08-06-2016 Para eso está el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, pero resulta un poco ridículo que los partidos hayan impugnado todas las elecciones en las que ellos perdieron. Es un recurso que se utiliza por sistema: lo ha anunciado en esta ocasión el PRI, en las siete gubernaturas que quedaron en manos del PAN; la alianza PAN-PRD en Oaxaca, y Morena ha seguido la línea histórica de Andrés Manuel y ha impugnado Veracruz, porque, como dijo AMLO en el 2006 (y nunca comprobó) “manipularon” el PREP para evitar que ellos ganaran. La historia se repite.
Hay elecciones muy cuestionables, pero no veo demasiados elementos que permitan echar para atrás los resultados en la enorme mayoría de los casos. Habrá que esperar a ver qué dice el Tribunal pero, por lo pronto, las consecuencias políticas de los comicios en cada uno de los estados se pondrán rápidamente de manifiesto. En un recorrido entidad por entidad tenemos que los comicios en que hubo menos diferencia entre los competidores fue Aguascalientes, donde el panista Martín Orozco ganó por la mínima en una entidad donde el gobernador Carlos Lozano dejó buenos resultados y pésima imagen. Y donde lamentablemente el voto de la Iglesia funcionó como rechazo (lo reconoce Orozco) a la iniciativa presidencial del matrimonio entre personas de un mismo sexo. El propio fin de semana electoral, el semanario Desde la Fe de la Arquidiócesis de la Ciudad de México llamó a oponerse e implícitamente a votar en contra de “las uniones inmorales e injustas que responden a los caprichos homosexuales”. Sin palabras. Por la diferencia, unos ocho mil votos, es de las pocas que podrían tener mayores espacios de revisión en el Trife.
En Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca ganó con amplísimo margen por el desgaste de tantos años de violencia e inseguridad, pero también porque el candidato del PRI, Baltazar Hinojosa no logró realizar una campaña que entusiasmara más allá de las estructuras priistas tradicionales. La fórmula de dividir el voto opositor tampoco le funcionó y tuvo una derrota en toda la línea. Cabeza de Vaca, como sus antecesores, tendrá que asumir que para los desafíos que se le presentarán en el ámbito de la seguridad, tendrá que contar, sin duda, con el gobierno federal.
En Veracruz se vivió una elección tan competida como impúdica. Los veracruzanos sí dieron muestra de civilidad al salir a votar, pero partidos y candidatos quedaronaron muchísimo a deber. Es verdad que una de las cosas que ha patentado Donald Trump es la incivilidad política y, hasta ahora, ha tenido éxito en ese cometido. Decía hace unos días un columnista del Financial Times que “lo que hemos aprendido de la campaña 2016 es que los votantes no valoran los hechos, la lógica y la consistencia como esperábamos. La campaña de Trump está basada en esa percepción. La civilidad está sobrevalorada. Los insultos funcionan. ¿Podría llevarlo esta estrategia a la Casa Blanca? La regla estándar de las campañas presidenciales estadunidenses es que los propios candidatos deberían evitar atacar el carácter de su oponente; ese tipo de trabajo sucio lo deberían de realizar los sucedáneos. Trump ha roto esas reglas”.
En Veracruz también pensaron que “la civilidad estaba sobrevalorada y que los insultos funcionan”, pero el voto de la gente demostró, como en otros lugares, que no es exactamente así y que a quien más castigaron es a quienes más recurrieron a ese expediente.
En Oaxaca, el PRI no hizo una buena elección. Pero Alejandro Murat, con el 32 por ciento de los votos, estuvo en el escenario que el priismo hubiera querido para los doce estados en disputa: ganó con el voto duro, con su piso electoral. Alejandro obtuvo casi 497 mil votos cuando hace seis años, el candidato perdedor del PRI, Eviel Pérez Magaña, había obtenido 613 mil. Pero el secreto estuvo en la división de las oposiciones: Gabino Cué hace seis años obtuvo 733 mil votos. En estos comicios, José Antonio Estefan se llevó 387 mil; Morena, con Salomón Jara, 353 mil; y Benjamín Robles por el PT, que resultó con su ruptura con el PRD el mejor operador y benefactor del PRI en el estado, tuvo 169 mil votos. O sea que entre Estefan y Robles, éste si no hubiera decidido romper, hubieran obtenido 556 mil votos y si no hubiera existido la división con Morena, entre los tres tendrían 909 mil votos. La mayor paradoja es que los tres: Estefan, Jara y Robles fueron parte del gabinete de Cué.
El escenario oaxaqueño es al que apostó el PRI en los comicios del domingo. Pero sólo en ese estado y en Tlaxcala (donde Marco Mena será, por formación y carácter, una buena sorpresa como gobernador) la estrategia tuvo éxito.
En el 2018 nadie ganará unas elecciones presidenciales sólo con su piso electoral. Para construir acuerdos que permitan garantizar gobernabilidad y sobrellevar las mayorías parciales se crearon las segundas vueltas. Aquí fueron desechadas. A ver si no nos arrepentimos dentro de dos años.