Fahrenheit 451, versión López Obrador
Columna JFM

Fahrenheit 451, versión López Obrador

La historia, por lo menos la más conocida, comenzó en el 367 DC, cuando el obispo Anastasio hizo que se quemaran todas las versiones del evangelio que no eran aceptadas por la jerarquía católica de entonces. Desde entonces la quema de libros se convirtió en norma. Si a principios del siglo XIX, Heine dijo que donde se quemaban libros finalmente se quemaba gente, en los años 30 del siglo pasado, los nazis comenzaron a quemar libros, arte y gente, sin reparos.

La historia, por lo menos la más conocida, comenzó en el 367 DC, cuando el obispo Atanasio hizo que se quemaran todas las versiones del evangelio que no eran aceptadas por la jerarquía católica de entonces. Desde entonces la quema de libros se convirtió en una norma. Si a principios del siglo XIX, Heine dijo que donde se quemaban libros finalmente se quemaba gente, en los 30 del siglo pasado, los nazis comenzaron a quemar libros, arte y gente, sin reparos. Como si eso no hubiera sido suficiente, lo mismo hicieron los estadounidenses durante la caza de brujas del macarthismo. O lo hace hasta el día de hoy el régimen de Fidel Castro, como antes lo hicieron las dictaduras del cono sur.

Cuando en este espacio escribimos hace ya tiempo que López Obrador no representaba una opción de izquierda sino una concepción conservadora, intolerante y mussoliniana de la política, algunos se indignaron. Pero cada día que pasa, tanto él como sus más cercanos colaboradores parecen ratificar aquel juicio. Ya hemos platicado cómo, antes de la elección su gente más cercana se encargó de recorrer medios de comunicación “indicando” qué comunicadores podrían seguir trabajando y cuáles no después de la “victoria” de su candidato. Ahora nos están haciendo otra demostración de cómo hubieran gobernador de haber llegado al poder: el historiador Carlos Tello Díaz escribió un buen libro titulado 2 de julio, una crónica hora por hora de lo sucedido aquel día. Como en todo texto, puede haber algunos errores y apreciaciones del autor con las que se puede o no estar de acuerdo. Pero en general, Tello Díaz en ese libro hace una muy buena recuperación de lo sucedido en un día histórico, donde lo más notable es lo endeble del sistema de valores de muchos de los personajes más cercanos a López Obrador y del propio ex candidato. Hay una línea en el libro que ha servido como inspiración a los Guy Montag (el personaje, el bombero de la novela Fahrenheit 451, que se encargaba no de apagar incendios sino de quemar los libros considerados inconvenientes para el régimen) del lopezobradorismo: aquella en la que Carlos dice que López Obrador terminó reconociendo ante un grupo de cercanos colaboradores que había perdido las elecciones.

En otro contexto no sería más que una frase intrascendente que no determina nada: López Obrador sabía que había perdido porque así lo indicaban sus propias encuestas (y es una vergüenza que Ana Cristina Covarrubias ahora quiera deslindarse de lo que ella misma dijo en un seminario del IFE sobre el tema, pero sabemos que el color del interés todo puede teñirlo) y sabe, hasta el día de hoy, que no tiene una sola prueba que reafirme su teoría del fraude. Simplemente, esa misma noche dijo que había ganado por 500 mil votos como pudo haber dicho por un millón o más: la estrategia ya estaba definida, lo que no se había podido ganar en las urnas se ganaría en las calles y mediante la presión de la gente. Es lo que siempre había hecho López Obrador y le había salido bien ¿por qué tendría que cambiar ahora?.

Tello Díaz ni siquiera se atreve a exponerlo en esos términos. Carlos termina siendo incluso políticamente correcto para no herir, en ese capítulo tan delicado, susceptibilidades. Pero ello no ha impedido que los camisas pardas del lopezobradorismo se lancen contra el autor y el libro como si quemándolos a ambos se acabaran sus contradicciones y mentiras. La campaña que ha sufrido Tello Díaz de parte de esas hordas de quema libros es infame y debería indignarnos a todos, se simpatice o no con López Obrador. No sé ni me interesa saber si el tabasqueño pronunció la palabra “perdí”. Los hechos demuestran en todo caso que lo suyo nunca fueron los hechos, la realidad, ni siquiera la confrontación de la información con los datos duros de esa realidad (¿dónde está, por ejemplo, la famosa encuesta en la que decía, hasta el último día de la campaña, que ganaba por diez por ciento de los votos?, nunca existió, era una mentira más de un candidato que no se caracterizó por decir la verdad). Lo que me parece indignante es que los personajes como Gerardo Fernández Noroña se encarguen ahora de tratar de boicotear la presentación de un libro, de amenazar a un autor y una editorial por publicar algo con lo que no están de acuerdo. Eso en política tiene un nombre y se llama totalitarismo, se presente con el sello de izquierda o derecha. Y es indignante que ninguno de los personajes que gravitan en torno a López Obrador se indigne o proteste contra esos compañeros de ruta que hacen de la intimidación y la censura su sello personal. ¿Se acuerda Jesusa Rodríguez de quienes la defendieron, la defendimos, cada vez que Provida intentaba censurar sus obras?¿se acuerda Elena Poniatrowska que escribió La Noche de Tlatelolco?¿se acuerda Federico Arreola que alguna vez dirigió un periódico?¿se acuerda Luis Mandoki que alguna vez hizo cine y se quejó de la censura?¿dónde están esos personajes que se dicen de izquierda a la hora de exigir a sus propios compañeros de ruta que respeten el derecho de los otros a expresarse libremente?. Recordar a Voltaire es, al respecto, casi un lugar común: “no estoy de acuerdo con lo que dice pero defendería con la vida el derecho a que lo exprese” sostuvo el enciclopedista francés y, desde entonces, ello se ha convertido en uno de lo valores liberales y democráticos del mundo contemporáneo.

Hoy se presentará el libro de Carlos Tello Díaz y la presentación está amenazada por estos neofascistas que no aceptan que el mundo, y sus verdades, sean más amplias, menos angosta que la mentalidad de sus líderes. Como mínimo debemos exigir que Tello Díaz pueda presentar su libro, con sus invitados, sus amigos y sus analistas en paz, sin sufrir provocaciones fascistoides. Si a López Obrador, Fernández Noroña o sus camisas pardas, no le gusta ese o cualquier otro libro, que no lo lean.

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