02-05-2017 Qué bueno para Donald Trump que pudo pasar el aniversario de sus cien días de gobierno lejos, como él dice, “del pantano de Washington“. Qué pena que para hacerlo se haya tenido que inventar un acto en Pennsylvania, huyendo de la tradicional cena de los corresponsales de prensa en la capital estadounidense.
Es el primer presidente en décadas que no va a esa cena, más que por sus diferencias profundas con los medios (y como no con esa maldita costumbre de los medios serios de mostrar que la mayoría de sus datos y dichos son falsos o simples inventos) quizás porque, le recuerda aquella otra cena de corresponsales donde el presidente Obama lo puso en ridículo por la disparatada acusación de Trump de que el mandatario había nacido en África.
No importa, Trump tuvo su fiesta en Harrisburg, lejos de Washington, y allí dijo que llevaba cien días, “cumpliendo una promesa tras otra” y descargó su discurso tradicional contra México y los medios. No es que esos discursos de odio no tengan efecto: lo tienen sobre todo en una sociedad en la cual, con la venía presidencial, se puedeahora odiar, discriminar, agredir abiertamente sin que pase nada. Lo mismo se venden camisetas con slogans racistas que se discrimina abiertamente y se abren, por orden presidencial, oficinas especiales para denunciar crímenes convertidos por migrantes contra WASP o white trash (unos y otros, los principales admiradores de Trump).
Pero más allá de eso, ninguna de las medidas que ha querido implementar Trump contra México y los mexicanos ha avanzado. El miércoles de la semana pasada la administración Trump espantó a los mercados (y a los gobiernos) anunciando que estaba a punto de firmar una orden ejecutiva para dejar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En realidad, fue una declaración para distraer la atención de algo mucho más importante. El congreso, dominado por su propio partido, el republicano, había echado para atrás la mayoría de sus demandas presupuestales, incluyendo el pedido de recursos paraconstruir el muro en la frontera con México. Se estuvo a punto de provocar el cierre del gobierno, que es lo que sucede cuando no se llega a un acuerdo presupuestal y por ende se cierran muchas dependencias gubernamentales hasta que se dé un acuerdo. Trump no podía darse ese lujo de cerrar el gobierno luego de una serie sucesiva de derrotas legislativas, no doblegó al congreso y entonces desde el área que todavía domina Steve Bannon, el gran creador de noticias falsas, se lanzó el trascendido de que Trump sacaría a Estados Unidos del TLC.
Los mercados y los gobiernos de México y Canadá reaccionaron, pero más allá de eso Trump se topó con otra realidad: muchos productores estadounidenses y sus representantes en el congreso, sobre todo del sector agropecuario, uno de los grandes beneficiarios del TLC, se movilizaron inmediatamente para presionar en el Capitolio y en la Casa Blanca. Y para mayor paradoja esos productores son de los estados del centro de la Unión Americana, como Wisconsin, que son los que le dieron el triunfo, y los recursos, a Trump. Cuando se produjeron las llamadas con el presidente Peña Nieto y el primer ministro Trudeau, ya estaba decidido que tenía que renegociar, no salir del TLC,aunque el trascendido hubiera servido, como sirvió, para esa base trumpiana a la que se le vende, como ocurrió luego en el acto de Pennsylvania, que estos cien días han sido casi revolucionarios.
En síntesis, Estados Unidos no se saldrá del TLC porque no puede hacerlo y por el contrario, quizás se pueda tener una negociación más rápida como querían México y Canadá.
Otro tema, la seguridad. Mientras en el mismo acto de Harrisburg, Trump le decía a sus simpatizantes que tendrían que elegir entre él y los narcotraficantes, entre el muro y la inseguridad, sólo unos pocos días atrás, el 18 de abril, el secretario de seguridad interior, el general John Kelly, decía ante el Congreso que la relación con México estaba “en buena forma, con buena coordinación, con buena alianza con el gobierno de México, con el ejército mexicano y las agencias de la aplicación de la ley“. Y reconocía que “ellos (México) sufren por nuestra demanda de drogas, tenemos que reconocerlo”.
Mientras tanto, en el muro existente, el que cubre buena parte de la frontera con Baja California, las autoridades migratorias abrían una puerta para que se pudieran comunicar, abrazar, juntar aunque sea por un momento, familias separadas por esas mismas políticas migratorias.
No es el pantano de Washington el que tiene atrapado a Trump, es simplemente ese fenómeno llamado la realidad. Ese es el muro que no puede superar, pese a que lo disimule con discursos y campañas de odio, con declaraciones siempre contradictorias y enfrentadas entre sí. Y la realidad marca que México le resulta indispensable a Estados Unidos en el comercio y la economía, en la seguridad y en la mano de obra. Eso no lo puede cambiar ningún discurso.