Acuerdos incumplidos y ética frágil
Columna JFM

Acuerdos incumplidos y ética frágil

Un orden de López Obrador puso en crisis el sistema de negociación del que platicábamos en este espacio apenas el viernes y ello provocó, en las últimas horas de negociación de las reformas electorales (específicamente la designación de los nuevos consejeros) y de la reforma de justicia y seguridad, algo más que un impasse y dejó, nuevamente, muy mala imagen de los legisladores. Pero, sobre todo, lo que se puso de manifiesto es que no se puede confiar en el PRD, por lo menos no en este PRD.

Un orden de López Obrador puso en crisis el sistema de negociación del que platicábamos en este espacio apenas el viernes y ello provocó, en las últimas horas de negociación de las reformas electorales (específicamente la designación de los nuevos consejeros) y de la reforma de justicia y seguridad, algo más que un impasse y dejó, nuevamente, muy mala imagen de los legisladores. Pero, sobre todo, lo que se puso de manifiesto es que no se puede confiar en el PRD, por lo menos no en este PRD.

Lo que ocurrió entre miércoles y jueves es relativamente sencillo de explicar y difícil de comprender. El miércoles, luego de que la fracción perredista aceptó tanto la reforma electoral como la de justicia, a pesar de las órdenes de López Obrador y con el voto en contra de un tercio de sus propios diputados, la corriente mayoritaria del PRD y sus coordinadores parlamentarios resintieron la presión (o simplemente consideraron que, debido a que habían hecho un “sacrificio político” adicional merecían más) e hicieron exactamente lo mismo que Pablo Gómez en 2003, con la elección de los consejeros electorales: en aquella ocasión Gómez (un político tan inteligente como insoportablemente soberbio y pedante), se empeñó en que el consejero presidente del IFE fuera Jesús Cantú, un consejero saliente con muchas simpatías en el lopezobradorismo. Había un acuerdo de que ningún consejero sería reelegido, pero Gómez lo ignoró y hasta última hora insistió en que era Cantú o ninguno, que no había margen de negociación, pensando que el PRI y el PAN junto con los otros partidos, no se atreverían a votar por consejeros que no tuvieran el voto del PRD. Así se llegó a la votación y cuando sobre la marcha Gómez quiso cambiar la negociación, porque vio que el IFE se aprobaría sin Cantú, ya era tarde.

Ahora, en toda la negociación de los consejeros del IFE el perredismo mantuvo una posición dura. Fue el que descalificó a Jorge Alcocer y provocó la salida de María Marván, harta de los insultos de Valentina Batres. A Mauricio Merino le aplicó desde el principio una dura crítica, inaceptable para un ex consejero con grandes cualidades, y vetó, aunque pasó, lo mismo que Merino, a la segunda vuelta de la elección, a la ex fiscal María de los Angeles Fromow, un funcionaria que hizo un trabajo ejemplar en el 2006. Como reacción a la intransigencia perredista se dio un veto, injusto, pero derivado de esa lectura política, contra Eduardo Huchim. En las calificaciones de la primera ronda, los perredistas utilizaron el mecanismo de dejar casi en cero a todos con los que no estuvieran de acuerdo. Eso obligó a utilizar en la comisión de Gobernación “criterios adicionales” que terminaron construyendo una lista de 39 aspirantes a las tres posiciones en el IFE.

Al llegar a la nueva etapa de negociación que se realizó en la Junta de Coordinación Política, Javier González Garza, coordinador de los diputados perredistas, no quitó el dedo del renglón y repitiendo la “estrategia” Gómez, insistió una y otra vez en que el único candidato aceptable era el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Genaro Góngora Pimentel, y sólo como consejero presidente del IFE. Góngora, ya lo hemos dicho aquí, es un gran tipo, un jurista culto y un político inteligente, pero es también un hombre cercanísimo a López Obrador, por lo menos en el terreno político, y que, además, en términos estrictos estaría impedido de ser consejero precisamente por ser miembro de la Suprema Corte, posición a la que sólo se puede renunciar por alguna razón de “suma gravedad”. ¿El IFE es más importante que la Corte? Pero fuera de todas esas consideraciones legales había algo más importante: ni el PRI ni el PAN aceptan a Góngora Pimentel por su evidente cercanía a AMLO.

Pero para el PRD no había otro candidato que Góngora. Lo increíble es que en la lista de 39 aspirantes hay muchos y muy buenos candidatos que podrían satisfacer plenamente la visión del PRD. Quizás la figura más importante sería Lorenzo Córdova, un joven muy talentoso, conocedor a profundidad de temas electorales, hijo de uno de los teóricos más importantes de la izquierda mexicana, como lo es Arnaldo Córdova. Y varios otros más. Pero González Garza no se movió ni un centímetro de su posición: era Góngora y debería ir como consejero presidente. El jueves temprano cuando se comprobó que no había cambios en la postura del PRD, González Garza presentó la propuesta de que se esperara hasta febrero para terminar de configurar el consejo general del IFE. A regañadientes fue aceptada la propuesta por el PRI y el PAN, para evitar que ocurriera, después de tanto gasto político, otra descalificación sobre el consejo como la que realizaron el PRD y López Obrador desde el 2006 hasta hoy. Pero también porque el día anterior se había aprobado en la cámara de diputados la reforma a la justicia y la seguridad (en cuyas negociaciones participó de principio a fin el perredismo) y estaba el compromiso de aprobarla ese mismo día en el senado para pasarla inmediatamente a las legislaturas estatales.

Pero lo que hizo el perredismo fue traicionar, una vez más, los acuerdos: en lugar de votar la reforma, le hizo dos pequeñas modificaciones al texto, que no cambian en nada su sentido, de forma tal de tener que enviarla otra vez a la cámara de origen, o sea a los diputados que apenas horas antes habían concluido su periodo ordinario porque no había habido acuerdo en el IFE. Eso dejó en la congeladora, hasta febrero, tanto las designaciones del IFE como las reformas a la seguridad y justicia. Reventaron en un solo movimiento ambos acuerdos.

Dos cosas quedan claras: en el PRD aún le tienen miedo a López Obrador y pueden desconocer cualquier compromiso si el “líder” los presiona; y segundo, por lo tanto, no se le puede creer al perredismo, por lo menos hasta que demuestre lo contrario. ¿Aprenderán PAN y PRI?

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