08-11-2016 Más allá de que Hillary Clinton gane las elecciones de hoy en los Estados Unidos, el daño que ha generado la candidatura de Donald Trump en la sociedad de ese país, pero también en las relaciones internacionales y en la lógica política que imperará en muchas naciones y candidatos que se inspirarán en la campaña del empresario para tratar de imponerse electoralmente, está hecho, es una realidad, una herida que tardará mucho en cerrar.
Coincido con quienes califican a Trump no como un simple populista sino como una candidato fascistoide, como la personificación, casi exactamente un siglo después, de un fenómeno racista, excluyente, intolerante, ultraproteccionista, que tiene muchas expresiones en el mundo, pero que ahora ha dejado de ser un componente político marginal en la Unión Americana (aunque siempre ha tenido un fuerte peso social, recordemos que la segregación racial tiene menos de medio siglo de haber acabado en ese país) para transformarse en un modo de entender y ejercer el poder.
Trump representa el modelo que llevó a Estados Unidos y al mundo a la gran crisis de 1929 y a la segunda guerra mundial. El discurso proteccionista y de aislamiento es el mismo; la lógica de romper con sus aliados pero coquetear con las dictaduras también; la proclama incendiaria, el “volver a hacer grande a América de nuevo” (¿alguien le podría explicar a Trump y a sus seguidores que su país, con todos sus pesares, sigue siendo la principal potencia mundial y que las naciones que tienen una mejor calidad de vida que la de Estados Unidos siguen el modelo económico y social exactamente contrario al que plantea el candidato republicano?); la desconfianza en los otros y en el propio destino; la cerrazón, se combinan en sus caso con una exceso de intolerancia, arrogancia y desprecio por los demás, incluyendo el componente racista que hace imposible al escuchar a Trump no regresar a los 30, a los Hitler, Mussolini, Stalin de aquellas épocas, sin olvidar los gobiernos populistas que arrasaron con América latina la siguiente década. Escuchar y ver a Trump es como estar frente a Eichmann controlando redes sociales.
Ese daño ya está hecho: cualquier candidato sabe que puede recurrir a ese discurso, a esa irracionalidad y que puede tener éxito, aunque sea parcial, le alcanza por lo menos para estar en el escenario. Sabe que puede mentir (se ha calculado que un 70 por ciento de las afirmaciones y supuestos datos duros que usa Trump en sus discurso son sencillamente mentiras), insultar, agredir, censurar a la prensa, no pagar impuestos, ser misógino e insultar a las mujeres, racista, agredir a los latinos, los musulmanes, decir que prefiere a los electores que no tienen educación y puede haber un indulto político para todo ello e incluso un premio, aunque Trump no termine ganando las elecciones.
Porque el candidato republicano hará negocios con ese capital político, desde Rusia hasta en los medios: en el país de Vladimir Putin sus inversiones serán, pasada la elección, verá usted, enormes (no en vano ha dicho que Putin es el líder mundial que más admira) sino también en una nueva cadena de televisión ultrarradical, ubicada a la derecha de Fox News, con el que Trump intentará capitalizar su electorado.
Ese electorado que cree que le roban sus trabajos con acuerdos comerciales (aunque en realidad los pierden por la automatización); que los latinos son asesinos y violadores (aunque el índice de delitos cometidos en las comunidades latinas es más bajo que en las comunidades wasp); que a las mujeres si uno es famoso les puede hacer lo que quiera (y que no pueden asumir que si gana Hillary el poder mundial estará apoyado en mujeres: la propia Clinton, Merkel en Alemania, May en Gran Bretaña, Yelen en la Reserva Federal, Lagarde en el FMI), ese electorado generalmente blanco pero pobre, cuya educación lo ha sacado de los círculos productivos y de la esperanza de un futuro mejor, será el que votará por Trump y el que, como ha sucedido durante décadas, será el sector exprimido, explotado por el propio Trump y sus negocios.
Ojalá este martes nos acostemos sabiendo que Clinton será la próxima presidenta de los Estados Unidos, que el partido demócrata ganó por lo menos también el senado y que existen esperanzas de que se pueda integrar a mujeres, latinos, afroamericanos, musulmanes a un mismo proyecto de nación. No es sólo un catálogo de buenos deseos, es una cuestión de seguridad nacional para México. Con Hillary Clinton tendremos los mismos escenarios contradictorios y los mismos problemas que México ha tenido (en algunas ocasiones por responsabilidad de ellos, en muchas otras por la nuestra) con todos los mandatarios estadounidenses, pero con Trump tendremos encima (y lo tendrá el resto del mundo) un huracán categoría cinco, que dijo en su momento Agustín Carstens, cuya capacidad de destrucción, aunque se hayan tomado todo tipo de medidas preventivas, será enorme.