El yo que destruye al PRD
Columna JFM

El yo que destruye al PRD

La profunda crisis que esta viviendo el perredismo al celebrar su 20 aniversario esta al borde de la división. El domingo para salvaguardar la legalidad, se decidió designar como presidente interino a Guadalupe Acosta Naranjo, ex secretario general y un hombre de la corriente de nueva izquierda, que controla el consejo nacional del partido y argumenta que si se contaran todos los votos para la elección el presidente del PRD sería Jesús Ortega.
La primera declaración de Acosta Naranjo fue que con su designación se ha acabado el partido de un solo hombre, en abierta referencia a López Obrador.

No imagino una situación peor en el perredismo para celebrar su 20 aniversario que la profunda crisis que está dejando ese partido prácticamente al borde de la división. El domingo, para salvaguardar la legalidad, se decidió designar como presidente interino a Guadalupe Acosta Naranjo, ex secretario general y un hombre de la corriente de Nueva Izquierda, que controla el consejo nacional del partido y argumenta que si se contaran todos los votos para la elección de presidente del PRD el ganador sería su candidato, Jesús Ortega. A la reunión no asistió ni Alejandro Encinas, tampoco sus representantes. La primera declaración de Acosta Naranjo fue que con su designación se había acabado el partido de un solo hombre, en abierta referencia a López Obrador, que hizo hasta lo imposible para impedir que Ortega llegara a la presidencia del partido.

La ruptura es inevitable porque el partido está dividido en por lo menos dos partes, porque ninguna de ellas desistirá a esta altura de sus pretensiones y porque el proceso electoral interno ha sido tan sucio, tan marcado por maniobras fraudulentas e intentos de golpes de fuerza, que las heridas parecen imposibles de curar. La pregunta es que sucederá en el futuro. La respuesta de que la división puede procesarse e incluso que las dos corrientes tienen preparada la salida hacia otro partido en caso de ser desplazadas, es en buena medida falsa: obviamente que los Chuchos podrían tener en el nuevo partido Socialdemócrata un espacio privilegiado y lo mismo podría suceder con los lopezobradoristas en Convergencia, pero ¿alguien puede creer que cualquiera de esas dos corrientes resignará las prerrogativas y el nombre creado por el perredismo durante dos décadas para iniciar una nueva aventura casi desde cero?

No se percibe que haya una salida real, por lo menos hasta el 2009. Se podrá argumentar que, incluso con una dirigencia interina el partido podría ser viable. Es más, para algunos puede ser una salida el divorcio de común acuerdo que plantea Nueva Izquierda: en otras palabras, mantener un solo registro y dividir prerrogativas y espacios de acuerdo a la representatividad de cada corriente. Sería la opción de crear un “partido-frente” , en similitud con la experiencia de otros países, sobre todo el frente amplio del Uruguay. El enorme problema es que esa figura no está contemplada por la ley, pero además que la reforma electoral le da a la dirigencia de los partidos tal poder, que quien no detente la dirección está en evidente desventaja.

No habrá salida negociada y todo indica que Nueva Izquierda utilizará su mayoría en el consejo para consolidar su control sobre el partido, al tiempo que la utilización a tiempo que hizo de los recursos jurídicos recurriendo al Trife, le puede dar la ventaja legal. Pero esa división de facto se trasladará a los organismos del partido, a sus dirigencias estatales y a los grupos parlamentarios.

La pregunta es qué actitud tomarán respecto a López Obrador y su gente. En el proceso de reforma petrolera, la iniciativa, como comentó en alguna oportunidad Javier González Garza, logró unificarlos con una oposición común, pero el engaño de la toma de la tribuna si bien obligó a Nueva Izquierda a plegarse a esas acciones con las que no estaba de acuerdo también polarizó la lucha interna. El ejemplo se puede repetir una y otra vez y se exteriorizó en la grabación de la discusión entre Carlos Navarrete y López Obrador. No hay, por lo tanto salidas que se perciban viables en el proceso y los costos deberán ser asumidos por las distintas corrientes.

Pero no nos engañemos, en esto hay responsables. En los hechos, si bien prácticamente todos los dirigentes del partido han tenido su parte de responsabilidad es indudable que la mayor de ellas es de López Obrador: si en otras ocasiones el perredismo logró sortear este tipo de conflictos, incluso con una elección interna anulada, o en momentos muy difíciles como la salida de Rosario Robles, lo cierto es que nunca antes la crisis había sido tan profunda. Y no lo había sido porque siempre hubo un espacio de intermediación, que pasó en su momento por Cuauhtémoc Cárdenas, y que no supo ni quiso ser cubierto por López Obrador cuando se hizo con la candidatura del partido.

No es que Cárdenas no hubiera tenido sus preferencias y candidatos, mucho menos que no hubiera tenido errores graves en la conducción del partido, sobre todo en los primeros años cuando dejaron la organización muchos de los que participaron en el FDN en el 88, y comenzaron a llegar personajes de todo tipo al PRD, los buenos, los malos y los feos. Pero Cárdenas, incluso en el episodio de Robles, que lo afectaba directamente y que prácticamente lo llevó a abandonar las tareas partidarias, siempre aceptó mediar entre las partes para encontrar una salida y sus posiciones personales nunca se expresaron abiertamente. En este caso la posibilidad de una intermediación se perdió porque, como ocurrió en el escenario nacional, López Obrador polarizó las posiciones tanto que planteó el conflicto entre leales y traidores, y no dejó espacio para los acuerdos. Y cuando la lucha se establece en esos términos es prácticamente imposible restaurar la confianza y la credibilidad.

La semana pasada, cuando entrevistaba a Carlos Monsivais, el escritor, que cumplió 70 años este domingo, me decía que hay que pasar del yo al nosotros, que si López Obrador, al que apoya, no va hacia el nosotros, el movimiento no avanzará “y vamos a perder todos”. Tiene razón. El problema es que la división entre traidores y leales, entre fieles e infieles, siempre ha llevado a la destrucción. Y que mejor muestra de esa terrible polarización que generan los discursos maniqueístas, la división entre pobres y ricos, entre buenos y malos, que lo que sucede hoy en Bolivia, azuzada por las ambiciones de Evo Morales. O lo que ocurre hoy en el PRD, destruido desde dentro.

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