05-09-2016 Hubo una época no tan lejana donde se aseguraba que el quinto era el año de mayor poder de un presidente, cuando se tenía el mayor control del país y de los grupos políticos determinado por la elección de su sucesor. Inmediatamente después del Quinto Informe, luego de un año de jugar con señales, de engañar con la verdad, de sopesar a los aspirantes, muy rápidamente surgía el sucesor, el hombre que en el sexto y último año se iría haciendo gradualmente del poder. El ciclo sexenal se reiniciaba y en él se sustentaba el sistema político que mantuvo durante casi 50 años la estabilidad del país.
Hoy eso es parte del pasado, pese a que muchos siguen pensando en quién será el tapado de Peña Nieto, como si hubiera posibilidad alguna de heredar el poder. En realidad, el presidente Peña en este quinto año de gobierno tendrá que bregar muy duro para remontar una situación que atenaza a su gobierno en lo político, lo económico y lo social, todo sazonado con una fuerte pérdida de popularidad.
La labor presidencial en este quinto año de gobierno se deberá basar en cálculos eminentemente electorales. Se tendrá que atender el frente político, interno y externo (tan agitados ambos por el inexplicable caso Trump); se deberá decidir cómo resolver la crisis que plantea la Coordinadora, en términos educativos, pero también de percepción; la distancia con la Iglesia y con los empresarios; se tiene que replantear la estrategia de seguridad porque la violencia sigue creciendo y amenaza con regresar a los niveles de 2011 y 2012. La economía no despegará durante el quinto año de Peña, porque no lo harán los mercados internacionales y el recorte presupuestal le pegará al gasto y al crecimiento, en un año donde el precio del petróleo se estima que estará en apenas 42 dólares por barril. En todo caso, el objetivo será impedir que la inflación arrastre el crecimiento y los ingresos de la gente. Y eso requerirá austeridad.
Pero todo se deberá adecuar a las exigencias electorales. Para el gobierno federal el resultado de junio del año próximo en el Estado de México es decisivo, no sólo para ganar las elecciones de 2018, sino para que el PRI sea simplemente competitivo en los comicios presidenciales. Y para ganar en la tierra de Peña Nieto se necesitará realizar un esfuerzo político muy grande. Hoy las encuestas por partido ponen al PRI empatado con el PAN, pero si se produce una alianza PAN-PRD, la distancia de la oposición se amplía notablemente. Entre candidatos, si el PAN logra que Josefina Vázquez Mota sea la aspirante por ese partido y mucho más por una alianza opositora, la distancia podría ser, de arranque, superior a los diez puntos contra cualquiera de los aspirantes priistas. El problema es que en el PRI hay muchos aspirantes, pero muy pocos candidatos con posibilidades. Evidentemente, la de quien encabece la boleta del PRI en el Estado de México será una decisión presidencial, quizás con alguna injerencia de Eruviel Ávila, pero hoy no queda nada claro quién puede ser el indicado. Ahí están los nombres de Alfredo del Mazo y de Ana Lilia Herrera, como los aparentemente mejor posicionados y muchos otros, Alfonso Navarrete Prida, Carolina Monroy, Ernesto Nemer, que son parte de una larga lista, pero en la que encontrar a alguien que sí pueda remontar la campaña no es fácil.
Hace seis años, el propio Peña Nieto tuvo la sagacidad de decidir no por el más cercano, tampoco por alguien que fuera parte de su equipo, sino por quien pudiera ganar y además desarticular así el intento de una alianza PAN-PRD en torno a un priista. Eruviel Ávila no era el candidato de Peña y venía de Ecatepec, lejos del centro político del estado, por más que sea el municipio más poblado del país. Pero Eruviel fue el candidato porque era el mejor posicionado y porque de otra forma el cinturón suburbano de la Ciudad de México se hubiera ido con la oposición y el PRI hubiera perdido el estado.
Si esa decisión fue clave para que Peña un año después ganara la elección presidencial, la de este 2017 lo es para que el Presidente intente dejar un sucesor de su partido en Los Pinos.
Mucho se ha dicho sobre la magnitud de la apuesta que se plantea el propio Presidente para las elecciones del Estado de México. Pero nadie debería equivocarse, más allá de la operación electoral, siempre de enormes magnitudes en el Estado de México, lo que podrá hacer la diferencia, además de elegir un buen candidato o candidata, será la labor de gobierno en el estado y en la Federación. Y en el Estado de México el personaje Peña Nieto es clave. Mucho de lo que fue y mostró como gobernador, sobre todo en cercanía con la gente, se ha ido perdiendo en el encierro de Los Pinos. Si quiere competir y ganar, en el 17 y en el 18, tendrá que recuperarse a sí mismo. Demostrar que la cercanía de aquellos años no se ha convertido en la distancia que desde el poder congela la empatía. Ésa deberá ser la labor del quinto año de Peña: volver a ser él mismo.