27-06-2016 En Gran Bretaña los jóvenes han votado por su futuro en Europa y han perdido. Han perdido por la decisión de los mayores. Gran paradoja interna: El futuro lo deciden los que no lo tienen.
Felipe González
La salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea es una tragedia social, económica y política votada por la mayoría de los británicos, pero sobre todo por los que tienen más de 50 años y viven en zonas rurales. Lo votaron luego de una campaña marcada por el amarillismo y la desinformación más absoluta que nunca pudo o quiso ser plenamente desenmascarada por los partidarios de permanecer en la UE. Nunca pensaron que semejante barbaridad pudiera tener una opinión mayoritaria: no era posible, no era viable, mejor no hablar demasiado de ello porque en realidad le vamos a hacer publicidad. Eso es lo que suelen pensar las élites cuando se enfrentan con peligros que subestiman.
El Brexit nos deja varias lecciones importantes. La primera es que los temas sofisticados, con la permanencia o no en un bloque comercial, temas con repercusiones globales inimaginables, no pueden ser presentados a una consulta popular. No se puede consultar si se lanzará una bomba atómica o si se aumentan impuestos o si se gasta en investigación médica o si corresponde que todas las personas tengan el mismo derecho. La democracia es otra cosa: se basa en tratar de elegir a los mejores gobernantes para que desde el ejecutivo, el legislativo, el judicial puedan decidir esas cosas: precisamente en su oferta sobre esos y otros temas se debería basar una elección.
El principal responsable de la situación que está viviendo la Gran Bretaña es su todavía primer ministro David Cameron, que convocó al referéndum cuando no se lo pedían, cuando no era necesario, para ganar una partida interna en el partido Conservador. Pensó que ganaría con facilidad y se podría distanciar de ese impresentable Trump británico que es Brian Johnson, quien probablemente terminará ocupando antes de fin de año la silla de Cameron. Como escribió Felipe González, Cameron para tratar de salvar los muebles, prendió fuego a la casa y terminó perdiendo los muebles y la casa. Todo. No sólo la permanencia en la UE sino también hasta la propia unidad de la Gran Bretaña porque será imposible evitar que Escocia se separe del Reino Unido para seguir siendo parte de Europa. Y lo mismo piensan en Irlanda del Norte.
La oposición laborista también está controlada por populistas, salvo que éstos se dicen de izquierda. Jeremy Corbyn, un personaje muy parecido al Bernie Sanders de la contienda demócrata en Estados Unidos es, él mismo, a pesar de que su partido es europeísta, un euroescéptico, no hizo una verdadera campaña por permanecer en la UE y es otro de los responsables del desastre. Probablemente perderá no sólo la dirigencia de su partido sino también el protagonismo del laborismo ante la nueva derecha conservadora que representa Johnson. Una doble tragedia.
Lo decidido en Gran Bretaña acerca al mundo a la terrible década de los 30 del siglo pasado y eso hace más importante aún evitar que Donald Trump alcance la presidencia de los Estados Unidos. Y no se trata de una simple hipótesis: hace casi un siglo, Estados Unidos emprendió una política nacionalista y de cerrar las fronteras para no involucrarse en las crisis europeas, lo hizo de la mano con Gran Bretaña, como lo están planteando ahora Trump y Johnson. Fue el presidente Herbert Hoover el responsable directo de esas políticas que provocaron la gran depresión de 1929. El nacionalismo económico de Hoover (que iba de la mano con su respaldo incondicional a la ley seca) bloqueó el comercio internacional y la expansión de la economía a largo plazo y generó un constante crecimiento del proteccionismo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Ambos países aumentaron los derechos arancelarios hasta las cotas más altas de la historia, y convirtieron a Estados Unidos y el Reino Unido en los grandes prestamistas a escala mundial.
Pero como las tarifas arancelarias entorpecieron el comercio de los países deudores, se generaron problemas de sobreproducción que limitaron la expansión económica e impulsaron el desorden monetario, porque los países no podían pagar las deudas asumidas con Estados Unidos y Gran Bretaña. La consecuencia directa fue la gran depresión y diez años después el inicio de la segunda guerra mundial.
Hoy, sin embargo, existen fuerzas que pudieran evitar que este sinsentido británico, se traduzca en un triunfo de Trump, un fortalecimiento de Putin, en la llegada al poder en Francia de Le Pen, y de los movimientos de derecha extrema en Austria, los Países Bajos y otras naciones, cuya otra cara son los movimientos populistas que se dicen de izquierda, como Podemos en España, o Morena en México. El populismo, la demagogia, el falso nacionalismo no son de derecha o de izquierda, son simplemente eso: populismo y demagogia.