Los mismos muertos, las mismas armas
Columna JFM

Los mismos muertos, las mismas armas

Ha sido el lunes pasado un día negro: 32 jóvenes muertos en la prestigiada Universidad Tecnológica de Virginia; en México, 20 asesinatos productos del ajuste de cuentas entre grupos criminales y el secuestro de por lo menos tres personas relacionadas con esos hechos. Fueron Virginia, en EU, y México, los dos puntos más violentos del planeta ese día, por encima de Irak y Afganistán.

Ha sido el lunes pasado un día negro: 32 jóvenes muertos en la prestigiada Universidad Tecnológica de Virginia; en México, 20 asesinatos productos del ajuste de cuentas entre grupos criminales y el secuestro de por lo menos tres personas relacionadas con esos hechos. Fueron Virginia, en EU, y México, los dos puntos más violentos del planeta ese día, por encima de Irak y Afganistán.

Se han dado innumerables explicaciones sobre el enésimo ataque de un joven cargado de armas contra sus compañeros de escuela en Estados Unidos. Respecto a la violencia generada por el narcotráfico y la lucha en su contra en México, todo mundo tiene sus teorías, algunas sensatas, otras descabelladas y otras que forman parte de las coartadas de los grupos criminales. Pero deberíamos preguntarnos con seriedad porqué más allá del ataque de locura de un estudiante surcoreano o la venganzas de los narcotraficantes contra sus rivales se pueden producir estos hechos. Debemos preguntarnos porqué en naciones que tienen, también, por ejemplo, una fuerte presencia del crimen organizado, el número de víctimas no es tan alto o porqué es tan fácil y “barato” legal y socialmente, matar a alguien en México. Y las respuestas de fondo la tendremos en el tema de las armas.

Los datos ahí están, mientras en la mayoría de las naciones europeas, incluyendo las profundamente permeadas por las mafias de todo tipo como son las ex repúblicas socialistas de Europa del Este, Japón u otros puntos de Asia (como Hong Kong, con fuerte presencia del crimen organizado), las cifras de asesinatos provocados por armas de fuego apenas suman decenas o en algunos casos extremos unos pocos centenares al año, en Estados Unidos, el año pasado, la cifra superó los 12 mil, mientras que en México, contando sólo los derivados de ajustes de cuentas entre grupos criminales, tuvimos unos cuatro mil y este año todo indica que se superará esa meta. No es que existan mafias mejores o peores, más o menos violentas: la violencia está en el origen de esas organizaciones. La diferencia está en el acceso a las armas.

En ninguna democracia del mundo es más fácil hacerse de todo tipo de armas que en Estados Unidos: es sencillo y es legal. Cualquiera puede comprar prácticamente todo tipo de armas de alto poder. El presupuesto de la industria militar fue el año pasado de 400 mil millones de dólares y obviamente la mayor parte de esos recursos fueron para la llamada guerra contra el terrorismo, pero la industria fabricó armas portátiles como nunca antes. Las casas y las calles de la Unión Americana están inundadas de armas y la violencia, de todo tipo, viene de la mano con ellas.

En nuestro caso, todo México también está inundado de armas: en cualquier lugar del país se pueden adquirir armas de todo tipo por cantidades ridículas. Pero México no es un gran fabricante de armas: casi todas ellas provienen, en la enorme mayoría de los casos en forma ilegal, de los Estados Unidos. Se ha dicho muchas veces, pero se debe insistir en ello: es verdad que buena parte de la droga que llega a la Unión Americana pasa por México, pero esas mismas redes sirven para que las armas que utilizan los narcotraficantes se envíen desde Estados Unidos a nuestro país. La diferencia es que cuando se insiste en ese punto (y no se ha insistido diplomáticamente demasiado) la respuesta es que, simplemente, la venta de ese armamento del otro lado de la frontera es legal.

Personalmente me parece una locura que se permita vender armas automáticas de grueso calibre con la excusa de que son para defensa personal o para cazar (como si alguien pudiera cazar un ciervo con un AK-47) y resulta absurdo que se puedan comprar armas y balas hasta en los supermercados, pero el problema es más grave porque esas armas para ingresar a México deben cruzar la frontera. Y nadie duda de la corrupción que existe en nuestros controles fronterizos, pero aparentemente esa corrupción no es menor del otro lado: de la misma manera que pasa la droga hacia el norte, pasa hacia el sur, con mucha mayor facilidad aún, el armamento. Conocemos las cifras de decomisos de droga pero no conocemos ningún dato significativo del decomiso de armas, del otro lado de la frontera, que intentan pasar de la Unión Americana hacia México. El hecho es que ni se controla la venta de esas armas ni se controlan las fronteras para evitar que ingresen a nuestro país.

No es verdad que si hubiera un exhaustivo control del ingreso de armas hacia México se acabaría con la violencia, como es falso que el consumo de drogas en Estados Unidos caería drásticamente si se destruyera al crimen organizado en México. Los temas son mucho más complejos y requieren respuestas en la que intervienen muchos factores internos y multinacionales. Pero en éste, como en todos los desafíos de política pública, existe un punto clave y ese pasa por las armas y el dinero, con la diferencia de que es más sencillo controlar la venta y el tráfico de armas, que la circulación del dinero en los mercados internacionales. Incluso es más sencillo controlar el tráfico de armas que el de drogas, por una simple relación de volumen: ocultar un kilo de heroína es mucho más sencillo que un fusil de asalto.

Si Estados Unidos modifica o no su política respecto a la venta interna de armas es una cuestión de política interna: será decisión de nuestro vecinos seguir teniendo masacres como la de Virginia o no. La influencia de la Asociación Nacional del Rifle y de la industria armamentista en su política es demasiado alta para esperar cambios. Pero sí se puede y se debe, desde México, tener una política mucho más firme, más exigente, respecto al control y la venta de armas, legales y clandestinas, en y hacia nuestro país. Los muertos de Virginia y los de Michoacán, Veracruz, Sonora, Guerrero, el DF, han sido asesinados, finalmente, con unas mismas armas que tienen un mismo origen.

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