La deslealtad como método de lucha
Columna JFM

La deslealtad como método de lucha

Platicaba con Héctor Aguilar Camín sobre su nuevo libro, Pensando en la Izquierda, publicado por el Fondo de Cultura Económica (un texto breve pero imprescindible para comprender porqué nuestra izquierda en ocasiones no es tal y porqué ha dilapidado en tantas ocasiones sus oportunidades políticas) y su aseveración más contundente y plenamente compartible es que el mayor problema con la izquierda es “su increíble deslealtad con las instituciones democráticas”, porque si la izquierda o lo que se denomina como tal, ha ganado poder, espacio, presencia, representatividad, ha sido gracias a la apertura democrática y las elecciones: no ha ganado nada por su capacidad de movilización, por su coqueteo con la violencia ni con los otros lugares comunes en los que suele aterrizar. La peor deslealtad ha sido no respetar y no jugar, cuando no le conviene, con las reglas del juego democrático.

Platicaba con Héctor Aguilar Camín sobre su nuevo libro, Pensando en la Izquierda, publicado por el Fondo de Cultura Económica (un texto breve pero imprescindible para comprender porqué nuestra izquierda en ocasiones no es tal y porqué ha dilapidado en tantas ocasiones sus oportunidades políticas) y su aseveración más contundente y plenamente compartible es que el mayor problema con la izquierda es “su increíble deslealtad con las instituciones democráticas”, porque si la izquierda o lo que se denomina como tal, ha ganado poder, espacio, presencia, representatividad, ha sido gracias a la apertura democrática y las elecciones: no ha ganado nada por su capacidad de movilización, por su coqueteo con la violencia ni con los otros lugares comunes en los que suele aterrizar. La peor deslealtad ha sido no respetar y no jugar, cuando no le conviene, con las reglas del juego democrático.

Esa deslealtad está en el fondo de lo que hemos estado viviendo y en la percepción del perredismo como un partido violento y poco confiable democráticamente, aunque sea un definición caricaturesca para muchos de sus integrantes. En realidad, es la vertiente autoritaria, aquella que no proviene de una cultura real de izquierda sino del viejo nacionalismo revolucionario, la que se ha apoderado de lo que llamamos izquierda y ésta se ha desdibujado hasta convertirse en una serie de lemas y consignas sin un sustento programático real y mucho menos una ideología definida.

Se cumplen 19 años de la creación del PRD. Pensemos en los hombres y mujeres que estaban entonces allí, en la primera fila y que fueron abandonando ese partido, o fueron relegados, y en los que rodean hoy a López Obrador o al propio Encinas (la mejor demostración de cómo una historia de izquierda ha claudicado en pos de los beneficios que le puede otorgar una lógica política populista alejada de todo lo que creyó en el pasado): imaginemos aquel primer PRD, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas pero que tenía en sus principales posiciones a José Woldenberg, a Julia Carabias, a Jorge Alcocer, a Arnoldo Martínez Verdugo, a Rolando Cordera, a Gilberto Rincón Gallardo, a gilberto Guevara Niebla, a Heberto Castillo y a decenas de dirigentes y simpatizantes de un alto nivel político y cultural, con una historia de izquierda de toda la vida. E imaginemos ahora el equipo más cercano a López Obrador y Encinas: Gerardo Fernández Noroña, Dolores Padierna (siempre con la sombra de René Bejarano), Claudia Sheimbaum, Porfirio Muñoz Ledo, Ricardo Monreal, Manuel Camacho, Leonel Cota Montaño. Unos son personajes respetables, otros no podrían tener espacio en la dirigencia de ninguna izquierda del mundo pero ¿qué tienen que ver ellos con la izquierda?¿cuál es su ideología, su objetivo, más allá del poder y de frases basadas en descalificaciones, agresiones y esa deslealtad a las instituciones democráticas que llevan en el colmo de la irracionalidad a descalificar su propio proceso de elección interna, o a Alejandra Barrales a pedir la expulsión de Ruth Zavaleta por “no haber impedido” una votación en el congreso?

Una deslealtad que en ocasiones acompaña también a los dirigentes de Nueva Izquierda: la distancia entre el discurso público y el privado es demasiado amplia y les falta, como dirigentes y como corriente, ser consecuentes con lo que se plantea: no se puede ser socialdemócrata de palabra y no actuar a partir de esa lógica política. Un ejemplo, ninguna socialdemocracia del mundo rechazaría la participación de la iniciativa privada en distintas áreas productivas, ninguna socialdemocracia tomaría la tribuna del congreso para evitar un debate, ninguna le daría crédito, espacio, coartadas a la violencia para justificarla, provenga de donde provenga.

Eso se demuestra en la actitud ante el EPR. Por supuesto que se debe esclarecer, cualquiera que allá sido el responsable, la desaparición de dos de sus dirigentes. Pero también se debe castigar a los responsables de los atentados contra PEMEX. El EPR no puede exigir la aplicación del Estado de derecho para esclarecer el secuestro de sus dos dirigentes y al mismo tiempo ignorarlo como una organización armada, clandestina que le ha declarado la guerra a ese mismo estado de derecho. El EPR en un par de sus comunicados se ha quejado amargamente de que en este espacio se los ha tratado como grupos delincuenciales y que se ha hecho un reflexión policiaca sobre ellos: pues resulta que sus acciones son delincuenciales y que en un sistema democrático, con todas las imperfecciones que éste pueda tener, se debe dar la lucha dentro de ese sistema si se desea hacerlo dentro de la legalidad. Y tan ilegal es secuestrar a un empresario (piden nombres: se les puede proporcionar el de Alfredo Harp, entre otros muchos) como desaparecer a un dirigente de ese grupo armado o volar los ductos de PEMEX. Lo grave, e incluso eso lo señala Marcos en una reciente entrevista-libro, que le llamaba la atención que cuando ellos, el EZLN, recurrieron a la violencia recibieron un rechazo prácticamente unánime, y ahora que el EPR voló los ductos de PEMEX, hubo actores políticos que no condenaron esos hechos. Es verdad, y no lo dice Marcos, pero la razón de esa tolerancia hacia la violencia es que la que ha perdido valores es la propia izquierda, es un PRD controlado en parte por los restos de un nacionalismo revolucionario que mantiene las peores herencias del viejo priismo, y que no termina de aceptar la vía democrática para buscar el poder, que no acepta ser minoría legislativa, que no sabe llegar a acuerdos, que divide el país y la sociedad entre traidores y leales, entre malos y buenos. Es, diría Aguilar Camín, la mejor demostración de la deslealtad de esa izquierda con la democracia. Y su recuperación, después del desastre electoral que le espera en el 2009, sólo podrá sobrevenir de ratificar, con los hechos, la lealtad al juego democrático.

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