19-09-2016 En el último fin de semana pudimos ver quién es un verdadero candidato de izquierda, con una visión progresista y tolerante y quién es un populista que recurre a un discurso tan exaltado como mentiroso para tratar de desaceitar a sus adversarios. Sé que hoy las encuestas no los califican igual, que Miguel Ángel Mancera todavía está lejos de tener el nivel de reconocimiento de un Andrés Manuel López Obrador, pero también es fácil observar que mientras Mancera está haciendo una labor que busca posicionar un discurso y una agenda progresista para la ciudad y para el país, el de López Obrador, matizado de algunos esporádicos pasajes de amlove, sigue siendo el del odio y el engaño. Uno representa un legítimo movimiento de centroizquierda, el otro una fuerza opositora, basada en un caudillo y con tintes profundamente conservadores.
Mancera tuvo un muy buen fin de semana: dio su Cuarto Informe e instaló la Asamblea Constituyente de la ciudad, uno de sus objetivos políticos centrales desde la campaña de 2012, y presentó un proyecto de Constitución que en realidad es su programa político para el 2018: una ciudad incluyente, abierta, con derechos, con políticas de género, para jóvenes, con fuerte apuesta por la educación y la salud.
Ha tenido Mancera un buen tono opositor. El recorte presupuestal afectó gravemente a la ciudad. Más allá de si eso es comprensible o no en el contexto de recortes generalizados, lo cierto es que la defensa que ha hecho Mancera del presupuesto capitalino fue inteligente, política y firme, pero sin exabruptos ni amenazas. En un ambiente en el que la mayoría de los actores prefieren tomar las calles para exigir lo que creen que es su derecho, el recurrir con inteligencia a las instituciones, los medios y los instrumentos de la política siempre se agradece.
Eso se refleja también en los personajes que ha enviado Mancera al Constituyente capitalino: una selección de hombres y mujeres que no son todos suyos, que se manejan muchas veces con gran independencia y hasta distancia del jefe de Gobierno, pero en general calificados para esa labor y con una agenda amplia de negociación. Nada más lejano de la búsqueda de una línea férrea de la que nadie puede alejarse.
Mancera ha comenzado a recorrer el país, a hablar de otros temas, a manejar banderas como la del salario mínimo, el médico en casa, la de los espacios educativos, con un tono mucho más presidencial, con un lenguaje que se comienza a escuchar diferente dentro y fuera de la Ciudad de México. Los acuerdos políticos que se aprecian dentro del PRD, sobre todo después de la llegada de Alejandra Barrales, y con personajes externos como Enrique Alfaro e incluso Jaime Rodríguez El Bronco, muestran un tejido fino que comienza a dar frutos basado en una opción formalmente independiente, cobijada y arropada por el PRD, por MC e incluso por el PT, pero que permite la adhesión de distintas fuerzas progresistas.
Mientras tanto, en estos días, López Obrador ha mostrado su peor rostro. En la Ciudad de México ha impuesto a su hijo Andrés, por encima de cualquier liderazgo partidario, obviamente sin consulta con estructura partidaria alguna. En una declaración digna de su rencor social descalificó de un plumazo a una de las instituciones de educación superior más importantes, calificadas y reconocidas de México, el ITAM, convertida por López Obrador en algo así como la escuela de la mafia del poder. Una barbaridad que no acepta justificación alguna. El ITAM es una institución encomiable, de excelencia, que ha generado muchos de los cuadros académicos más importantes del país, del oficialismo y de la oposición, incluyendo a algunos de los que también acompañan o acompañaron en el pasado a López Obrador. Han pasado los días y el líder de Morena no ha tenido ni siquiera un gesto para matizar aquel mensaje irrespetuoso.
Sobre todo si lo comparamos con el tipo de universidad que ha impulsado AMLO: la de la Ciudad de México, y otros institutos que a lo máximo que han aspirado es a registrar alumnos en sedes inoperantes, sin calidad académica, convertidas en muchos casos en una suerte de escuela de cuadros becados para militar en las calles y donde la titulación (y el reconocimiento de estudios) brilla por su ausencia. Es llevar los principios de la Sección 22 a un entidad supuestamente universitaria.
Pero, además, López Obrador ha confirmado que no va a contestarnos aquella simple pregunta. ¿de qué vive? Mintió escandalosamente en su declaración 3de3 y ahora sabemos que mintió también en la supuesta adjudicación de sus bienes a sus hijos. El rancho La Chingada, en Palenque, que en sus declaraciones oculta una y otra vez, vale 25 millones de pesos, es suyo y no aparece en ninguna declaración. Y hay otras casas en Villahermosa, en la CDMX, de sus hijos y de su esposa, que están en la misma situación. Por cierto, es el único político opositor que no se pronunció sobre la visita de Trump, mucho menos sobre las manifestaciones de la Iglesia sobre los matrimonios igualitarios. ¿Qué tiene que ver este hombre con la izquierda?