Nueva etapa centrada en el Ejecutivo
Columna JFM

Nueva etapa centrada en el Ejecutivo

Desde el inicio de su administración, el presidente Calderón había logrado sorprender a sus adversarios, particularmente porque éstos, sobre todo López Obrador, lo subestimaron en forma grosera.
La administración Calderón debe comprender que con la toma de las tribunas comenzó una nueva etapa, que ya se había previsto en diciembre pero que aparentemente se desechó cuando el año comenzó, en ese ámbito, mucho más terso de lo esperado.

Desde el inicio de su administración, el presidente Calderón había logrado sorprender a sus adversarios, particularmente porque éstos, sobre todo López Obrador, lo subestimaron en forma grosera. No creyeron que ganara la candidatura, que ganara luego las elecciones, ni siquiera que pudiera tomar posesión. Iniciado el gobierno, con la decisión con la que asumió la lucha contra el narcotráfico, en la simple contraposición respecto al deterioro y abandono con que se habían vivido los últimos meses del foxismo, la administración Calderón ganó terreno, en la misma medida en que lo perdía López y se fortalecía el PRI, luego de su debacle electoral, con una elección interna seria y líderes parlamentarios con experiencia y operación.

La sorpresa del calderonismo, sin embargo, fue más allá: sacó delante una importante agenda legislativa, con muy amplios acuerdos, incluyendo en muchas ocasiones a grupos del PRD. Salió la reforma al ISSSTE; la hacendaria; la electoral, a pesar de ser de todas sus limitaciones; pasó la reforma de seguridad y justicia, y se avanzó seriamente en capítulos de la reforma del Estado. Lo obtenido en el legislativo en este año y medio es mucho mayor que lo que se logró en la década anterior, marcada por la parálisis en el congreso y la imposibilidad de llegar a acuerdos. Para eso, el presidente Calderón tuvo que mantener un perfil relativamente bajo en varios aspectos: operó directamente con los coordinadores legislativos y otros dirigentes y dejó, en la mayoría de los casos, que los reconocimientos se los llevara el Congreso. El PRI respondió con inteligencia, colocándose como un aliado imprescindible, y estableciendo su propia agenda. Para muchos, Manlio Fabio Beltrones, desde el senado se convirtió en una figura central del diseño político sexenal y se debe reconocer que ni Calderón le falló en sus acuerdos a Manlio ni éste al presidente.

Pero llegó marzo, los cambios en el gabinete; el golpe, durísimo, a la figura de Juan Camilo Mouriño apenas asumía la secretaría de Gobernación; las indefiniciones priistas en el tema de la reforma energética (que tienen más que ver con la lucha del tricolor cada vez que se acercan comicios y se deben repartir posiciones); el fraticidio perredista en sus elecciones internas, y la mentira de López respecto a la privatización de PEMEX. Todo eso se catalizó cuando éste revienta la elección interna del partido para frenar a Jesús Ortega y con ello paralizó lo que mejor había funcionado, incluso para el propio PRD: los acuerdos puntuales con los otros partidos y con el gobierno en temas legislativos de interés común. Y por otra parte, secuestró también el congreso, paralizando su operación. En términos marxistas, la acción de López lo que hizo fue “agudizar las contradicciones”. Y para ello, no había una respuesta preparada.

La administración Calderón debe comprender que con la toma de las tribunas comenzó una nueva etapa, que ya se había previsto en diciembre pero que aparentemente se desechó cuando el año comenzó, en ese ámbito, mucho más terso de lo esperado. Pero la tersura duró poco y la etapa anterior terminó: como toda estrategia política exitosa, la del primer año de la administración Calderón muestra ya signos de agotamiento y comienza a manifestar sus debilidades. Por lo tanto debe ser reemplazada, por lo menos en sus puntos de apoyo fundamentales.

Sin abandonar el trabajo legislativo y la búsqueda de acuerdos, el presidente tendrá que pensar mucho más en lo que puede y debe hacer desde el poder ejecutivo sin la necesidad de pasar por el legislativo: potenciar al máximo el poder de la presidencia. Mientras existió voluntad y posibilidades, fue un acierto concentrar la operación y la política en el congreso. Ahora quizás se pueda seguir trabajando con un sector de legisladores y, pero el eje ya no puede estar en San Lázaro ni en Xicotencatl: debe pasar por Los Pinos. Todo lo que pueda salir del congreso debe ser bienvenido, y allí, además de la energética, hay iniciativas muy importantes que esperan ser aprobadas.

Pero el eje del Ejecutivo debe estar en las políticas públicas, en los espacios con los que cuenta para impulsar sus programas, sus políticas, mientras en el congreso se ponen o no de acuerdo, mientras el PRD decide si es un partido, si son dos, si trabajarán en la legalidad o siguen apostando a un caricatura insurreccional. E incluso mientras el PAN trata de reencontrarse como partido.

Los terrenos para avanzar son muy amplios: el central es la política social, a través de la cual se puede y debe estrechar la relación con los gobernadores (algo similar a lo realizado con los diputados y senadores en el primer año) para el establecimiento de proyectos estratégicos en la lucha contra la pobreza, la desigualdad pero también para mejorar la calidad de vida de las clases medias e incorporar a más sectores a ésta. Incluyendo la seguridad.

La política social debe ser el centro de la nueva estrategia de la administración Calderón y debe tener un brazo clave en la reforma educativa. Pero para ello deberá haber otros cambios porque uno de los intentos con la toma de la tribuna y otras acciones desestabilizadoras es realizar otro secuestro: mantener al presidente ocupado en la micro operación, en lo cotidiano, convertido más en un bombero que en un líder. Y el presidente Calderón, hoy más que nunca, debe salir a los estados, impulsar las políticas y obras públicas, amarrar acuerdos con gobernadores y presidentes municipales, demostrarle a la gente, desde la seguridad hasta a la educación, que sí se puede vivir mejor. Claro, para todo eso es necesario ampliar y modificar el círculo de toma de decisiones: no puede haber secretarios de bajo perfil y protegidos en la burocracia o a la espera de órdenes; debe cambiar la operación cotidiana del propio Ejecutivo, que también debe ser otro en esta nueva etapa.

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