31-10-2016 La reciente resolución de la Congregación para la Doctrina de la FE (la ¿antigua? Inquisición) sobre la incineración y la disposición de las cenizas de los difuntos, es un regreso de la iglesia católica a varias décadas atrás y una demostración de que quizás los vientos reformadores del papa Francisco en la Iglesia Católica ya amainaron.
En resumidas cuentas, lo que el Vaticano dice es que se sigue autorizando la incineración de los restos humanos (aunque especifica que prefiere que los mismos sean enterrados) pero que las cenizas no pueden dispersarse ni dividirse ni guardarse en una casa, que deben estar en algún lugar sagrado, como un cementerio o de preferencia alguna iglesia. Con ello pone reversa en una resolución adoptada desde 1963, porque además, establece que quien haya ordenado en su última voluntad que sus restos sean incinerados y depositados en la naturaleza o divididos se le negarán las exequias, o sea un funeral católico. Una barbaridad.
Cualquiera que haya visto el magnífico y multitudinario desfile de día de muertos celebrado este fin de semana en la ciudad de México comprenderá que las disposiciones del Vaticano por lo menos aquí, como en buena parte del mundo, serán simplemente ignoradas. Como soy un no creyente que vive en un mundo de creyentes, quizás la visión que uno tiene sobre la religión y su liturgia puede estar disociadas de la percepción general. Pero no en este tema donde la Iglesia ha cometido un grave error, porque como sucede con los derechos y la participación de las mujeres, incluyendo el aborto, la utilización de los anticonceptivos, los derechos de los jóvenes, en el tema del divorcio, del matrimonio igualitario, la muerte asistida y muchos más, querer decidir lo que una familia, unos deudos hacen con los restos de un ser querido, es intentar conculcar derechos individuales básicos. Es más, ni siquiera se respeta la premisa básica de cualquier persona, del libre albedrío de cualquier humano: decidir cómo vivir y cómo morir.
La decisión es controversial incluso desde el punto de vista teológico. Desde la concepción cristiana, se supone que existe un alma que es la que da vida y abandona el cuerpo a la hora de la muerte. Dice la Iglesia que ella es pastora de almas. Si la verdadera vida que es el alma ya abandonó el cuerpo temporal ¿qué importancia tiene para la Iglesia lo que una persona decida hacer con él después de muerto?. Desde un punto de vista mucho más materialista tampoco es un tema menor: la población mundial ya no está formada por algunos millones de personas sino por miles de millones, si se siguiera a pie juntillas la resolución del Vaticano, simplemente no habría donde enterrar tantos cuerpos o donde depositarlos.
Todo esto huele también a negocio. Como la gente ha tomado la costumbre de depositar las cenizas de sus seres queridos en la naturaleza o guardar parte de esas cenizas cerca suyo, los nichos en las iglesias ya no se ocupan como antes. La industria de la muerte que para la iglesia (como para muchos otros) es muy redituable, deja de percibir ganancias y la propia institución pierde poder, porque pierde esa capacidad intangible pero real de mostrar que puede decidir no sólo en la vida sino en la muerte de sus fieles.
Ese es el verdadero problema. La gente, la sociedad contemporánea, con la incineración y al depositar las cenizas sobre todo en la naturaleza, lo que está buscando es una suerte de trascendencia, de volver a una naturaleza de la que surgió, de la que es parte. Es, de alguna forma, una aspiración de inmortalidad mucho más cercana, más plausible, asequible a la de las almas en cielo. Uno prefiere que sus cenizas vuelvan a la naturaleza en lugar de estar escondidas en un nicho oscuro y olvidado, prefiere un fin que celebre una vida en vez de imaginar su cuerpo descomponiéndose tres metros bajo tierra. La Iglesia, mientras tanto, necesita vender espacios para guardar restos y no puede darse el lujo de que el libre albedrío llegue también tras la muerte.
La réplica
Ejercer el derecho de réplica en los medios cuando una información es falsa o simplemente difamatoria, es un derecho adquirido desde tiempo atrás, aunque en ocasiones se intenta abusar de la réplica y en muchas otras, las más, simplemente se la ignora.
Pero querer, como pretenden el PRD y Morena que se ejerza el derecho a réplica incluso cuando la información es verídica, es una barbaridad que lo único que busca es paralizar el derecho a la libre expresión. El escenario, si se aprobara por la Suprema Corte esa reforma, sería sencillo: los partidos, grupos sociales o económicos, ahogarían en demandas de réplica a cualquier medio o comunicador que consideraran opositor a sus designios o líderes, para simplemente impedirle hacer su trabajo. Cualquier información podría ser objeto de réplica. En ninguna democracia del mundo, el derecho de réplica es entendido o funciona de esa forma. Ojalá que prive la sensatez en la Suprema Corte.