23-09-2016 Parte de la responsabilidad en la derrota del PAN en 2012 pasó por su división interna y por las serias dificultades de construir una candidatura presidencial que incluyera a todos los principales actores de ese partido y del gobierno.
El que el PAN haya ganado con un margen tan apreciable los comicios estatales del 5 de junio pasado no es un indicativo de que necesariamente ha superado esa etapa. El PRI en los comicios de 2003 y 2004, con Roberto Madrazo como presidente y Elba Esther Gordillo como secretaria general, ganó prácticamente todo, pero Roberto quería ser candidato presidencial. Para alcanzar su objetivo se deshizo, primero, de Gordillo, con lo que entregó buena parte de la fuerza del magisterio a la que sería la candidatura panista de Felipe Calderón, y luego se enfrentó a lo que se llamó el TUCOM (Todos Unidos contra Madrazo), donde estaban aliados buena parte de los priistas con mayor peso en ese momento: Arturo Montiel, gobernador del Estado de México, Enrique Martínez, de Coahuila, Natividad González Parás, de Nuevo León, Tomás Yarrington, de Tamaulipas, el líder del Congreso, Enrique Jackson, el excandidato presidencial Francisco Labastida y Diódoro Carrasco, que había sido el último secretario de Gobernación de Ernesto Zedillo. El TUCOM realizó su elección interna, mediante un complicado procedimiento cuyo resultado sorprendió porque en lugar de proponer como precandidato a Jackson, que era el favorito, terminó dando esa posición a Arturo Montiel.
Cuando Montiel apenas comenzaba a construir su equipo, desde el madracismo se filtraron fotos de propiedades privadas, cuentas bancarias y otras acusaciones, algunas ciertas, otras no, que lo sacaron de la competencia. El TUCOM se rompió y Madrazo fue solo hacia la candidatura.
Pero el daño estaba hecho: nunca regresó en aquellas fechas la unidad al PRI, muchos de los integrantes de aquel grupo antimadracista terminaron de una u otra forma apoyando en 2006 a Calderón, otros se reunieron en torno al nuevo gobernador del Estado de México, Enrique Peña, y otros junto a quien sería desde 2006 el líder del Senado, Manlio Fabio Beltrones. Lo cierto es que el PRI, con Madrazo, hizo en 2006 la peor campaña de su historia y se fue a un lejano tercer lugar, después de haber ganado todo en 2003 y 2004.
Esa historia la conoce de primera mano Rafael Moreno Valle, el gobernador de Puebla que, en aquellos años era un joven y muy poderoso secretario de Hacienda en Puebla y luego, precisamente por las elecciones de 2003, diputado federal del PRI. Vio cómo la ambición de Madrazo iba desmoronando al priismo. Fue de los que se opuso a su candidatura y tiempo después terminó abandonando el PRI e incorporándose al PAN.
Ahora Moreno Valle es uno de los tres precandidatos oficiosos que tiene el panismo para buscar el regreso a Los Pinos, los otros son Margarita Zavala y el propio presidente del partido, Ricardo Anaya. Moreno Valle acaba de hacer una serie de declaraciones que no deberían echarse en saco roto: primero insiste, como lo han hecho otros panistas desde la época en que Gustavo Madero fue presidente del partido, en que el padrón de militantes tiene graves insuficiencias que lo hacen poco útil para ir a una elección interna sólo entre militantes; por eso pide que el candidato o candidata de su partido sea elegido en una elección abierta, y sobre todo demanda que Ricardo Anaya si quiere competir por la candidatura de 2018 deje la presidencia del partido. Y tiene toda la razón.
Anaya, como Madrazo hace doce años, tiene todo el derecho de querer ser candidato presidencial, pero querer hacerlo desde la presidencia del partido generará una ruptura de la que el PAN difícilmente se recuperará para 2018. Las elecciones del 5 de junio pasado y las gubernaturas logradas pueden ser la base para el asalto panista a Los Pinos o un simple espejismo, todo de acuerdo a cómo el PAN resuelva su proceso interno. Y en ese camino sólo queda una opción: si Anaya quiere competir por la candidatura, debe dejar la presidencia del partido, si quiere ser el líder partidario que encabece el proceso hacia 2018, debe abandonar sus aspiraciones presidenciales, por lo menos para esos comicios, y garantizar piso parejo para los demás aspirantes. Cualquier posibilidad intermedia provocará un cisma que le costará la elección federal al panismo, como le costó al PRI en los comicios de 2006.
Con un elemento que no debería desdeñarse: si se tienen garantías de que desde la presidencia del partido no se operará a favor de una candidatura, se allanará también el camino para otro tipo de acuerdos entre los aspirantes que quizás no requieran llegar a un proceso tan costoso (económica y políticamente) como puede serlo una elección abierta de candidato.
Anaya tiene todo el derecho de buscar la candidatura presidencial, pero como sostiene Moreno Valle, y también Margarita Zavala, no puede hacerlo desde la presidencia partidaria. De esa decisión dependerá, en mucho, lo que suceda con el PAN en 2018.