Golpista de corazón
Columna JFM

Golpista de corazón

Resulta inconcebible que el vocero de un partido político que el mismo, en este caso el PRD, no se sentirá representado por su grupo parlamentario, si la presidenta de la mesa directiva y dirigente del propio PRD, Ruth Zavaleta hace el legalmente imprescindible reconocimiento constitucional del presidente Calderón.

Resulta inconcebible que el vocero de un partido político que el mismo, en este caso el PRD, no se sentirá representado por su grupo parlamentario, si la presidenta de la mesa directiva y dirigente del propio PRD, Ruth Zavaleta hace el legalmente imprescindible reconocimiento constitucional del presidente Calderón. Claro que lo inconcebible es que un personaje como Gerardo Fernández Noroña sea el secretario de comunicaciones de un partido político, pero ese es otro tema. En cualquier otra fuerza política, si su vocero hubiera declarado que el líder en la cámara de diputados, en este caso Ruth Zavaleta, una mujer con una carrera en la izquierda mucho más antigua y sólida que Fernández Noroña, se había vendido por un “huesito”, ya tendría que haber abandonado ese cargo, no sólo por el insulto a la militante, sino también a la mayoría del grupo parlamentario del propio partido que la eligió para presidir la mesa directiva en San Lázaro. Lo que sucede es que Fernández Noroña es un provocador pero un provocador al servicio de López Obrador, y eso le ha permitido seguir en el cargo.

En realidad Fernández Noroña representa fielmente a su jefe. Porque más grave que la declaración del vocero perredista ha sido la del ex candidato, que el fin de semana, en Puebla, sostuvo que “el congreso es un peligro para el pueblo de México”, llamó a desconocerlo y pidió a sus legisladores “tomar la tribuna” para evitar que se voten nuevas leyes “en contra del pueblo”. En el libro Calderón presidente, la lucha por el poder (Grijalbo, 2007) escribimos que en realidad López Obrador es un golpista que no ha tenido la oportunidad de ejercer como tal porque no ha contado con ninguna fuerza armada que lo secunde en ese intento: su desprecio por las instituciones democráticas, llámense congreso o poder judicial; su rechazo a cumplir con la ley; su reemplazo de los votos por las medidas de fuerza, lo convierten en eso: en un golpista que encubre con un discurso populista sus fuertes tendencias autoritarias, profundamente conservadoras. En varias oportunidades se ha refutado esa opinión: incluso en la presentación del libro, mi amigo Raymundo Riva Palacio, uno de los periodistas más talentosos de México, sostuvo que la mía era una grave exageración (aunque unos minutos después, es un performance fascistoide un grupo de provocadores intentó reventar la presentación supuestamente defendiendo la causa de López Obrador). Pues bien, el ex candidato acaba de confirmarlo una vez más: llama a desconocer el congreso, a tomar la tribuna para que no siga votando leyes contra “los intereses del pueblo”, a imponer otra legalidad. Y eso lo hace un hombre que, hoy, no tiene poder alguno: ¿qué hubiera hecho desde la presidencia de la república cuando el congreso no hubiera aprobado lo que él considerara benéfico para los intereses populares?: lo mismo que ahora, desconocer al congreso y convocar a una constituyente que armara un andamiaje legal a la medida de sus necesidades: es lo que han hecho Chávez, Evo Morales o Rafael Correa. Con la diferencia de que entonces sí hubiera tenido López Obrador fuerzas armadas que sustentaran su imposición, como ocurre en Venezuela, Bolivia o Ecuador.

Pero el desprecio a las leyes y las instituciones, incluso las surgidas directamente del voto popular como el congreso, trasciende las declaraciones. ¿Cómo explicar que sólo en el 2005, López Obrador y la Coalición por el bien de todos hayan recibido 35 millones de pesos de “aportaciones particulares” y que no se hayan dignado reportar el origen de las mismas a las autoridades?¿cómo explicar que sólo el PRD haya “retenido” ese mismo año más de 63 millones de pesos de IVA y no los haya regresado al fisco?¿qué se puede pensar de un movimiento (me resisto a pensar que el PRD como un todo comparte esa posición) y un candidato que hablan de reformas fiscales injustas, de defender a ultranza, incluso por encima de las normas legales, “los intereses populares” al mismo tiempo que evaden al fisco en magnitudes millonarias?. Si otros no pagan impuestos, son criminales, si son los suyos los que evaden ese pago se trata, simplemente, de un complot en su contra. Es una muy peculiar forma de interpretar la honestidad valiente.

Se podrá argumentar que todos los partidos han tenido, de acuerdo con los estudios del IFE que divulgó el lunes Pablo Hiriart en su columna Vida Nacional, fallas fiscales. Pero es difícil comparar los 63 millones del PRD con los poco menos de 200 mil pesos del PAN o el millón de pesos del PRI, sobre todo si se suman los 17 millones retenidos y no pagados al fisco de Convergencia, por ejemplo. Y estamos hablando del 2005. Todavía no se termina de auditar el 2006, con todos sus excesos, incluyendo los miles de spots de radio y televisión que no se sabe quién pagó.

En el fondo de la actitud de reventar la política legislativa, de imponer cambios en el IFE, de no llegar a acuerdos ni aprobar leyes, influye, entre otros elementos, el dinero, en este caso el dinero sucio usado en la campaña, incluyendo el fraude fiscal. La ruptura institucional es una estrategia política pero es también un arma de defensa. No es la primera vez que la aplica López Obrador: cuando se dieron a conocer los videoscándalos, acusó a todos de complotar en su contra, pero jamás criticó a Gustavo Ponce o más tarde a René Bejarano, que estaban recibiendo dinero ilegal. Es que eran recursos utilizados en su beneficio. Con la famosa historia del desafuero, jamás aceptó que había ignorado una decisión judicial que había sido respaldada hasta por la Suprema Corte. Hubiera podido evitar todo el conflicto con una simple firma en un papel. No lo hizo porque buscó la confrontación: quería demostrar que estaba por encima de los poderes: del ejecutivo, del legislativo, del judicial. Incluso que su manejo ético se rige por parámetros diferentes al de los demás. La de López Obrador es la historia de un golpista de corazón.

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