23-02-2017 Puede ser que, como nos dijo Ildefonso Guajardo en Todo Personal, que lo que existe en el gobierno de Trump respecto a México es, por sobre todas las cosas, falta de coordinación. Así explicaba el secretario de Economía que el mismo día que llegaba la primera delegación mexicana a Washington, Trump publicara la orden ejecutiva antimigrantes y ordenara la construcción del muro, apenas un par de días antes de que iniciara el presidente Peña el primer encuentro oficial con Trump. Una mano, nos dijeron, no sabía lo que hacía la otra.
Puede ser, sobre todo en un gobierno tan poco profesional. Pero que las nuevas normas de migración que atacan directamente a México, fueran dadas a conocer unas horas antes de que llegara a nuestro país el secretario de Estado Rex Tillerson y el del Homeland Security, John Kelly, deja poco lugar a dudas de que es un acto cometido con toda intención. No quieren negociar sino imponer.
En la reunión que tuvo con periodistas, el presidente Peña nos dijo que en el tema Trump hay que dejar que el tiempo también haga su labor, lo mismo que los mercados. Es verdad: México no puede “envolverse en la bandera” para echarse una confrontación en toda la línea con Trump (que es lo que éste quisiera) ni tampoco aceptar pasivamente todas sus agresiones.
Porque eso es lo que es la nueva norma migratoria, una agresión, una provocación: no sólo porque otorga poderes discrecionales para la expulsión de casi ocho millones de personas que viven sin permisos legales en EU (algo que se podría decir que está en su derecho a hacer si no fuera porque en la forma en que están redactados esos lineamientos se violan derechos civiles fundamentales) sino porque además establece que todos esos deportados, sean o no mexicanos serán enviados a nuestro país o, como dice el texto, “al territorio contiguo” desde donde ingresaron a la Unión Americana.
El mismo ordenamiento pide que se especifiquen todas las ayudas “directas e indirectas” que recibe México, con la intención, indisimulada, de que de allí se pueda colgar Trump para decir que el muro “lo pagará México”.
Es verdad que México debe jugar con el tiempo, porque el debilitamiento de Trump es real apenas un mes después de haber asumido el poder. Pero también es verdad que su juego es aumentar la polarización en la sociedad estadounidense galvanizando así a su grupo de seguidores, al tiempo que prepara una reforma fiscal que quizás no sirva para fortalecer las finanzas públicas, pero que de inicio le puede dar beneficios políticos si le reduce los impuestos a las grandes empresas.
México debe atender todos estos frentes dentro y fuera de nuestras fronteras. Un punto central es controlar la inseguridad y también nuestra propia frontera sur. En la lógica de la seguridad y de la geopolítica regional hay mucho por hacer. Por ejemplo, se ha desechado, o postergado, una y otra vez, el establecimiento del corredor Transísmico de Coatzacoalcos a Salina Cruz que daría enormes beneficios de transporte, comunicación, seguridad y control. Ojalá que ahora con la zona económica especial se pueda avanzar en ello.
México no puede convertirse en el cancerbero de la frontera sur, pero debemos comprender también que paradójicamente mucha de la violencia que se vive en el país se nutre de ese descontrol y, de la mano con él, de algo que se había logrado encauzar en los últimos tiempos de Obama y que ahora, con el ordenamiento de Trump, seguramente resucitará: el abandono de miles de deportados en la frontera, sin consulta y comunicación, sin siquiera saber su identidad o nacionalidad. Debemos fortalecer instituciones y políticas para garantizar la seguridad de quienes transitan por México pero también nuestras propias fronteras, no es contradictorio.
Porque además existen fuerzas en torno a la nueva Casa Blanca que necesitan un enfrentamiento con México mucho más duro por la sencilla razón de que un enemigo exterior le sirve a Trump. Y más temprano que tarde nos podemos encontrar con una provocación, con un “ataque” o algo similar efectuado por personajes que “cruzaron ilegalmente” por México lo que les daría hilo argumental.
No es una simple especulación. Entre los que rodean a Trump hay algunos tipos capaces de todo. Milo Yiannopoulus, es un migrante (nació en Grecia y vivió hasta hace dos años en Gran Bretaña de donde se fue a los EU), que odia a los migrantes y pide su expulsión del país. Es un homosexual que es homofóbico y pide que los regresen al clóset. Odia a las mujeres y prefiere que tengan cáncer antes que sean feministas. Y pide que el gobierno deporte no sólo a los migrantes ilegales, sino también a los gordos porque afean a la sociedad.
Milo era el director del portal Breitbart, de ultra derecha y sucedió en ese puesto a Steven Bannon, el ahora consejero de seguridad de la Casa Blanca. Es uno de los ideólogos de Trump, quien lo defendió públicamente. Tuvo que renunciar a Breitbart después de que se divulgaron entrevistas suyas defendiendo, abiertamente, la pederastia. Son capaces de todo.