Para la reforma queda poco tiempo
Columna JFM

Para la reforma queda poco tiempo

El gobierno federal deberá decidir en las próximas horas sobre algunos movimientos estratégicos para su futuro. No cabe duda que la crisis interna en el perredismo, puede funcionar como un aliciente para varios sectores, con el precepto de que “mientras tu enemigo se equivoca no debes distraerlo”. En ese sentido, para algunos seguramente el momento de presentar propuestas, por ejemplo, en torno a la reforma energética podría esperar algunos días, semanas o meses.

El gobierno federal deberá decidir en las próximas horas sobre algunos movimientos estratégicos para su futuro. No cabe duda que la crisis interna en el perredismo, puede funcionar como un aliciente para varios sectores, con el precepto de que “mientras tu enemigo se equivoca no debes distraerlo”. En ese sentido, para algunos seguramente el momento de presentar propuestas, por ejemplo, en torno a la reforma energética podría esperar algunos días, semanas o meses.

En términos de muy corto plazo es verdad, pero también lo es que la crisis del perredismo que se refleja en esta elección interna es tan profunda que, paradójicamente, lo único que podría superarla sería encontrar un enemigo externo común lo suficientemente poderoso como para catalizar en su contra las fuerzas partidarias hoy prácticamente disgregadas. ¿Es el momento entonces de presentar una propuesta energética, aunque ella no incluya una reforma constitucional?. Muchos dirán que es mejor esperar, pero si se mira con mayor profundidad no hay demasiado tiempo: la lógica indicaría que se debe presentar una reforma que no incluya modificaciones constitucionales, o sea que pueda ser aprobada por mayoría simple en el congreso, en este mismo periodo ordinario. Una reforma de ese tipo no permitiría que se catalizaran en su contra las fuerzas enfrentadas del perredismo y, por el contrario, podría permitir establecer otros tonos de diálogo con diferentes actores de ese proceso.

La crisis perredista no se resolverá ni ésta ni la siguiente semana: tampoco en los próximos meses. Salvo que ocurra algo muy extraño, no existen bases reales para un acuerdo en el corto plazo, y si éste se diera se establecería sobre plataformas muy endebles. No significa ello que el PRD se vaya a romper públicamente en los próximos días o semanas, pero si no hay acuerdo y como todo lo indica, la decisión sobre la elección interna terminará en el Tribunal Electoral, las posibilidades de pensar en el PRD como un solo instituto político serán utópicas. Por lo tanto, no se puede seguir esperando a ver qué sucede en ese partido para tomar decisiones.

El mundo, por cierto no está esperando a ver qué sucede en el PRD. En un momento en que la economía global pasa por momentos muy complejos, las decisiones de inversión se hacen más conservadoras. Ayer se encendió la antorcha olímpica y, paradójicamente, se hace cuando mayores son las presiones para que China, además de su economía, habrá algunos capítulos de su sistema político: muy probablemente se trata sólo de posiciones “políticamente correctas” de sectores que en realidad buscan presionar más al régimen de Beijing para tener mejores oportunidades de negocio. No importa: durante los próximos meses, China tendrá más presiones negativas que positivas, al tiempo que la economía estadounidense espera el resultado electoral.

El punto es que México tiene en estos meses (y no es una exageración decir que ello puede lograrse, si se toman las medidas adecuadas, sólo en estos meses, porque muy probablemente con el paso de las semanas la ventana de oportunidad se irá cerrando hasta desaparecer de cara a las elecciones del 2009) una posibilidad de reposicionarse en el contexto internacional donde ha perdido espacios en forma constante desde la crisis del 95. ProMéxico es una institución estatal conformada por el sector público y privado de nuestro país que está promocionando y facilitando inversiones en los principales centros comerciales del mundo. Según los documentos que ProMéxico está entregando a los inversionistas de las naciones que visitan sus representantes, la oportunidad de negocios 2007-2012 en nuestro país es enorme: ofrecen posibilidades de inversión de 226 mil millones de dólares, sólo en el área de infraestructura. Según estos documentos, existen proyectos para carreteras por 26 mil millones de los cuales 11 mil millones serán privados; en ferrocarriles habrá cuatro mil millones de los cuales dos mil deberán ser privados; en puertos seis mil (cinco mil privados); en aeropuertos cinco mil (dos mil millones de dólares en inversiones privadas); en telecomunicaciones se esperan inversiones por 25 mil millones de los cuales casi toda la inversión, 23 mil millones, será privada; en agua 14 mil millones (4 mil privados); en sistemas de irrigación y control de ríos 4 mil millones. Y en un apartado especial en el que no se hace diferencia entre capitales privados y públicos, se dice que se invertirán 34 mil millones de dólares en electricidad; 73 mil millones de dólares en producción de petróleo y gas y 34 mil millones de dólares en refinerías, gas y petroquímicas. En total, 226 mil millones de dólares.

¿Alguien, independientemente de su filiación política, tendría dudas de que inversiones de ese volumen en infraestructura podrían modificar el rostro del país, sobre todo si se trata de recursos controlados en su aplicación y dirigidos a programas y proyectos realmente estratégicos?. No creo que el tema siquiera pueda estar a discusión. El punto es que no sólo porque de esos 226 mil millones de dólares la mitad corresponde de una u otra forma a ese sector, sino también porque la señal que puede y debe dar México, como país, al mundo en estos días y semanas de confusión, tanto en el plano internacional como nacional, es que abrió la puerta para recibir esas inversiones en el área energética en condiciones de estabilidad y seguridad jurídica.

No habrá ninguna otra señal que se pueda enviar que no pase primero por una reforma energética y un proyecto estratégico para el sector. Por eso, la propuesta de reforma debería ser entregada al congreso, por eso se debería negociar y aprobar en este periodo ordinario, por eso no tendría que ser una reforma constitucional que confrontara sectores sino que otorgara una base para establecer alianzas más allá de la coyuntura.

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