conocer a principios del 2003. Allí se veía a elementos de la Policía Militar estadounidense, agentes de la CIA y contratistas militares golpeando, desnudando, abusando de los prisioneros. Era terrible ver los agravios, fueran quienes fueran los detenidos, pero era más terrible aún ver la normalidad, la trivialidad con la que los mismos se cometían. La banalidad del mal, diría Hanna Arenth.
En el caso de Abu Ghraib, la investigación criminal realizada por el ejército de los Estados Unidos se inició en enero del 2004 a raíz de una denuncia anónima efectuada por el sargento Joseph Darby. El caso se tornó público en abril cuando las fotografías fueron mostradas en el programa 60 minutos y Seymur M. Hersh escribió un largo reportaje en The New Yorker.
Los hechos dañaron la credibilidad y la imagen de los Estados Unidos en Irak y fueron utilizados por los críticos de la intervención, argumentando que eran la demostración de la violencia y la falta de respeto hacia los árabes, su vida y su cultura. El ejército estadounidense argumentó que los hechos eran resultado de acciones independientes y aisladas de personal de bajo rango. El departamento de la Defensa expulsó a 17 soldados y oficiales y otros siete soldados fueron acusados de abandono del servicio, maltrato, asalto agravado y lesiones personales.
El sábado, en México, ante el caso de la mujer torturada en Ajuchitlán, Guerrero, el general Salvador Cienfuegos, en un hecho inédito, ante miles de soldados y en un discurso que trasmitido vía satélite fue visto por 170 mil elementos de las fuerzas armadas, ofreció “una sentida disculpa a toda la sociedad agraviada por este inadmisible evento”. Los calificó de “sucesos repugnantes que aunque aislados dañan de manera importante nuestra imagen y el prestigio que dignamente hemos ganado en más de cien años de lealtad”. Dijo que esos “malos integrantes de nuestra institución traicionan la confianza de la sociedad”. Destacó que quienes cometen actos ilegales no son dignos de pertenecer a las fuerzas armadas y que éstas tienen la obligación de denunciar actos contrarios a la disciplina militar. Pero recalcó sobre todo que no “debemos y no podemos enfrentar la ilegalidad con más ilegalidad. La delincuencia se contiene con la ley en la mano”.
Cienfuegos dijo que se actuó sin dilación, desde enero pasado, y que los soldados implicados ya fueron llevados a los tribunales militares para que respondan por los delitos del fuero militar, además, de que “se dio intervención al Ministerio Público de la Federación por lo que respecta a delitos cometidos contra civiles”.
Me parece una decisión digna, firme, tomada de la forma más pública, abierta y explícita posible. Hay quienes aseguran, como ocurría en Irak con lo de Abu Ghraib, que no se trató de un hecho aislado, que es algo que ocurre con frecuencia. Probablemente es verdad. No dudo que hechos como los que vimos en Ajuchitlán se repitan en otros puntos del país. Para algunos ello también es justificable: en el combate contra los delincuentes todo se vale. El propio Donald Trump acaba de declarar que si llega a la Casa Blanca volverá a autorizar la utilización de métodos de tortura para obtener información de terroristas. Pero eso convierte a quien lo impulsa y acepta también en un criminal. Las fotos de Abu Ghraib sirvieron no sólo para castigar a los responsables de esos hechos, sino también para tratar de erradicar la posibilidad de que se repitieran, modificando, incluso, los métodos de interrogatorios del ejército y las fuerzas de seguridad estadounidenses. El Video de Ajuchitlán, debe servir, y esa fue la intención del discurso del sábado del general Cienfuegos, para advertirle a todos los elementos militares y de seguridad, que esos delitos se castigarán y que no se puede ni debe combatir a los delincuentes violando la ley, actuando como delincuentes.
El mal, decía Hanna Arenth, “nunca es radical, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie”. Esa propagación es precisamente lo que se debe evitar.