¿Cómo evaluar la guerra contra el narcotráfico?
Columna JFM

¿Cómo evaluar la guerra contra el narcotráfico?

El término guerra contra el narcotráfico es tan desafortunado como el de la guerra contra el terrorismo: no se trata de guerras en el sentido tradicional, con frentes de batalla definidos, donde uno puede seguir el curso de las batallas, los avances y los retrocesos de los adversarios.
En todo caso se parece mucho más a las guerras contra movimientos guerrilleros, con la diferencia que éstos, cuando realmente están en condiciones de luchar por el poder, asumen las formas de ejércitos. El narcotráfico no quiere el poder, quiere el control de zonas, de territorios, incluso de estructuras claves de poder.

El término guerra contra el narcotráfico es tan desafortunado como el de la guerra contra el terrorismo: no se trata de guerras en el sentido tradicional, con frentes de batalla definidos, donde uno puede seguir el curso de las batallas, los avances y retrocesos de los adversarios. En todo caso se parece mucho más a las guerras contra movimientos guerrilleros, con la diferencia de que éstos, cuando realmente están en condiciones de luchar por el poder, asumen las formas de ejércitos que se tienen que hacer con él. En la guerra contra el narcotráfico (y lo mismo sucede en la llamada contra el terrorismo), la realidad es diferente: el narcotráfico no quiere el poder per se, quiere el control de zonas, de territorios, incluso de estructuras claves de poder, pero no lo necesita para sus hombres, sino para que el estado funcione (o deje de hacerlo) en torno a sus intereses. Todo lo que desestabilice al Estado, todo lo que lo debilite, los fortalece y beneficia: la violencia por lo tanto se ejerce en forma sistemática y sin tener que seguir una lógica “política” o de guerra convencional. Cuanto más se confunde, cuanto más se obliga a dispersar las fuerzas que combaten al crimen organizado, más se fortalecen esos grupos, esos espacios son los que buscan ganar. Los grupos del narcotráfico, al igual que los terroristas de Al Qaeda y de otras organizaciones similares no quieren tomar el poder en los países de Occidente sino debilitarlos, desestabilizarlos, hacerlos caer en la ruptura de su propio orden institucional. Su triunfo es la derrota, por una suerte de derrumbe interior, del Estado. Por eso no sé si el término correcto, en el caso de terrorismo o del narcotráfico, es el de guerra pero no hay otro mejor con qué reemplazarlo.

Hay quienes confunden, por ejemplo,  la lucha contra el terrorismo con la intervención en Irak y hacen una analogía entre el evidente empantanamiento que sufre allí la administración Bush con la situación que se vive en México en términos de la lucha contra el narcotráfico. Es un error de grandes dimensiones: la llamada guerra contra el terrorismo ha tenido muchos capítulos oscuros y generado excesos, pero es una batalla multinacional, aprobada por las Naciones Unidas y que ha permitido darle fuertes golpes a buena parte de las principales organizaciones terroristas internacionales. Por supuesto que ha habido atentados como los de Londres y Madrid, pero en realidad, comparado con las expectativas que existían después del 11-S, las consecuencias han sido mucho menores y ello refleja el éxito parcial de esa “guerra”. Cualquiera que haya seguido el tema de la intervención en Irak (y allí está, por ejemplos, la trilogía de Bob Woodward para documentarlo) sabe que la misma fue decidida con la excusa de la guerra contra el terrorismo, pero que los objetivos que llevaron a intervenir en Irak no tenían relación con el terrorismo o las armas de destrucción masiva.

La analogía de la guerra contra el terrorismo con la lucha que se lleva a cabo en México (o en Colombia) contra el narcotráfico es válida si se descarta el capítulo Irak, que tiene otros componentes y realidades (sería como si a alguien se le ocurriera invadir Cuba con el argumento de que es un lugar de paso de drogas hacia Estados Unidos y decir que es parte de la guerra contra el narcotráfico). El combate contra el narcotráfico debe ser necesariamente multinacional, como lo es el negocio que se busca combatir, con un fuerte componente nacional porque la realidad de los distintos países impone estrategias diferenciadas. La información, la inteligencia, la capacidad de operación son vitales y deben ser comunes, pero también existe un principio básico: impedir el control de territorios por los propios grupos del crimen organizado.

En ese sentido, es muy difícil evaluar los resultados de esa guerra en México. Sin embargo se pueden sacar algunas conclusiones: ha aumentado la violencia porque ha aumentado la presión contra los grupos involucrados y se les ha quitado (o intentado quitar) espacios en los territorios que controlaban. Existen estados que han tenido fuertes brotes de violencia, pero en otros la misma ha disminuido: en Michoacán la espiral de violencia ya había comenzado desde el año pasado y se ha acrecentado porque fue uno de los territorios en donde mayor control alcanzó el narcotráfico sobre todo a lo largo del 2006, con los grupos más poderosos confrontados entre sí. Han crecido la violencia en Nuevo León porque, de alguna manera se trasladaron allí los que se estaban dando en Tamaulipas, donde éstos han sido menores, en número, que en el 2006. De la misma manera esa violencia se ha trasladado a Veracruz y buena parte del enfrentamiento en Michoacán y Veracruz ha tenido fuertes derivaciones en Tabasco.

Pero si se analiza con mayor detenimiento lo que está sucediendo tendremos dos constantes: primero, los mayores hechos de violencia se han dado en las regiones directamente relacionadas con puestos de entrada marítimos, que es por donde llega buena parte de la droga que ingresa al país, tanto cocaína como precursores químicos para drogas sintéticas. Estamos hablando de Michoacán, Guerrero, Oaxaca, en el Pacífico y Veracruz y Tabasco, en el Golfo. La otra constante es que en muchos de esos estados habrá elecciones este año, lo que le otorga a estos enfrentamientos un carácter político adicional, como soterradamente lo revelan, también, las declaraciones de ciertos políticos y el tratamiento de algunos medios a los hechos que se han generado en esos mismos estados. Paradójicamente, son esas reacciones y su tono, las que podrían indicar, a falta de un parte de guerra público sobre la marcha de las cosas, que los operativos han tenido más éxito de lo que algunos suponen.

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