Si el PRD tuviera una cierta mirada…
Columna JFM

Si el PRD tuviera una cierta mirada…

Si nuestra izquierda aprendiera las lecciones que nos llegan de diversas latitudes no dudaría en votar por Jesús Ortega en los comicios internos del PRD el próximo domingo. No dudaría en pedirle a López Obrador que se “tranquilice” y deje de decir mentiras y barbaridades y expulsaría del partido a los provocadores, los intolerantes, rechazaría las formas de “lucha” no democráticas.
Pero nuestra izquierda, o por lo menos buena parte de lo que se denomina como tal, no quiere ni le interesa ver al mundo.

Si nuestra izquierda aprendiera las lecciones que nos llegan de diversas latitudes no dudaría en votar por Jesús Ortega en los comicios internos del PRD el próximo domingo. No dudaría en pedirle a López Obrador que se “tranquilice” y deje de decir mentiras y barbaridades y expulsaría del partido a los provocadores, los intolerantes, rechazaría las formas de “lucha” no democráticas. No se creería el cuento de que los jóvenes que fueron heridos o perecieron en el cuartel de las FARC estaban haciendo casi un camping académico junto al principal líder de la organización armada y narcotraficante. Si aprendiera las lecciones vería como ganó, con qué discurso y qué lógica José Luis Rodríguez Zapatero en España o cómo Hugo Chávez y Rafael Correa tuvieron que retroceder rápidamente de sus posiciones belicistas por la sencilla razón de que si mantenían cerradas sus fronteras con Colombia aumentaría aún más la escasez de comida, sobre todo en Venezuela. Si viera lo que sucede en el mundo, comprendería porqué Raúl Castro durante la crisis no dijo una palabra, porqué está mirando hacia un modelo chino, intenta abrir su economía y ya está explotando con capitales privados internacionales sus yacimientos petroleros en aguas profundas, muchos de ellos colindantes con México y Estados Unidos. Si observara con mayor detalle vería que Luis Inácio Lula Da Silva no fue a la reunión del grupo de Río en Santo Domingo, y tampoco tomó posición porque no puede compartir los principios de Chávez y Correa y como gobernante de la principal potencia sudamericana no puede apoyar un proyecto expansionista y desestabilizador. Si comprendieran mejor la política internacional, observarían que en Chile, Michele Bachelet tampoco le dio apoyo a Chávez y Correa, e incluso que Evo Morales prefirió mantenerse en un discreto segundo plano ante la creciente impopularidad en su país. Es más, se vería, incluso en Estados Unidos, que Barack Obama o Hillary Clinton representan posiciones liberales que pueden permitir una mejor relación con México o incluso que de los candidatos republicanos difícilmente podría haber otro que significara mayores posibilidades de entendimiento que John Mc Cain. Y que eso de reabrir el TLC es lo que pretenden los sectores más conservadores de ambos partidos.

Pero nuestra izquierda, o por lo menos buena parte de lo que se denomina como tal, no quiere ni le interesa ver al mundo. Si el PSOE, por ejemplo, hubiera adoptado las posiciones del lopezobradorismo, primero España estaría discutiendo aún hoy si se incorporaba o no a la Unión Europea y a la OTAN, pero antes tendría que decidir que hacer con la monarquía. De una cosa estaríamos seguros: su destino electoral sería similar al de Izquierda Unida, un factor marginal en la política española. Si Rodríguez Zapatero se hubiera centrado en la campaña en deslegitimar a Mariano Rajoy quizás no hubiera ganado: apostó por un discurso de menor crispación y ganó por escasos tres puntos de diferencia.

Pero claro, para algunos de los sectores que dicen formar parte de nuestra izquierda, los temas son otros: Cuba y Brasil, pueden abrir sus economía y aceptar asociaciones para explotar sus recursos energéticos, pero nosotros no, aunque tengamos, en ese sentido la única legislación que lo prohíbe en el mundo. Rodríguez Zapatero puede condenar el terrorismo y a las organizaciones que intentan llegar por la violencia al poder pero en sectores de nuestra izquierda todavía se están discutiendo “las formas de lucha”, López Obrador habla de una insurrección si el congreso aprueba una ley que no le gusta y nadie osa exigir una investigación sobre los verdaderos responsables de haber enviado un puñado de jóvenes a combatir a la selva amazónica sin ninguna preparación para ello. No se condena públicamente al EPR ni a sus epígonos e incluso se tolera que desde los niveles más altos del partido se acepte la persecución y los agravios a propios y extraños. No se piensa en ganar elecciones sino en mandar al diablo las instituciones. No se canalizan las denuncias contra los adversarios por la vía judicial porque no se cree en ella. Se exige rendición de cuentas a los demás pero no se dice, siquiera, de qué viven algunos de sus dirigentes.

El perredismo, en esta lógica no tiene nada que hacer en la política nacional. La tesis que impulsa Alejandro Encinas de que si gana la dirección del partido lo hará girar en torno a la “presidencia legítima” es un suicidio político que no será posible procesar en los propios espacios de gobierno de los que goza el PRD, en el congreso y en los estados, incluso en el propio DF. Hay quienes opinan que eso sería lo mejor que podría ocurrirle al país: que ganara Encinas, que se disciplinara incondicionalmente a López Obrador y que éste los siga arrastrando, ahora sin contrapesos, en su caída. Ven en ello un escenario en el cual el poder se compartiría entre el PAN y el PRI, moviéndose el primero un poco más hacia el centro y el segundo recogiendo sectores disconformes de la izquierda. Dicen que cuando el enemigo se está equivocando no hay que distraerlo.

En parte es verdad, pero no creo que sea lo mejor para el país ni para nuestra sociedad. México necesita un partido de centroizquierda actuante, liberal, que participe en los procesos políticos, que tenga una probada ambición de poder pero también marcadas convicciones democráticas y pluralistas. Una fuerza de izquierda legítima y poderosa y que por eso mismo, rechace la violencia y la intolerancia, la misoginia y la xenofobia. Que utilice sus posiciones de poder para demostrar que puede gobernar mejor que sus adversarios no como plataforma para intereses ajenos a la ciudadanía. Este domingo votarán los perredistas sobre su futuro. Y tendrán que elegir entre el aislamiento y la violencia o la política real como instrumento de lucha democrática. Entre Encinas y Ortega.

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