De la Guelaguetza al aeropuerto, pasando por el EPR
Columna JFM

De la Guelaguetza al aeropuerto, pasando por el EPR

Es extraño, el EPR es un capítulo marginal de la vida política nacional pero ha tenido la oportunidad de cruzar por ella en numerosas oportunidades y, en buena medida por la insistencia de las autoridades de negar su existencia, y también por la utilización política que de ese grupo han hecho distintos grupos de poder. Su caso no es diferente al de Zhenli Ye Gon y sus historias inverosímiles (por cierto, cuando se habla de que le otorgarán asilo político en EU a este personaje, ¿alguien ha medido las consecuencias que tendría para la lucha antinarcóticos de los EU otorgarle asilo a un personaje que la propia Karen Tandy, directora de la DEA, calificó como ?envenenador de la juventud estadounidense??). En el caso del EPR se asiste, con un poco de morbo, otro de fascinación y una pizca de mala leche, a sus desplantes escenográficos que a veces, suelen coincidir con su realidad.

Es extraño, el EPR es un capítulo marginal de la vida política nacional pero ha tenido la oportunidad de cruzar por ella en numerosas oportunidades y, en buena medida por la insistencia de las autoridades de negar su existencia, y también por la utilización política que de ese grupo han hecho distintos grupos de poder. Su caso no es diferente al de Zhenli Ye Gon y sus historias inverosímiles (por cierto, cuando se habla de que le otorgarán asilo político en EU a este personaje, ¿alguien ha medido las consecuencias que tendría para la lucha antinarcóticos de los EU otorgarle asilo a un personaje que la propia Karen Tandy, directora de la DEA, calificó como “envenenador de la juventud estadounidense”?). En el caso del EPR se asiste, con un poco de morbo, otro de fascinación y una pizca de mala leche, a sus desplantes escenográficos que a veces, suelen coincidir con su realidad.

Pero que estemos hablando de sólo un puñado de militantes no implica ignorar sus capacidades ni las ocasiones en que ellos han sido manipulados por distintos grupos de poder. En unas horas más sabremos si este grupo, como lo ha sostenido, puede reventar la fiesta popular oaxaqueña por antonomasia, la Guelaguetza. El EPR (entendiendo por tal a esa organización con todos sus desprendimientos) se suele equivocar con sus objetivos, pero su capacidad de provocación es notable. En 1994 lograron desestabilizar las entrañas del sistema político, en algunos aspectos más que el EZLN o la actividad del camachismo, con los secuestros de Javier Lozada y Alfredo Harp Helú. Para los sectores que veían los acontecimientos de Chiapas o el protagonismo del entonces comisionado como un nuevo camuflaje de las tradicionales pugnas políticas sucesorias, los secuestros de esos empresarios hicieron percibir que el proceso había quedado fuera de control. Los asesiantos de Colosio y luego de Ruiz Massieu se encargaron de los demás.

En 1996, cuando se estaban negociando los acuerdos de San Andrés con el EZLN, los ataque a la Crucecita y Tlaxiaco, en Oaxaca, buscaron reventar la negociación y llevar al EZLN nuevamente hacia la confrontación armada (o recordarle al gobierno y a la sociedad que había una guerrilla buena y una mala y que le convenía negociar con la buena porque sino lo amenazaría la mala). La jugada les salió mal porque por primera vez el Estado impulsó una verdadera estrategia que prácticamente desarticuló tanto al EPR como a sus principales desprendimiento, entonces el ERPI. Cambiaron de escenario y volvieron a aparecer en el contexto de una sucesión presidencial. En 1999, el PRD impulsó la huelga de la UNAM, pensando que podría ser un instrumento útil de negociación en el proceso electoral. Se les fue de las manos y el perredismo terminó expulsado del conflicto que quedó en manos del CGH, una organización profundamente penetrada por el EPR y sus distintos desprendimientos. Los dirigentes del CGH le dieron nueva vida a esa organización y de la misma manera que pasada la elección, en el DF, el gobierno de López Obrador les abrió importantes espacios de poder en la capital, sobre todo en el poniente (¿recuerda usted los linchamientos de Tlahuac?), en la Oaxaca  de Murat se dio una suerte de amnistía disfrazada para los eperristas, incluyendo los que habían intervenido en el secuestro de Harp Helú. Eso les permitió reagruparse en ambos frentes.

Iniciado el gobierno de Fox, esa capacidad de operación (aunada a la patética ineficiencia gubernamental en esos ámbitos), les permitió dar un golpe decisivo respecto a la credibilidad del nuevo gobierno. Asentados en el municipio de Atenco, y con apoyo de los militantes que habían surgido del CGH, un grupo minoritario, que no involucraba a más de un centenar de militantes, logró reventar el proyecto de infraestructura más importante del foxismo: el aeropuerto internacional de la ciudad de México, que se iba a construir en Texcoco. Una vez más, el movimiento tuvo apoyo del gobierno capitalino y sirvió como modelo para numerosos movimientos similares que se dieron posteriormente en casi todo el país: se mintió, se provocó, se abusó de la violencia y, en nombre de la paz social, el gobierno federal no reaccionó, concedió una y otra vez. Allí se perdieron tanto la credibilidad de la administración Fox como las posibilidades de Santiago Creel se convertirse en candidato presidencial. El estigma del aeropuerto marcó a toda la administración foxista. Más adelante, otra vez ligados al movimiento lopezobradorista, reaparecieron estas organizaciones en Oaxaca, de la mano de la APPO y trataron de reaparecer en Atenco. Fue hasta el fin de la administración Fox, cuando buena parte de esas decisiones se tomaban ya en otros ámbitos cuando el Estado reaccionó ante esas provocaciones.

Ahora se amenaza a la Guelaguetza. Se podrá argumentar que es un hecho menor. Y lo es. El problema es que el camino de la provocación siempre se recorre a partir de pasos pequeños. Independientemente de lo que se opine del gobierno del estado, esa es una fiesta popular, es parte de la cultura de una sociedad que está siendo castigada una y otra vez, es uno de los soportes de la industria turística de la que vive buena parte del estado de Oaxaca (un estado que recibe el 98 por ciento de sus ingresos de participaciones federales). El EPR sabe a qué le tira tratando de impedir esa fiesta: es una demostración de fuerza y una provocación para hacer caer a las autoridades en otra de distinto signo y justificar, así, su accionar. La Guelaguetza, en última instancia no es importante, pero el próximo anuncio del nuevo aeropuerto metropolitano en Texcoco sí, y entonces se volverá a comparar la capacidad de operación de la administración Calderón respecto a sus antecesores. Y allí buscarán, no lo olvidemos, esos mismos grupos identificados con cualquiera de las derivaciones del EPR, con sus respectivos y oscuros padrinos políticos, exhibir al gobierno.

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