Un fantasma recorre el mundo
Columna JFM

Un fantasma recorre el mundo

04-10-2016 Es verdad: la gente está harta, enojada con los políticos convencionales, sean de centro, izquierda o derecha, y está ansiosa por ver algo nuevo y en muchas ocasiones, como no lo encuentra, simplemente lo que busca es castigarlos, sobre todo si están en el gobierno. Pero el grado de irracionalidad política que estamos viendo en sociedades muy diferentes, pero unidas por ese sentimiento de hartazgo, muestra ya señales tan globalizadas como demasiado preocupantes.

El “No” de Colombia al acuerdo de paz con las FARC se inscribe, sin duda, en ese ánimo social que vivimos cotidianamente en México. En el caso colombiano se suman, además, muchos otros factores. Estamos hablando de un país que ha sufrido medio siglo de guerra civil y de una organización, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que dejó de ser una guerrilla tradicional para convertirse en una organización militar con profundos lazos e intereses en el crimen organizado, dentro y fuera de Colombia, incluyendo nuestro país, como lo mostramos con los documentos publicados en el libro Las FARC en México (Taurus, 2007) .

Los daños que causaron las FARC a la sociedad colombiana, sobre todo desde los años 80 hasta ahora, han sido terribles: la suya fue una lucha que se alimentó de los recursos del narcotráfico y que tuvo al pueblo colombiano como rehén. Los daños causados por la violencia generalizada y por los secuestros indiscriminados son incalculables.

Nos preguntábamos apenas la semana pasada “cómo se le puede pedir a los colombianos que olviden tantos años de sufrimientos, de asesinatos, de secuestros masivos, de rehenes ocultados en la selva en condiciones inhumanas”. Se dice, agregábamos, “que sin justicia no puede haber paz. Es verdad, pero es una verdad a medias: en este caso para que haya paz, la justicia no puede ser plena. Los desafíos son enormes, pero también lo es la oportunidad de terminar de reconstruir un país hermano como Colombia, precisamente desde la perspectiva de la paz. Démosle una oportunidad”.

El rencor, la insatisfacción, ese ánimo social que está enturbiando al mundo, le negó una oportunidad a la paz en Colombia, como antes, en una decisión irracional, decidió sacar, vía Brexit, al Reino Unido de la Comunidad Europea; dejó como candidato presidencial republicano a Donald Trump (y esperemos que no lo deje en la Casa Blanca); eligió en Filipinas a un presidente como Rodrigo Duterte, que se vanagloria de ser émulo de Hitler; tiene a España con gobierno provisional desde hace un año. Y la lista podría continuar. Es irracional, pero es una irracionalidad a la que hay que tomar muy en serio porque se está extendiendo a nivel global y hace del mundo un lugar mucho más peligroso.

En el caso de Colombia, hay componentes que deben ser analizados por separado: el “No” al acuerdo de paz en el referéndum no significa necesariamente que vaya a volverse de inmediato a la guerra: dependerá en mucho del gobierno de Juan Manuel Santos y de la dirigencia de las FARC, para que puedan mantener un cese al fuego que será precario, pero necesario.

La enorme diferencia es que queda todo en una suerte de tiempo congelado que puede modificarse abruptamente tanto por los grupos de las FARC, que se resistían al acuerdo de paz, como por los cambios en el gobierno: con este resultado, por ejemplo, los partidarios del expresidente Álvaro Uribe (que encabezó la campaña del  “No”) se fortalecen, y aunque por ley Uribe no puede volver a ser Presidente de Colombia, deja el panorama político en la incertidumbre.

Las organizaciones del narcotráfico, que tienen penetradas a las FARC en distintos frentes, también deben preferir que la paz no tenga una oportunidad: Colombia invierte tres veces más que México, como porcentaje del PIB, en seguridad. Buena parte de esos recursos han tenido que destinarse a la lucha contra las FARC y el ELN. El simple hecho que de esos recursos queden libres y se puedan destinar a la lucha contra los cárteles cambia las ecuaciones. El narcotráfico en Colombia votó, también, por el “No”.

Como lo hicieron muchos colombianos honestos que simplemente no querían una paz sin justicia o con una justicia tan acotada. Simplemente no confiaban en que las FARC cumplieran con sus compromisos. Probablemente se equivocaron porque tampoco habrá plena justicia con el “No”. No lograrán acercar la justicia, pero sí alejaron las condiciones de paz. Los pueblos se equivocan, y cuando lo hacen pagan las consecuencias. El “No” tendrá costos para Colombia, pero no lo olvidemos, es un síntoma de una enfermedad social que está recorriendo el mundo, que está presente en México y que se suele alimentar de las redes sociales.

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