El mapa de la guerra perredista
Columna JFM

El mapa de la guerra perredista

El PRD sigue pagando los costos de la larga cruda lopezobradorista. No sólo por la radical caída en las preferencias electorales: hoy López Obrador es el político con mayor cantidad de opiniones negativas, sobrepasando incluso a Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo y su partido ha regresado a su nivel electoral de antaño, por debajo del 20 por ciento y con la posibilidad de caídas mayores si tomamos en cuenta de que en Yucatán estuvo a punto de perder el registro; que en Baja California no llega ni al 3 por ciento, que en Michoacán su guerra interna puede desembocar en un triunfo panista; que en el resto del país no ha podido siquiera reeditar la coalición que llevó con el PT y Convergencia a las elecciones del 2006. En el Congreso, López Obrador ha dado la orden de que la única línea es oponerse a todo y no participar en el proceso legislativo. En pláticas privadas la gran mayoría de los perredistas aceptan que es una locura, que están perdiendo todo y que, menos que nunca antes, López Obrador ni siquiera los escucha. Pero nadie se atreve, por lo menos hasta el congreso de agosto, a distanciarse de él. Y los sectores duros del ?movimiento? están haciendo todo para evitar que haya indisciplinas a la hora de renovar la dirección del partido.

El PRD sigue pagando los costos de la larga cruda lopezobradorista. No sólo por la radical caída en las preferencias electorales: hoy López Obrador es el político con mayor cantidad de opiniones negativas, sobrepasando incluso a Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo y su partido ha regresado a su nivel electoral de antaño, por debajo del 20 por ciento y con la posibilidad de caídas mayores si tomamos en cuenta de que en Yucatán estuvo a punto de perder el registro; que en Baja California no llega ni al 3 por ciento, que en Michoacán su guerra interna puede desembocar en un triunfo panista; que en el resto del país no ha podido siquiera reeditar la coalición que llevó con el PT y Convergencia a las elecciones del 2006. En el Congreso, López Obrador ha dado la orden de que la única línea es oponerse a todo y no participar en el proceso legislativo. En pláticas privadas la gran mayoría de los perredistas aceptan que es una locura, que están perdiendo todo y que, menos que nunca antes, López Obrador ni siquiera los escucha. Pero nadie se atreve, por lo menos hasta el congreso de agosto, a distanciarse de él. Y los sectores duros del “movimiento” están haciendo todo para evitar que haya indisciplinas a la hora de renovar la dirección del partido.

No será sencillo porque los dos grandes actores en ese proceso serán Jesús Ortega y Alejandro Encinas. El primero es el líder de la corriente Nueva Izquierda al que, una y otra vez, López Obrador le ha cerrado el camino, a pesar de que fue quien manejó el partido durante la presidencia del tabasqueño (por supuesto, nunca le reconoció públicamente su trabajo en la secretaría general en esa etapa, la de los mayores éxitos electorales del perredismo, que López se atribuyó a sí mismo); le impidió ser presidente del PRD en un par de oportunidades, la última para imponer a un hombre sin militancia como Leonel Cota; lo hizo a un lado en la competencia por el gobierno del DF, para impulsar a otro hombre sin militancia en la izquierda, como Marcelo Ebrard. Y ahora, cuando Ortega ha vuelto a decir que quiere el partido, la respuesta es que el abanderado de López Obrador es Alejandro Encinas, quien mostró suficiente disciplina en el DF, sobre todo en la etapa del plantón como para salir con pésimas calificaciones ciudadanas pero con el respaldo de su jefe.

En el caso Encinas, que comienza a repetirse con Ebrard, se sintetiza el drama del perredismo: si sus funcionarios gobiernan para la ciudadanía, con todo lo que ello implica, incluyendo la colaboración interinstitucional, son estigmatizados por el “líder”. Si siguen incondicionalmente la línea de éste, la ciudadanía los rechaza y desde su propio partido les organizan la oposición. Y lo mismo se aplica a Amalia García en Zacatecas o Lázaro Cárdenas en Michoacán que con la Asamblea Legislativa del DF que encabeza el dirigente de Nueva Izquierda, Víctor Hugo Círigo. Por ahora se salvan Narciso Agundiz porque Baja California Sur se ha convertido en el lugar de recreo y descanso de la nueva familia López Obrador y Juan Sabines, en Chiapas, porque su peso y su elección poco tuvieron que ver con la capacidad real del PRD en el estado. Gobernar para la ciudadanía o para el líder, ganar puntos entre la gente u obtener el visto bueno del jefe, esa es la decisión que deben tomar cotidianamente los gobernantes perredistas. Y mientras sigan atados a la disciplina del líder, que nada tiene que ver con la de su propio partido, pierden votos y adhesiones.

Y también se incrementa el fraccionamiento interno, inducido desde el propio liderazgo del “movimiento”, siguiendo aquella máxima de “divide y vencerás”, aunque en esta ocasión los límites del triunfo sean tan estrechos.

Veamos si no es así. En el DF, Ebrard se ha tenido que doblar a las presiones del sector bejaranista, supuestos aliados que cada vez que se aparta un centímetro de lo que ellos exigen, lo golpean. Si Marcelo contrata a la empresa de Pedro Aspe para tratar de evitar que la deuda que le dejaron se torne inmanejable, las críticas más punzantes la hace Dolores Padierna. Si da un ultimátum para desalojar la plaza de la República, llega la orden del jefe de que no se vayan los manifestantes y Ebrard termina haciendo el ridículo. Si la ALDF y el Congreso mexiquense organizan una interparlamentaria para coordinar las leyes y el trabajo de toda el área metropolitana, Ebrard cancela su participación a última hora para no encontrarse con el secretario de Gobernación desaira a sus propios legisladores; si el gobierno federal hace una millonaria inversión ecológica en Azcapotzalco, el gobierno local no envía a nadie al acto. Eso sí, en Nueva York, en la gira organizada por Alan Stoga, un destacado miembro del muy izquierdista buffete de Henry Kissinger, Ebrard, interrogado por empresarios locales, asegura que la colaboración con el gobierno federal es plena. Pero aquí lo desmiente.

Mientras tanto, ha hecho innumerables gestiones para tratar de quitar el control de la ALDF a Nueva Izquierda, cuando, paradójicamente, de allí provinieron las iniciativas que le permitieron al propio gobierno capitalino colocarse en el debate público: legalización de parejas de un mismo sexo; despenalización del aborto; este domingo se dará a conocer la iniciativa para despenalizar la eutanasia y ligar ese proceso a la donación de órganos; allí se está procesando también la reforma política del DF, temas, por cierto que no están en la agenda de López Obrador. Entonces el GDF también queda en ese sentido atado de manos, con la agenda de una asamblea a la que necesita pero trata como un adversario. Y el problema se reproduce en cada uno de los estados gobernados por ese partido. El mundo es demasiado amplio y diverso como para dividirlo sólo entre incondicionales y traidores. Si los perredistas no lo comprenden perderán todo, hasta el partido.

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