05-12-2016 El gobierno de China está haciendo un importante esfuerzo diplomático para reemplazar a Estados Unidos en los espacios que la nueva administración Trump se supone que se retirará. Ya han dicho que pueden reemplazar a la Unión Americana en el papel que ese país tendría que desempeñar en el ya defenestrado Tratado Transpacífico. Ante la inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora China también se ofrece ante México para llenar esos espacios.
“Estamos dispuestos a aumentar esfuerzos junto con la parte mexicana para inyectar nueva energía en el desarrollo de estas relaciones en los próximos años y estamos convencidos de que la cooperación va a fortalecerse mucho”, aseguró el embajador de China en México, Qiu Xiaoqi, quien agregó que esa relación “no iría en contra de ningún tercer país, estas relaciones van a tener muchos frutos para la tercera parte”.
Hablamos con operadores cercanos al equipo de Donald Trump en México y nos decían (lo publicamos aquí el 14 de noviembre) que ellos están pensando, sobre todo, en un esquema geopolítico distinto, y que su verdadera agenda pasa por una guerra comercial con China. Y lo demostró la comunicación telefónica de Trump con la primer ministra de Taiwán, que provocó ya una nota diplomática de protesta de Pekín. Para Trump el problema no es México y al contrario, lo requiere como aliado en esa confrontación que creen inminente. Pero lo quiere bajo sus propias condiciones, al igual que a Canadá.
El déficit comercial de Estados Unidos con México es de unos 50 mil millones de dólares anuales. El déficit comercial de México con China es de 50 mil millones de dólares anuales. En otras palabras, esos 50 mil millones que nos deja de beneficio la relación con la Unión Americana no terminan alimentando la economía mexicana y fortaleciendo la relación comercial con EU, sino en las arcas chinas. Esos son los recursos que quiere Trump.
¿Qué es lo que propondrán? No es desaparecer el Tratado de Libre Comercio sino darle una vuelta de tuerca: acrecentar la relación tanto de México como de Canadá para crear una zona estratégica aliada que le permita avanzar en la confrontación económica y comercial con China y los movimientos que ello provocará a nivel global. En nuestro caso eso implicaría cambiar flujos comerciales y apostar por otro tipo de diversificación, incluso en algunos casos en el Pacífico (luego de una readecuación similar que la administración Trump pedirá a Corea del Sur y a Japón), pero también en la relación con EU y sobre todo en nuestro propios procesos productivos.
Si se comienzan a cerrar los lazos con China, sobre todo como proveedor de productos manufacturados, pero también como potencial inversor en grandes proyectos (como lo hubiera sido el tren a Querétaro que ya había generado profundo malestar en Washington mucho antes de que Trump fuera siquiera candidato, y cuando casualmente estallaron los escándalos de Ayotzinapa y Casa Blanca), se tienen que buscar actores regionales o incluso nacionales que cumplan ese papel. Y ese es el papel que quiere jugar ahora Estados Unidos.
La oferta china suena atractiva, pero pensar en una ruptura con Estados Unidos para apostar en una estrecha relación con la nación asiática suena, en nuestra situación, descabellada. En los últimos años China ha penetrado en muchos mercados latinoamericanos, sobre todo en Brasil y en Nicaragua, pero la ventaja comparativa y competitiva que tiene para nosotros la sociedad y el mercado de Estados Unidos y Canadá es inigualable.
El presidente Peña ha dicho que se buscará una renegociación de “ganar, ganar” con Estados Unidos y es una posición sensata. Pero se debe destacar el punto de que la negociación es con Estados Unidos, no sólo con la administración Trump. Se debe trabajar con la Casa Blanca pero también con el Congreso, con las empresas que tienen negocios de miles de millones de dólares en inversiones e intercambio comercial entre los tres países y con la comunidad mexicano-americana además de con la opinión pública.
Como ocurrió en los 90 en la negociación del TLC debe haber varios “cuartos de junto”, donde se analicen todas y cada uno de las propuestas por conocedores e interesados. Y se debe asumir que no necesariamente todo lo que proponga Trump se convertirá en realidad: aplicar impuestos adicionales del 35 por ciento a cualquier empresa que quite una planta de Estados Unidos suena muy bien para una campaña pero como política económica se topará primero con la realidad: las grandes empresas en la actualidad son globales, no nacionales, invierten donde quieren; pero se toparán también con el congreso y con la propia normatividad internacional. Pero precisamente por eso se debe negociar bien, con conceptos estratégicos y sabiendo, además, hacia dónde se quiere dirigir geopolíticamente nuestro vecino, a veces tan pesado, del norte. Asumiendo que no podemos ni debemos cambiarnos de calle.