EU: ni Clinton ni Obama ni Mc Cain
Columna JFM

EU: ni Clinton ni Obama ni Mc Cain

Las elecciones estadounidenses están en un momento clave para elegir a sus candidatos presidenciales. En el campo republicano quedas pocas dudas de que John Mc Cain será quien encabezará la propuesta republicana. La única duda es quién lo acompañará en la fórmula del partido en el poder. En el terreno demócrata las cosas son mucho más complicadas, auque lo más probable es que sea para Barack Obama.

Washington, 24 de febrero.- Las elecciones estadounidenses están en un momento clave para elegir a sus candidatos presidenciales. En el campo republicano quedan pocas dudas de que John McCain será quien encabezará la propuesta republicana. La única duda a estas alturas es quién lo acompañará en la fórmula del partido en el poder: y a pesar de que cada vez son mayores las versiones de que podría ser Condolezza Rice, la actual secretaria de Estado, por su triple condición de republicana dura, mujer y afroamericana, lo cierto es que sufre un fuerte desgaste personal y político como consecuencia de los errores cometidos en la guerra de Irak. Este fin de semana, la propia Condolezza terminó desmintiendo esa posibilidad y diciendo que concluida la administración Bush su destino será regresar a la universidad de Stanford. 

Pero McCain, que tiene posibilidades reales de ganar la contienda en noviembre próximo necesita un candidato a vicepresidente que ocupe el espacio que el senador ha dejado libre a su derecha política: McCain es un hombre con posiciones relativamente liberales en comparación con la ideología que ha marcado a la administración Bush (en realidad parece más cercano al padre del ex presidente que al actual mandatario, en términos políticos) pero necesita al electorado más tradicional del partido republicano. Para eso la designación de un vicepresidente más conservador será importante para ocupar ese espacio pero también debe fortalecer una de las supuestas debilidades del senador: su edad, superior a los 70 años. En otras palabras, la derecha republicana quiere un vicepresidente que le garantice por una parte su agenda y que en caso de faltar el presidente pueda sustituirlo sin sorpresas. En ese sentido, el único republicano que permanece en la contienda, Mike Huckabbe parece una opción viable.

En el terreno demócrata las cosas son mucho más complicadas. Lo más probable, aunque se diga una y otra vez que “el momento” es para Barack Obama, es que difícilmente se llegue a la convención partidaria con un candidato definido. Y como se ha dicho ya muchas veces, ello dejaría en la jerarquía del partido, los llamados superdelegados, la decisión sobre quién sería su candidato. Pero para eso Hillary Clinton tiene que reducir significativamente la distancia con Obama y llegar con más delegados a la convención de Denver. Y, como mínimo, necesita ganar las primarias de Ohio y Texas del próximo cuatro de marzo.

Y ambos se encuentran con otro problema: la contienda interna ha sido tan dura, tan  equilibrada, que los dos se han desgastado excesivamente en los cotidianos debates y enfrentamientos, otorgándole a sus adversarios, argumentos para los ataques posteriores. Y por eso, además de ganar la contienda, ambos deben pensar también en quién podría ser su compañero de fórmula: en el caso de Obama, alguien que no rompa con su mensaje de esperanza y cambio pero que le otorgue mayor credibilidad y confiabilidad, dada su relativa inexperiencia política. En el de Hillary, alguien que le reste el fuerte margen de opiniones negativas que existen sobre ella. La posibilidad de que ambos terminen integrando una misma fórmula no se concibe como real, luego del largo proceso interno que ambos han recorrido en los últimos meses.

El hecho es que según las encuestas más serias, las diferencias a casi ocho meses de las elecciones las diferencias son mínimas: hoy si Obama fuera el candidato, tendría aproximadamente el 48 por ciento de los votos mientras que Mc Cain tendría el 41. Si la candidata fuera Hillary, ella y el senador tendrían aproximadamente el mismo porcentaje, 41 por ciento. Con esas diferencias, y con tanto tiempo para la elección, lo cierto es que nada puede estar definido y que, en todo caso, dependerá de los mínimos aciertos y errores que cometan lo que suceda en noviembre.

¿Y qué sucede con México? Poco, afortunadamente. A pesar de los embates antiinmigrantes de los inicios de la campaña, los aspirantes con una agenda más dura han ido quedando en el camino y sobre todo en el campo demócrata los votos de la comunidad mexicoamericana tienen cada vez un peso mayor. Desde el supermartes, han cambiado las posiciones de los dos equipos de campaña, y, sobre todo la gente de Obama ha realizado un cambio muy notable en el discurso, aunque queda el TLC como un capítulo en el cual Obama ha realizado concesiones para ganarse los sindicatos, lo que abre un interrogante respecto a cuál será su curso en la política bilateral.

Pero los dos, Obama y Hillary, han tratado de encontrar gestos favorables de México antes de Ohio y Texas. Difícilmente los habrá: el gobierno mexicano se ha equivocado en el pasado apostando en los procesos internos estadounidenses, y después del golpe que fue el haber apoyado implícitamente a Bush padre en las elecciones del 92, cuando terminó ganando Bill Clinton, México ha optado por no jugar ese juego en el que no tiene nada que ganar. En todo caso, su opción debe ser, como ha sido en la reciente gira del presidente Calderón, presentar la agenda, hacer amarres con los poderes locales y estatales (mientras se resuelve el nuevo equilibrio en el legislativo y la renovación del ejecutivo) y apoyar la organización y participación en el proceso electoral de las comunidades mexicoamericanas, con toda la pluralidad que éstas tienen. Nada está dicho aún en las elecciones de EU: sólo recordemos que hace tres meses, ni Obama ni Mc Cain (que ha librado el golpe del affaire con una colaboradora revelado por el New York Times) parecían tener mayores posibilidades. Hoy son punteros, pero todavía faltan ocho meses para la elección.  Tanto        que ya se registró Ralph Neder, el ecologista que provocó la derrota de Al Gore en el 2000  y algunos especulan que también podría hacerlo el alcalde de NY Michel Bloomberg, dos candidaturas que no ganarían pero que le quitaría votos a los aspirantes, sobre todo demócratas.

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