La crisis del PRD o la estrategia de la debilidad
Columna JFM

La crisis del PRD o la estrategia de la debilidad

Ahora se comienza a comprender porqué Lopez Obrador, el fin de semana pasado, se apresuró a asegurar en Zacatecas que había ordenado tomar las tribunas para evitar “una rebelión popular” contra el gobierno. Los números que muestra la encuesta realizada por encargo del propio grupo legislativo del PRD exhibe números catastróficos: luego de la toma de la tribuna y de la elección interna no resuelta del perredismo, más del 65 por ciento de los encuestados no votaría por ese partido. Pero más preocupante resulta otro dato: sólo el 5.5 por ciento estaría dispuesto a votar por el PRD.

Ahora se comienza a comprender porqué Lopez Obrador, el fin de semana pasado, se apresuró a asegurar en Zacatecas que había ordenado tomar las tribunas para evitar “una rebelión popular” contra el gobierno. Los números que muestra la encuesta realizada por encargo del propio grupo legislativo del PRD exhibe números catastróficos: luego de la toma de la tribuna y de la elección interna no resuelta del perredismo, más del 65 por ciento de los encuestados no votaría por ese partido. Pero más preocupante resulta otro dato: sólo el 5.5 por ciento estaría dispuesto a votar por el PRD. Si eso fuera así, estaríamos ante un desastre electoral mayor incluso al de 1991, cuando el PRD, luego de la extraordinaria elección del 88, quedó debajo del 10 por ciento de los votos. López Obrador con su declaración quiere atenuar los efectos devastadores que ha tenido para su partido su política, mientras que Graco Ramírez, quien fue el coordinador de campaña de Jesús Ortega confirmó lo que ya había dicho Ruth Zavaleta el mismo día de la toma de tribuna: que el propio López Obrador rompió el acuerdo que había tomado con los coordinadores legislativos, los madrugó y ordenó tomar las tribunas para evitar que se avanzara en el debate sobre el tema petrolero. Graco, con su declaración intenta, a su vez, deslindar a su corriente de esa acción. Lo inconcebible es que, al mismo tiempo, buena parte de los “madrugados”, de los engañados, en lugar de reclamar públicamente por esos hechos, tratan de maquillar e incluso proclamar como un triunfo lo que constituye la mayor derrota política del PRD.

Pero la pregunta es para quién resulta esto una derrota. Y es allí donde fallan las respuestas. López Obrador el único interés que tiene en el PRD es que siga existiendo y sólo si lo maneja su gente, porque es una fuente de recursos enorme: de prerrogativas directas (de dinero contante y sonante) el PRD recibe un millón de pesos diarios en época no electoral. La cifra se duplicará el año próximo. A eso se deben sumar las prerrogativas estatales y a éstas los recursos que implican un caudal de acceso gratuito a medios como no ha tenido jamás con anterioridad el sistema de partidos. Con un agregado: la reforma electoral que se realizó el año pasado, concentra en las dirigencias partidarias un enorme poder, mucho mayor que en el pasado. Para López Obrador, controlar esa estructura y recursos le resulta necesario y atractivo para su propio proyecto, y por eso hizo de todo para tratar que Encinas se quedara en el liderazgo del PRD. Para la corriente Nueva Izquierda es la oportunidad de tener una carta para negociar con López Obrador, que éste los tome en cuenta o sino comenzar a trabajar en un proyecto propio para el 2012. El punto es que en esa ecuación, mientras que a López Obrador las elecciones intermedias le interesan sólo en la lógica de poder colocar un número mayor de partidarios suyos en las listas, para Ortega y sus aliados tienen que ser un medio de consolidación, incluso la posibilidad de comenzar a desplegar desde el legislativo candidaturas alternas de cara al futuro.

Pero están hablando de cosas diferentes, de objetivos encontrados. No piensan ni quieren lo mismo. Eso es lo que torna inviable la continuidad del partido. Lo que profundiza la crisis y sólo la alarga hasta saber qué se resolverá de la misma en el Tribunal Electoral, e incluso así tampoco habrá, sea cual fuere la decisión, posibilidad de permanecer unidos.

La crisis interna del PRD y la descalificación de sus corrientes, no tiene, entonces, para cuando terminar. De acuerdo con los procedimientos legales Jesús Ortega es y será el nuevo presidente del partido. Pero apenas ayer, Alejandro Encinas ha reiterado que no aceptará los resultados e insiste en calificar la elección como un “chuchinero”, en una abierta descalificación a su competidor y se supone que todavía compañero de partido. La ruptura es obvia, evidente y ni siquiera torna viable aquello del “divorcio pactado”, de la virtual convivencia de los dos partidos tras un mismo membrete.

¿Por qué entonces López Obrador, a diferencia de lo que han hecho otros dirigentes, como Cuauhtémoc Cárdenas, no quiere propiciar un arreglo, una solución a la crisis? Porque si no puede dominar al partido, prefiere mantenerlo como rehén de su estrategia e ir aniquilándolo de a poco. Necesita que el PRD sobreviva lo suficiente para tener un paraguas que lo proteja legalmente mientras su propio movimiento va tomando forma y estructura en el país. Ahora tiene afiliados pero dista mucho de ser el suyo un aparato eficiente: eso se lo da el PRD y en algunos puntos muy específicos sus aliados coyunturales. Paradójicamente, el ex candidato presidencial se siente cómodo con un partido debilitado, enfrentado en luchas intestinas y que, por razón misma de la crisis, no puede o no quiere refutar públicamente sus posiciones. Mientras tanto hace lo que quiere y el partido, esté o no de acuerdo, debe acompañarlo. Y eso seguirá siendo así hasta que concluya el proceso legal interno y ello obligue a tomar decisiones a sus nuevos, quienes sean, próximos dirigentes.

El debate petrolero sirve en todo caso para eso: para prolongar la incertidumbre, para encontrar un enemigo común (el fantasma de la privatización) que obligue a mantener unidas las filas, que transforme el discurso de López Obrador en el pensamiento único del PRD y el FAP. Si el partido en ese camino se desangra no es problema para quien no quiere tener que rendir cuentas porque, como lo aceptó en días pasado Lorenzo Meyer, es un hombre que cree que tiene una conexión directa con algo superior. Vaya paradoja: es exactamente lo mismo que asegura el presidente Bush.

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