20-05-2016 La muerte de don Luis H. Álvarez pone fin a una generación política irrepetible al frente de Acción Nacional. Si hoy el PAN es un partido que terminó en el año 2000 con setenta años de hegemonía priista, que ha logrado gobernar estados y municipios, que alcanzó la presidencia de la república, ello es consecuencia directa de la política que se dio en el PAN bajo la presidencia de don Luis y que le permitió pasar de ser un partido prácticamente marginal, testimonial, a convertirse en una gran fuerza política.
Para comprender lo sucedido en aquellos años hay que retrotraerse a principios de los 80, a la crisis económica desatada durante el gobierno de López Portillo, marcada además por una profunda, inabarcable corrupción. Allí el PAN comenzó un trabajo que estaba centrado en ganar espacios en municipios y estados, para comenzar a consolidar un centro de poder real. Era el gobierno de Miguel de la Madrid y el PAN sorprendió ganando los municipios de Juárez, Chihuahua y Durango en 1983. Habían irrumpido en Acción Nacional los bárbaros del Norte y si bien la figura carismática eran el sinaloense Manuel Clouthier y presidentes municipales con Francisco Barrio, el que lograba enhebrar ese movimiento conservador pero un poco populista con las tesis originales del partido, con un acento que ahora llamaríamos socialcristiano, era don Luis H. Álvarez. Vino la huelga de hambre de don Luis por el fraude en la elección estatal de Chihuahua (41 días) y las movilizaciones de aquellos años para tener a ese partido preparado para los comicios de 1988. En 1987, Álvarez fue elegido presidente del partido y Clouthier candidato, pero se cruzó en la historia un desprendimiento del PRI, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo que cambió la historia de esa elección.
En 1988 ganó el PRI aunque muy probablemente por una diferencia menor a la que se conoció públicamente. Había que decidir qué hacer con los espacios de poder ganados por las oposiciones, tanto la panista como la cardenista que se refundó en el PRD. El PRD, encabezado entonces por Cuauhtémoc, decidió lanzarse a una oposición frontal, no reconoció al gobierno de Carlos Salinas y desechó todas las ofertas de acuerdos. En el PAN se conformó una estructura de gobierno que, simplificando, podríamos decir que estaba encabezada por don Luis, con dos alfiles excepcionales: Diego Fernández de Cevallos para toda la operación política y Carlos Castillo Peraza, como operador pero sobre todo como un fantástico teórico de la realidad. Debajo de Diego y de Carlos, dos jóvenes que irían adquiriendo con el paso de los meses cada vez más influencia: Fernando Gómez Mont y Felipe Calderón.
Había muchos más pero sobre esa base, el PAN tomó una decisión que cambió las cosas: dijo que el gobierno surgido de los comicios de 1988, era ilegítimo pero que podía legitimarse con la propia acción de gobierno. Y comenzó una intensísima negociación que pasó por la aprobación de una agenda común que implicó cambios electorales tan notables como la creación del IFE y otras instituciones electorales, pero sobre todo, en reconocimientos de triunfos electorales del PAN, comenzando con la victoria de Ernesto Ruffo en Baja California en 1989. Se creó una agenda legislativa común que permitió sacar adelante el tratado de libre comercio con América del norte, la reforma al campo, el restablecimiento de las relaciones entre la iglesia y el estado, la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. En todos esos temas, el panismo encabezado por don Luis tuvo una participación notable, que le dio las bases como para poder competir, primero en 1994 con Diego como candidato y seis años después con Fox como aspirante, a la presidencia de la república y adueñarse de Los Pinos en el 2000.
Don Luis había dejado la presidencia del partido en Carlos Castillo en 1993, y con el tiempo, la diferencias internas del grupo hegemónico se hicieron más evidentes: Carlos y Diego se alejaron, también se terminó alejando Carlos de quien había sido su discípulo, Felipe Calderón, y finalmente, ante el embate de Vicente Fox, Castillo decidió dejar el PAN que para entonces ya presidía Felipe. Junto a éste siempre estuvo, muy cerca, Álvarez.
Su momento estelar fueron esos años de presidencia partidaria entre 1987 y 1993: allí se consolidó la transformación del PAN de una fuerza testimonial a un partido de poder, negociando una agenda donde ganó el PAN, ganó el PRI y ganó el país. Ese momento no se volvió a repetir. Don Luis H. Álvarez no fue el único que participó en ello, pero sí fue una figura clave que logró avanzar en todo ese farragoso camino sin perder en él un gramo de dignidad.
Siempre decía que había que ganar el poder sin perder el partido. No sé si estaría satisfecho de lo que vive en estas horas Acción Nacional, pero nadie podrá dudar de que dio una lucha de toda la vida para que su partido ganara el poder y no fuera devorado por éste.