15-11-2016 Para la administración de Donald Trump su verdadero enemigo es China, tanto por la competencia comercial desleal como por la manipulación de divisas, algo en lo que ha insistido a lo largo de su campaña, pero también en sus pocas apariciones después del 8 de noviembre.
Ayer decíamos en este espacio que, según fuentes cercanas al equipo de Trump, México es en ese sentido una pieza necesaria para la próxima administración estadunidense (lo mismo que Canadá) si los tres países juegan con objetivos similares. En el caso de México, las medidas comerciales y de seguridad tendrán que ir de la mano con compromisos diplomáticos específicos.
En todo caso, para comprender mejor qué quiere Trump hay que ver cuál es el cuadro geopolítico que se imagina y por qué su posición es divergente de las corrientes hasta ahora hegemónicas en los propios Estados Unidos. Es verdad que incluso con el Tratado Transpacífico, el gobierno de Obama (y eso no hubiera cambiado con Clinton en la Casa Blanca) trató de implementar una estrategia que limitara comercialmente a China, pero los resultados, como todos los que se han implementado en ese sentido para limitar la expansión china, convertida ya en una gran potencia, han sido infructuosos. La presencia de China en África, América Latina y Asia ha crecido en forma impetuosa.
Lo que estaría planteando Trump es una suerte de guerra comercial en toda la línea, con cambios en equilibrios globales, pero también en los principales paradigmas del orden mundial. Si hay algo que representa los paradigmas actuales en la política internacional es el respeto a los principios surgidos tras las guerras napoleónicas con la llamada Paz de Westfalia. Las consecuencias de aquel tratado fueron la aceptación del principio de soberanía territorial, el principio de no injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los Estados, independientemente de su tamaño o fuerza.
En la práctica, todos sabemos que las cosas no fueron siempre así y que los resultados que devinieron en el último siglo y medio fueron muy desiguales para los diferentes Estados. En su último libro, llamado Orden Mundial, Henry Kissinger propone una suerte de nueva Paz de Westfalia para el mundo, adecuada a los nuevos tiempos, que permita la convivencia entre sistemas políticos, adheridos a unas normas de convivencia básica. Es, básicamente, lo que planteaba también Hillary Clinton.
La administración Trump parece estar pensando en algo muy diferente: con el distanciamiento profundo con China y la creación de bloques que tengan en el centro a Estados Unidos, se plantea un acercamiento, no es un secreto para nadie, con Rusia. En este sentido, considera que Rusia (y Turquía) son las piezas esenciales para acabar con el Estado Islámico y para ir recuperando la estabilidad en Oriente Medio. Por supuesto en ese sentido, pensando en una operación militar antiISIS, la fórmula tendría que pasar por un acuerdo con Rusia que respaldaría a su vez al régimen de Al Assad, para derrotar a esa fuerza terrorista y así cortar tanto el flujo de refugiados hacia Europa y otros países como las propias amenazas terroristas.
Ésa será la principal divergencia con Europa. El orden de Westfalia, como diría Kissinger, es el que se recuperó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y ha marcado la diplomacia internacional. Pero Trump quiere una Europa más activa y más intervencionista y si siente que no compartirá con él sus objetivos, no tendrá temor en alejarse de ella. Aunque pueda parecer para muchos una temeridad, en la lógica de Trump, si no sirve para sus objetivos centrales, la OTAN es una antigüedad onerosa. Prefiere acuerdos puntuales y con naciones específicas.
Por eso, el acercamiento con Gran Bretaña y los líderes del Brexit (que están en su misma lógica) y su alejamiento con François Hollande o Angela Merkel. Trump se inclinará a defender intereses más que principios y en ello tendrá una base de confrontación con los regímenes europeos, por lo menos los más liberales y es la base de acercamiento de Trump con la neoderecha europea, por una parte, y con Putin por la otra.
El otro capítulo central es el de la energía. Trump apostará, no es secreto para nadie, por las energías tradicionales, con todos sus derivados como el fracking, sin excesivas preocupaciones por el calentamiento global. Ésa será también una base de consensos con Rusia, podría serlo con México y sin duda será uno más de los instrumentos para la disputa con China.
Ése es el escenario en que el México tendrá que tomar decisiones respecto a la administración Trump. No serán fáciles ni tampoco todos estos puntos son necesariamente compartibles. Pero en todo caso, para saber cómo se debe enfrentar y relacionar México con Trump, se debe partir de ellos e insistimos, asumir costos o beneficios de una nueva coyuntura internacional que nos involucra y que requerirá hacer política, mucha política.