Más sobre los papeles secretos de las FARC
Columna JFM

Más sobre los papeles secretos de las FARC

Los documentos que fueron encontrados en las computadoras del comandante de las FARC, Raúl Reyes, aún continúan deparando sorpresas y certidumbres. Uno de los puntos importantes es la confirmación de que más allá de acuerdos políticos puntuales, existe lo que ellos denominan un proyecto estratégico bolivariano que incluye a las FARC, pero también a los gobiernos de Ecuador y Venezuela.

Los documentos que fueron encontrados en las computadoras del comandante de las FARC, Raúl Reyes, aún continúan deparando sorpresas y certidumbres. Uno de los puntos importantes es la confirmación de que más allá de acuerdos políticos puntuales, existe lo que ellos denominan un proyecto estratégico bolivariano que incluye a las FARC, pero también a los gobiernos de Ecuador y Venezuela. Los acuerdos pasan por la política, el dinero, la protección, la estrategia diplomática y tienen como adversario al gobierno de Uribe y la influencia estadounidense en la región. El discurso es de un primitivismo de izquierda que ya estaba superado desde fines de los años 70, pero hay que recordar que ninguno de los tres principales protagonistas eran realmente de izquierda entonces ni lo son ahora: las FARC han sido descritas magníficamente por el ex comandante del FMLN, Joaquín Villalobos, como una serie de grupos más orientados en sus orígenes a la autodefensa de sus zonas de control (en las que se ubicaron ante el abandono estatal) y con el tiempo se han convertido en una narcoguerrilla con principios tan elásticos que resultan irreconocibles. Hugo Chávez era un general golpista, que era apoyado por los sectores de extrema derecha para deshacerse de los grandes partidos de Venezuela, plagados de corrupción. Correa es un político populista, que viene de una vertiente católica y está marcado por un hecho trágico: su padre fue arrestado por tráfico de drogas en Estados Unidos y cuando fue extraditado a Ecuador se quitó la vida. Ese hecho y la formación en rígidas escuelas católicas marcaron la vida de Correa, que participó en gobiernos conservadores hasta que impulsado por Chávez decidió buscar la presidencia de Ecuador. Nada en su historia lo liga con una formación izquierdista. Correa, según los documentos, llega incluso a adoptar, probablemente por inexperiencia y falta de control real sobre las fuerzas de poder en su país, una serie de acuerdos con las FARC que, en otra lógica, tendrían que ser entendidos como algo más que un acto de agresión contra sus vecinos colombianos.

Lo cierto es que en el proyecto estratégico en el que participan, para las FARC, Chávez y Correa son, como dice uno de sus documentos, “patria o muerte”, en otras palabras incondicionales. Los documentos no sólo ponen de manifiesto esa situación sino también como se utiliza el tema de los rehenes para tratar de imponer por esa vía el reconocimiento de las FARC como parte beligerante en Colombia y poder darle así apoyo explícito desde ambas fronteras. Los negocios que se hacen en torno a esa conjunción de fuerzas son infinitas según los documentos y como hemos podido ver van desde la instalación de gasolineras con insumos colombianos y de otros negocios a través de empresas fantasmas hasta la venta de drogas y uranio. Hoy sabemos, por ejemplo, que la carta que aparece firmada por JE y dirigida al presidente Chávez es en realidad del propio Manuel Marulanda (ese es el apodo que utiliza) y el Marcos que está negociando drogas con México es Luis Alberto Albán Urbano más conocido en nuestro país como Marco León Calarcá, quien fue el representante de las FARC en México hasta el 2003. Las cartas demuestran que Calarcá sigue manteniendo los contactos y la operación con México, incluyendo los de venta de drogas.

México está presente en el tema FARC no sólo por la venta de drogas hacia nuestro país y la intervención política de esa organización en distintos movimientos de solidaridad ligados íntimamente al EPR y sus desprendimientos (según documentos del 2007 las FARC destinaron poco más de dos millones de dólares para financiar esos movimientos en México), sino también por el doloroso hecho de que una joven mexicana, Lucía Morett haya sido herida en el campamento de las FARC el primero de marzo pasado, y otros cuatro militantes de origen mexicano hayan muerto en el mismo. La muerte siempre tiene, genera, un poco de sin razón. Pero en el pasado, cuando alguien moría luchando por sus convicciones, se lo reconocía como tal. En los documentos de las FARC se dice que se enviaían 50 delegados de la organización al encuentro en Ecuador. Se supone que de allí partieron los jóvenes (ya no tanto: eran hombres y mujeres de casi 30 años, que llevaban más de una década en la universidad y que no tenían ninguna otra actividad pública conocida más allá de su militancia en organizaciones radicales) al campamento de las FARC. Allí no se puede llegar por simple invitación, para hacer una tesis sobre teatro o para conocer, como dice ahora Lucía Morett, los planes de paz de las FARC (¿cuáles?). Si como ha publicado Excélsior, el campamento (que por la distribución y la documentación encontrada era un sitio estratégico para la operación de la dirección de las FARC) estaba rodeado de todo tipo de minas antipersonales, con salidas que sólo conocían unos pocos y se cambiaban continuamente para que nadie pudiera entrar o salir, el argumento de la visita de cortesía es más absurdo todavía.

¿Por qué se salvó Lucía Morett? Porque según la información que ha trascendido estaba castigada por haber infligido alguna norma interna, y estaba en un lugar apartado, donde quedaron las otras dos sobrevivientes: dos jóvenes de origen colombiano que el propio gobierno de Ecuador ha tenido que reconocer que estaban secuestradas por las FARC y convertidas en “esclavas para el trabajo doméstico” en el campamento. ¿Nadie se muestra asombrado de que haya “esclavas para trabajo doméstico” en un movimiento que se dice revolucionario, que se venda droga o se trafique con uranio?

Ayer murieron otros cuatro jóvenes mexicanos, ahora en Guatemala, en un supuesto enfrentamiento entre narcotraficantes. ¿Se leerán sus cartas en el Zócalo o se hará un minuto de silencio en la cámara de senadores por ellos?

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