Tamaulipas, Tijuana: la ola de violencia
Columna JFM

Tamaulipas, Tijuana: la ola de violencia

Luego de dos violentos enfrentamientos en Río Bravo y Reynosa, Tamaulipas, el 7 y 8 de enero pasados, se inició formalmente un muy ambicioso operativo en ese estado para tratar de darle un golpe definitivo a los Zetas. La frontera de Tamaulipas con Texas, las ciudades de Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, más al sur Tampico y Altamira, en la franja fronteriza, Miguel Alemán, Río Bravo y Valle Hermoso, se había convertido, en un virtual territorio controlado por los Zetas.

Luego de dos violentos enfrentamientos en Río Bravo y Reynosa, Tamaulipas, el 7 y 8 de enero pasados, se inició formalmente un muy ambicioso operativo en ese estado para tratar de darle un golpe definitivo a los Zetas. La frontera de Tamaulipas con Texas, las ciudades de Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, más al sur Tampico y Altamira, en la franja fronteriza, Miguel Alemán, Río Bravo y Valle Hermoso, se habían convertido, en un virtual territorio controlado por los Zetas, que, ante el incremento de la presión en otros lugares del país, se habían fortalecido y actuado con mayor violencia e impunidad en la zona.
desde que se iniciaron los operativos de control el año pasado, hubo que ganar tiempo para generar información, para saber quiénes y cómo operaban en la zona y, también esperar que pasaran las elecciones locales para que cambiaran las autoridades municipales y con ellos renovar a muchos de los principales jefes policiales de esas zonas.

Que la protección de varias policías municipales al narcotráfico es una realidad, lo estamos viendo en forma cotidiana: en Río Bravo, la principal casa de operación de los sicarios de los Zetas estaba ubicada exactamente enfrente de la delegación municipal. Cuando el siete de enero comenzó el enfrentamiento entre militares, policías federales y narcotraficantes en las puertas de ese domicilio, ni un agente municipal se asomó a ver qué sucedía, pese a que estaban a diez metros del lugar de los hechos. La historia podría repetirse una y otra vez, pero lo cierto es que a partir de esos enfrentamientos de la primera semana de enero, que dejaron un saldo de diez miembros de los Zetas detenidos, tres muertos de esa organización y dos agentes federales asesinados, se desplegó un operativo que constituye una verdadera vuelta de tuerca respecto a lo realizado en el pasado: si en diciembre del 2006, los operativos se iniciaron en Michoacán, tratando de recuperar el control de territorios, ahora en Tamaulipas inició una operación que espera dar golpes definitivos a los Zetas y a sus aliados.

Allí se ha establecido un operativo en tres áreas: uno especial en Nuevo Laredo y su zona conurbada: por sus puentes internacionales pasan miles de trailers diariamente de y hacia Estados Unidos; otro operativo se estableció en el área de Tampico y Altamira, donde días antes se habían incautado 23 toneladas de cocaína pura en una bodega. Y finalmente el más ambicioso de esos operativos se implementó en una suerte de triángulo que tiene uno de sus vértices en Reynosa, el otro en Matamoros, y el tercero en San Fernando: en medio quedan las poblaciones de Río Bravo y Valle Hermoso: el primero identificado como uno de los principales centros de operación de los Zetas y el segundo un lugar de asentamiento y vivienda de los operadores y sus familias. En toda esa zona hay numerosos retenes fijos y móviles y la presencia hasta el fin de semana (el número podría aumentar en las próximas horas) de 3 mil 500 elementos de la secretaría de la Defensa Nacional y unos mil 500 de la Policía Federal Preventiva. Se supone que nada puede entrar o salir de esa zona sin un control estricto de las fuerzas de seguridad. El operativo se ha complementado con una movilización, dicen que más discreta pero efectiva, del otro lado de la frontera, donde encuentran refugio y viven muchos de los principales narcotraficantes y operadores de los Zetas.

A partir de este operativo se han generado varias repercusiones en otros lugares del país. Uno de ellos ha sido la detención del jefe de la policía municipal de San Pedro de las Colonias, en Coahuila y de una veintena de agentes que trabajaban para el cártel del Golfo, que hoy encabezan los Zetas. Se han dado enfrentamientos y detenciones, relacionadas con el mismo grupo, en Cancún y en Tabasco. También un grupo que transportaba armas de alto poder en el DF, estaría relacionado con esa organización. Pero los hechos más espectaculares y violentos se dieron en Tijuana.

Se dirá que los enfrentamientos de la semana pasada en esa ciudad fronteriza fueron protagonizados por otra organización, el cártel de los Arellano Félix. Es una verdad a medias: en realidad, desde hace años, desde la detención de Osiel Cárdenas y de Benjamín Arellano Félix, las organizaciones del Golfo y de Tijuana establecieron una alianza, para poder enfrentar al extenso y mejor cimentado cártel que encabeza, entre otros, Joaquín El Chapo Guzmán. Con el debilitamiento de la organización de los Arellano Félix, luego de una serie de golpes que incluyeron la detención en Estados Unidos de Javier Arellano Félix, el Tigrillo, los Zetas comenzaron a tomar posiciones en Tijuana, donde cooptaron a buena parte de los mandos de la policía municipal en esa y otras ciudades: desde tiempo atrás, existe información, grabaciones, delaciones que mostraban un contacto tan íntimo entre narcotraficantes y grupos policiales que convertían a éstos no en protectores del crimen organizado sino en el propio crimen organizado. Como en Tamaulipas, hubo que esperar que cambiaran las autoridades en los municipios (y en Baja California también las autoridades estatales) para poder establecer otro tipo de estrategia que desarticulara esa organización.

El operativo en Tamaulipas tuvo repercusión inmediata en Tijuana y provocó la ola de violencia que hemos vivido en los últimos días. No se trata de eventos aislados sino plenamente relacionados. Y habrá en los próximos días más violencia en algunos puntos del país porque, a pesar de sus esfuerzos desesperados, los Zetas parecen estar en una situación límite que puede provocar un aniquilamiento real de esa organización o por lo menos el desmembramiento de sus principales brazos operadores. Esa, en el corto y mediano plazo, puede ser una batalla decisiva contra el crimen organizado.

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