La política determina la seguridad
Columna JFM

La política determina la seguridad

La renuncia de Noé Ramírez Mandujano a la subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, la SIEDO, uno de las principales instancias de persecución del narcotráfico y otras variantes del crimen organizado en el país, implica la salida de un hombre con larga experiencia en el sector. Y si bien no se han dado explicaciones oficiales sobre ese cambio, lo cierto es que se especula con que el mismo tiene relación con el incremento de secuestros, la fuga de algunos capos del narcotráfico durante su prisión preventiva y una percepción de que las cosas no están funcionando bien en los terrenos de la seguridad.

La renuncia de Noé Ramírez Mandujano a la subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, la SIEDO, uno de las principales instancias de persecución del narcotráfico y otras variantes del crimen organizado en el país, implica la salida de un hombre con larga experiencia en el sector. Y si bien no se han dado explicaciones oficiales sobre ese cambio, lo cierto es que se especula con que el mismo tiene relación con el incremento de secuestros, la fuga de algunos capos del narcotráfico durante su prisión preventiva y una percepción de que las cosas no están funcionando bien en los terrenos de la seguridad.

Y obviamente, Ramírez Mandujano se puede haber equivocado o no, puede o no irse de ese cargo por éstas u otras razones, mejores o peores, pero lo cierto es que la percepción de que las cosas no están funcionando bien en el terreno de la seguridad está ganando terreno cotidianamente y pareciera que ocurre en un momento en el cual en el gobierno federal están en un momento de duda o de transición sobre qué hacer en esas y otras áreas. Un momento que quizás, por todo lo derivado del debate petrolero, se ha alargado ya demasiado y que no pasa, sólo, por el destino de un funcionario, sea quien sea.

La seguridad pública y nacional exige instituciones, estrategias, programas, funcionarios adecuados a los objetivos que se quieren conseguir, pero requiere también una estrecha colaboración y áreas de responsabilidad perfectamente determinadas para cada sector. Una de las evaluaciones básicas sobre lo ocurrido el 11-S con los atentados terroristas en Estados Unidos fue que, pese a que existía información que hubiera podido evitarlos y detener a los que estaban detrás de ellos, la falta de coordinación, de cruce de información, el enfrentamiento entre las más de once agencias de inteligencia que trabajaban simultáneamente en los mismos temas, permitió que la tragedia ocurriera y no se tomaran medidas. Pero también se concluyó, que eso había sucedido por falta de claridad política en los objetivos que se querían perseguir en la lucha contra el terrorismo. Y antes, les había ocurrido lo mismo en la lucha contra el crimen organizado.

En todos los ámbitos que rodean la seguridad, desde el ejército y la marina, hasta la SSP y la PGR, desde las policías estatales a las municipales, hay muchísimo que hacer, demasiados cabos sueltos, demasiada falta de coordinación y malos entendidos, independientemente de lo bien intencionados o capacitados que estén todos los que ocupan esas áreas. Pero el problema fundamental, como ocurrió en Estados Unidos antes del 11-S, es político, es la falta de claridad y de operación, debajo de la premisa, comúnmente aceptada, de la guerra contra el narcotráfico y  la lucha por recuperar la seguridad. El problema es político y de diseño, cuando no se puede explicar bien qué es lo que está ocurriendo, cuando no se puede terminar de involucrar ese tema en el resto de la agenda nacional y se lo sigue viendo como un fenómeno brutal pero aislado (aunque haya causado ya más de 5 mil muertos en lo que va del sexenio), cuando dirigentes partidarios, legisladores, gobernadores, presidente municipales, comunicadores, aparecen con ocurrencias sobre el tema y  pareciera que todas las tesis, todas las ideas son válidas. Y la verdad es que en esto, como en cualquier ciencia, no lo son. Pero nadie termina de colocar las cosas en su justa perspectiva y trabaja en ese sentido con resultados comunes.

La pregunta es si en todos los ámbitos desde donde se debe encauzar esa visión política del tema de la seguridad, esa perspectiva existe. En ocasiones pareciera que no. Y no pasa esta visión por el falso debate sobre si se va ganando o no la guerra contra el narcotráfico. Por definición ésta es una guerra que, como tal, no se ganará plenamente jamás, pero que, por ello mismo, requiere que se ganen la mayor cantidad de batallas posibles. Este tipo de guerras se ganan en el terreno de la política y las percepciones. Decía Joquín Villalobos respecto a la situación que viven las FARC que éstas están derrotadas, porque “las guerras se ganan en el terreno moral cuando se quiebra la voluntad de combate del contrario”. Y ese combate moral, pese a los avances reales que se han logrado en la lucha contra el crimen, no se está ganando. Para hacerlo se requiere corregir muchos aspectos técnicos y operativos, pero se requiere una claridad y operación política coherente con el objetivo que se impulsa: para ganar un guerra en el terreno moral se debe lograr que el conjunto de la sociedad la asuma como tal. Y para eso, insistimos, se requiere, se exige, una intensa labor de operación política cotidiana.

Con un agregado: con claridad y operación política, las diferencias lógicas o no que existen en las áreas estratégicas y operativas de seguridad se terminarán atenuando, porque allí deberá primar, también, la claridad y la operación. Porque allí también se debe ganar esa batalla moral. Pero para todo eso es necesario ajustar piezas, sacudir la estructura, tener claridad sobre el rumbo y el destino y una elevada y real coordinación política, dentro y fuera de lo estrictamente relacionado con la seguridad y la justicia. Hoy esos intentos de coordinación y operación política recaen sólo en los hombros del presidente Calderón. Es necesario pero no es suficiente. El propio ejecutivo federal debe salirse de la agenda en ocasiones demasiado cotidiana e intrascendente que vivimos para colocar esa política en otro nivel. Y para hacerlo, requiere de nuevas visiones, nuevos acuerdos, nuevas alianzas, nuevos personajes, que logren quebrar la voluntad de los verdaderos enemigos a través de la claridad, la operación y la eficiencia política. A partir de allí se podrá luchar para ganar la batalla de las percepciones.

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