06-05-2016 Lo escribíamos aquí el 19 de agosto pasado, cuando todavía se consideraba a Donald Trump una simple tormenta de verano en el proceso interno del Partido Republicano: “Trump ha dejado de ser una mala broma. Hay que tomarlo en serio y actuar con seriedad para contrarrestarlo, allá y aquí. La seriedad que no se tuvo en Alemania hace casi un siglo para impedir que creciera otro payaso que también hizo del racismo su discurso para llegar al poder”.
Hoy Donald Trump es el virtual candidato presidencial estadunidense y todavía no se lo termina de tomar en serio. Es verdad que hoy está lejos de alcanzar en las intenciones de voto a Hillary Clinton, quien será la aspirante demócrata, pero ya ha logrado torcer el discurso e imponer en buena medida su agenda.
El discurso de Trump se alimenta del racismo, pero su verdadera esencia es el proteccionismo, la decisión de cerrar fronteras y aislar a Estados Unidos del mundo globalizado. Va más allá de México, al que ha tomado como sparring. Su enojo con México está documentado y tiene que ver con pesos y centavos. En 2007, el empresario impulsó un desarrollo en Playas de Tijuana, en Baja California. Se trataba del Trump Ocean Resort Baja, un complejo con más de 500 departamentos que se vendían, el más barato, en 300 mil dólares, el más caro en tres millones. El día del lanzamiento, realizado en una gran fiesta en San Diego, Trump vendió 188 departamentos y recaudó poco más de 122 millones de dólares. Pero meses después estalló la crisis financiera estadunidense.
En enero de 2009, los compradores, que habían pagado adelantos de hasta 250 mil dólares por cada departamento, fueron notificados de que Trump dejaba el proyecto. Y el propio Trump aclaraba que él no había hecho ninguna inversión y que solamente había rentado su nombre para vender más departamentos. Y también que, lamentablemente, no tenía dinero para regresar los 32 millones de dólares que los compradores ya habían pagado hasta entonces. Los estafados demandaron a Trump y se encontraron con que no era la primera vez que éste vendía su apellido. Cobraba cuatro millones de dólares por colocar sus apellidos en las obras y se llevaba un porcentaje de lo que vendía. Un simple comisionista, nada parecido a Bill Gates o Warren Buffett.
Finalmente, en noviembre de 2013, los compradores llegaron a un acuerdo y recuperaron su dinero, pero el proceso congeló distintos proyectos similares que Trump quería realizar en México, sobre todo uno en Cozumel, que se llamaría Punta Arrecifes. Ése es el pleito real de Trump con México.
Pero el verdadero peligro Trump se ha puesto de manifiesto con sus declaraciones a The New York Times y Fox News, en los cuales reiteró que en su primer día de gobierno cerraría la frontera y “obligaría” a México a pagar 10 mil millones de dólares para construir el famoso muro. Además, ya ha dicho que a través de una reforma a la llamada Acta Patriótica (que sirvió y sirve para combatir el terrorismo internacional luego de los ataques del 11S), evitaría la salida de remesas de la Unión Americana hacia México (y se supone que también hacia otros países), además de aplicar altos impuestos a los productos mexicanos vía una revisión del Tratado de Libre Comercio.
Una política económica nacionalista, cerrada, que interrumpiera el libre flujo de capitales, destrozaría el sistema financiero internacional y de regulación de pagos a nivel mundial, pero también llevaría a Estados Unidos a una profunda recesión. Y no se trata de una simple hipótesis: hace casi un siglo, Estados Unidos emprendió una política nacionalista y de cerrar las fronteras para no involucrarse en las crisis europeas. Fue el presidente Herbert Hoover el responsable directo de esas políticas que provocaron la Gran Depresión de 1929. El nacionalismo económico de Hoover (que iba de la mano con su respaldo incondicional a la ley seca) bloqueó el comercio internacional y la expansión de la economía a largo plazo y generó un constante crecimiento del proteccionismo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Hoover aumentó los derechos arancelarios hasta las cotas más altas de la historia de la Unión Americana, y convirtió a Estados Unidos en el gran prestamista a escala mundial, exactamente lo que ahora quiere hacer Trump. Pero como las tarifas arancelarias entorpecieron el comercio de los países deudores, se generaron problemas de sobreproducción que limitaron la expansión económica e impulsaron el desorden monetario, porque los países no podían pagar las deudas asumidas con Estados Unidos y Gran Bretaña. La consecuencia directa fue la Gran Depresión y, diez años después, el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y Trump quiere repetir ese error brutal un siglo después.
Imagínese usted un mundo gobernado por Donald Trump en Estados Unidos, Vladimir Putin en Rusia, Marine Le Pen en Francia y por cualquier eurofóbico, de izquierda o derecha, en Gran Bretaña. Un aterrador regreso a los años de entre las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado.