Calderón, Espino y el abrazo que no fue
Columna JFM

Calderón, Espino y el abrazo que no fue

El sábado, el presidente Calderón pidió una profunda renovación política y generacional de su partido, el PAN. Su participación en la reunión juvenil del PAN fue la más explícita sobre el futuro del mismo que ha realizado Calderón desde que es presidente de la república. Habló de un relevo generacional ?ordenado y generoso?, que es lo único dijo, que los convertirá ?en una alternativa seria, viable, cercana y libre?. Fue enfático también en un punto en el que ha insistido desde la campaña y que ha constituido una de sus mayores diferencias con la actual dirignecia panista: la necesidad de abrir ese partido a nuevos cuadros, a nuevos sectores y a alianzas con la sociedad mucho más activas.

El sábado, el presidente Calderón pidió una profunda renovación política y generacional de su partido, el PAN. Su participación en la reunión juvenil del PAN fue la más explícita sobre el futuro del mismo que ha realizado Calderón desde que es presidente de la república. Habló de un relevo generacional “ordenado y generoso”, que es lo único dijo, que los convertirá “en una alternativa seria, viable, cercana y libre”. Fue enfático también en un punto en el que ha insistido desde la campaña y que ha constituido una de sus mayores diferencias con la actual dirignecia panista: la necesidad de abrir ese partido a nuevos cuadros, a nuevos sectores y a alianzas con las sociedad mucho más activas. No lo dijo en Puebla, pero el ejemplo suele ser lo sucedido en el panismo del DF, donde ese partido tiene un puñado de personajes que son aceptados como “militantes”, mientras tienen más de cien mil “adherentes” a los que no se permite ingresar con plenos derechos al partido, con consecuencias nefastas para la operación política y electoral (Calderón no olvida, por ejemplo, que la peor organización electoral del país el dos de julio se dio en el DF, porque la dirección nacional y local del partido blanquiazul no quiso aceptar apoyo de simpatizantes y terminó cubriendo sólo un porcentaje muy bajo de casillas y abandonó a Demetrio Sodi, al que no consideraban uno de los “suyos”). Ese puñado de “militantes” terminó secuestrando al partido y aprovechándose de sus prerrogativas al tiempo que se alejaba de la ciudadanía. Calderón quiere que su partido se abra a distintos sectores y sabe, además, que sólo eso puede garantizarle un mayor respaldo social y político, pero también que es la única vacuna para alejar al panismo de la extrema derecha que él y otros dirigentes (como el recordado Carlos Castillo Peraza, que la semana pasada tendría que haber cumplido 60 años) han visto como el mayor peligro interno desde mucho tiempo atrás.

Por si fuera necesario explicitar aún más los símbolos, el presidente Calderón, en la reunión del sábado en Puebla, abrazó a cada uno de los miembros de la dirigencia nacional menos a uno, a Manuel Espino, a quien le dio un simple apretón de manos, un método que ha adoptado el presidente Calderón en sus encuentros públicos para demostrar el grado de acercamiento o distancia con distintos personajes. Y eso se ha aplicado a Espino pero también a otros, incluyendo gobernadores: una cosa es la relación institucional, otra la personal o la simpatía política. En el futuro habrá que poner mucha atención a cómo saluda en los actos públicos Calderón, porque ello ha pasado a ser un mensaje. Por lo pronto, Espino recibió un frío saludo de mano.

Hay en ese conflicto una confusión: no se trata de un problema personal. Ricardo Alemán, ayer en El Universal, acierta al establecer que el presidente Calderón en el escrito publicado la semana pasada sobre Castillo Peraza le está tendiendo una mano a la izquierda (y yo diría que también al priismo) para reeditar con ellos acuerdos similares a los que se produjeron en la segunda mitad del sexenio salinista. También le estaba dando línea a su propio partido respecto a cómo le veía de cara al futuro. Como bien dice Ricardo, no se trata sólo de acuerdos puntuales, sino de la revisión del papel del panismo, y de cómo quiere ubicarse en la geografía (y la geometría) política del país.

Lo más grave de la gestión de Espino no es el nivel político de ese dirigente o su capacidad para destruir en horas los acuerdos que otros generaron en semanas de trabajo, tampoco la supuesta búsqueda de “independencia” del partido respecto al gobierno que es, en realidad, una coartada para tratar de preservar posiciones personales y de grupo que tampoco responden a los intereses del propio panismo. Lo más grave es que la suya es una estrategia que condena al panismo a no tener aliados, porque esa es la única manera de preservar los espacios de poder personales y de grupo.

El PAN de Espino quiere convertirse en un referente de la derecha en América Latina y el mundo, sin entender, siquiera a qué están jugando. Si tuvieran una formación política un poco más sofisticada comprenderían, por ejemplo y ya que están tan entusiasmados con el Partido Popular de España y con el ex presidente de gobierno, José María Aznar, que unas han sido las posiciones de ese partido en el poder y otras en la oposición. Que como se aproximan las elecciones en España, la “crispación” (un término que utilizaba con acierto precisamente Castillo Peraza en aquellos convulsos años 90) se canaliza hacia temas que pueden hacer la diferencia electoral, como las negociaciones con ETA, pero que, cuando el PP gobernó, trató de aprovechar los espacios que le dejaba el PSOE para lograr fuertes acuerdos internos, como los establecidos con Convergencia y Unión y con el Partido Nacionalista Vasco, con los que ahora, en la oposición, mantiene diferencias importantes, que no le impidieron en largos momentos gobernar con ellos. Espino no lo entiende (o no quiere entenderlo) porque en los hechos actúa como el dirigente de un partido de la oposición…para oponerse al gobierno de su propio partido. En todo ello ha encontrado un aliado en el ex presidente Fox, al que ha convencido que él también debe formar parte de esa oposición y de algunos ex funcionarios que legítimamente quieren continuar o redimensionar su carrera, sin comprender que así la están hipotecando sin posibilidad de recuperarla.

La renovación generacional es una exigencia en todos los partidos. Pero en el caso del PAN esa renovación implicará, si el calderonismo logra convencer de su visión de las cosas en el próximo consejo nacional, llevar al panismo hacia espacios de centro derecha modernos y en el mejor sentido de la palabra, liberales. Hoy, Espino representa todo lo contrario.

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