21-06-2016 Lo sucedido en Nochixtlán, Oaxaca, en los enfrentamientos que dejaron seis muertos y más de cien heridos, no puede sorprender a nadie: es consecuencia directa de una escalada de provocaciones que se han sucedido en los dos últimos meses por parte de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) a la que se han sumado sus aliados naturales, que tienen muchas siglas que los respaldan, pero que básicamente son organismos de base del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y de los muchos derivados del Ejército Popular Revolucionario, sumados a grupos muy radicales relacionados o amparados en el Movimiento Regeneración Nacional.
Lo ocurrido en Nochixtlán no se puede separar de los hechos en Chiapas, de los bloqueos persistentes en la propia Oaxaca, más de diez simultáneos incluyendo la refinería de Salina Cruz, los saqueos a tiendas departamentales y supermercados, e incluso a agencias de automóviles en Juchitán (seis carros se robaron los vándalos en una agencia Nissan), al asesinato, allí mismo, del fotógrafo Elpidio Ramos, amenazado por los saqueadores por haber tomado fotos de esos hechos.
La Coordinadora ha dejado su movimiento en manos de grupos más radicales y por ende en los más violentos. En Nochixtlán hubo seis muertos con disparos que no fueron realizados por policías, sino por grupos civiles encapuchados y la mayoría de esas víctimas no son maestros, sino activistas de estos grupos. Del centenar de heridos, 55 son policías, muchos de ellos con disparos de bala.
El testimonio publicado por el propio padre Alejandro Solalinde, insólitamente utilizado como un argumento de defensa de esos agresores, lo reconoce explícitamente: “Dimos pelea por más de tres horas. Se platicó con ellos (con los policías) y dijeron que ellos venían a desalojar. Entonces empezó la lucha, los padres de familia, taxistas, alumnos y pueblo en general armados con piedras, palos y machetes dieron pelea por tres frentes, ellos no podían, se destrozó un autobús y ellos destruyeron las motos de los compañeros y persiguieron a la gente, entonces, los pobladores dispararon armas de distintos calibres y dejaron de perseguirlos las patrullas”.
No se trató de enfrentamientos espontáneos, sino de emboscadas preparadas por estos grupos contra las fuerzas de seguridad. Los agresores deben ser identificados y castigados como tales. Pero nadie se debería equivocar, en todo esto el tema hace ya mucho que dejó de ser la Reforma Educativa. Hace mes y medio, el viernes anterior a las elecciones, decíamos aquí que estábamos frente a un movimiento desestabilizador con muchas semejanzas al impulsado en 1993 y 1994 y que por ende “las autoridades deben adoptar medidas de fondo tomando en cuenta que lo que estamos viendo no es un conflicto magisterial: es un movimiento político que está siguiendo, paso a paso, el camino que aprendieron en 1993-94 con la mira puesta en el 2018. La Reforma Educativa es la coartada desestabilizadora de la actualidad como lo fue entonces la firma del Tratado de Libre Comercio”.
Ése es el verdadero desafío. Decíamos también que “por supuesto que se debe aislar a los violentos, pero se requiere una intervención federal y de los partidos, de todos, que vaya más allá de exigir (algo imprescindible) el respeto al Estado de derecho… se debe convocar a un diálogo amplio, con muchos de los actores involucrados, para tratar de sacar adelante una agenda común, que impida que (Chiapas y Oaxaca) vuelvan a ser lanzados, como algunos quieren, a la senda del odio y la destrucción”.
La búsqueda de espacios por medio de la política trasciende la Reforma Educativa porque la misma ya no es más que un leit motiv desestabilizador, una coartada. Apostar en estos momentos a ventajas políticas coyunturales es apostar a la desestabilización. El gobierno federal debe avanzar en un proceso en el cual la aplicación de la reforma y de la ley (no sólo en el ámbito magisterial y educativo sino, sobre todo, ante los hechos de violencia), vaya de la mano con la operación política para concentrar a quienes son los verdaderos damnificados de la violencia, la inseguridad y la propia desestabilización. Hoy, más allá de reforzar a los elementos de seguridad en los estados pareciera estar paralizado por los resultados electorales.
Es verdad que tiene muchos frentes abiertos: los radicales que están apostando a una violencia apenas embozada; una iglesia impertinente y grosera, incluso en sus fingidas disculpas; un sector del empresariado que ha tomado el tres de tres casi como un karma; una crisis abierta en el Partido Revolucionario Institucional; un gabinete en el cual muchos de sus integrantes están en su zona de confort y otros en devaneos sucesorios y una disminución dramática de las expectativas que lleva a relativizar avances, cuando existen, en cualquier terreno.
Pero, precisamente, por todo eso se requieren respuestas mucho más claras y también más contundentes e incluso hasta dramáticas. Debe haber una sacudida porque el intento desestabilizador ya es una realidad. La otra opción es el deterioro.