SIDA: la discriminación y la intolerancia
Columna JFM

SIDA: la discriminación y la intolerancia

Comenzó la Conferencia Mundial contra el Sida. No se trata de un evento académico más ni tampoco de un espacio que sirve de coartada para la movilización de ciertos sectores: estamos hablando de la búsqueda, tanto en la conferencia como en los foros alternativos, de respuestas a una problemática que sigue siendo uno de los desafíos más formidables que enfrenta la humanidad… y no ha tenido la respuesta que se requiere.

Comenzó la conferencia mundial contra el SIDA. No se trata de un evento académico más, ni tampoco de un espacio que sirve de coartada para la movilización de ciertos sectores: estamos hablando de la búsqueda, tanto en la conferencia como en los foros alternativos, de respuestas a una problemática que sigue siendo uno de los desafíos más formidables que enfrenta la humanidad…y que no ha tenido la respuesta que se requiere.

Tampoco es un tema ajeno a nosotros. México es el segundo país de América latina con mayor número de personas infectadas con el VIH, sólo debajo de Brasil. El SIDA se ha convertido en la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años y si bien los grupos con mayores riesgo (trabajadores sexuales, la comunidad lésbico gay, adictos a la heroína) siguen siendo los mismos, lo cierto es que el índice de nuevos contagios se ha acrecentado en forma notable entre los muy jóvenes y cada vez más entre mujeres de parejas heterosexuales. Y por ello, conocemos una parte de los números de afectados pero la cifra negra, la cantidad de portadores del virus que no son concientes, que no saben que lo son, parece ser mucho más alta de lo estimado.

En el corazón del problema está la educación, la información, los prejuicios. Existen muchos casos de mujeres infectadas, sobre todo en sectores campesinos o marginales urbanos, que no saben, hasta que desarrollan la enfermedad, que han sido contagiadas con el virus. Suelen ser parejas de hombres que han emigrado, ellos han mantenido relaciones sin protecciones en ese periodo, han contraído el virus, en la mayoría de los casos ellos tampoco saben que lo portan, y al regresar a México han contagiado a sus antiguas (o nuevas) parejas. Y el círculo continúa reproduciéndose una y otra vez, porque en muchos casos esos hombres y mujeres que no saben que están enfermos, o no tienen acceso a un centro de salud, o en esos centros, en muchos casos rebasados o con otro tipo de desafíos, tampoco están en condiciones de detectar a tiempo a los portadores o incluso a los ya enfermos.

Se va más allá aún cuando esas parejas tienen hijos. Suman miles los niños que han sido contagiados por el virus al momento de nacer, en muchos de los casos porque sus padres ignoran ser portadores o porque no tuvieron atención médica adecuada. En realidad, con los tratamientos actuales, una mujer seropositiva puede dar a luz con un altísimo porcentaje de probabilidades de no contagiar al bebé. Incluso, aunque no se realiza en México, existen procedimientos médicos que permiten sin mayores problemas controlar desde el embarazo en sí hasta el parto de una pareja enferma de SIDA, sin peligro para el bebé: pero se debe tener la información, la atención y las medidas adecuadas. Y a pesar del enorme esfuerzo que realizan muchas autoridades y sectores de la sociedad civil para combatir el SIDA, para hacer llegar los medicamentos adecuados en tiempo a muchos enfermos (con los tratamientos actuales en muchos casos los portadores o enfermos pueden realizar una vida completamente normal) aún la cifra negra, la parte del iceberg que no vemos sigue siendo enorme.

Problemas hay muchos respecto a la detección y los tratamientos derivados de las personas infectadas con el virus y de quienes han desarrollado ya la enfermedad: desde las disponibilidad de espacios, tratamientos, costos de las medicinas, capacitación del personal médico hasta el acceso a las nuevas investigaciones y procedimientos. Pero todo eso, en última instancia, puede ser y es solucionable. Los mayores desafíos sobre el tema en nuestra sociedad (y eso hace doblemente importante la realización de esta conferencia en México) es la ignorancia y la discriminación, el prejuicio y el desinterés.

Para muchos el SIDA sigue siendo una enfermedad maldita, una consecuencia de ciertos hábitos sexuales que consideran pecados, algo que recibe quien se lo merece, como una suerte de castigo divino. Son los mismos grupos que desinforman o literalmente mienten sobre políticas de salud reproductiva, quienes discriminan a las mujeres, a los homosexuales, a las lesbianas, a cualquiera que se aparte unos centímetros de su concepción de lo correcto. Son quienes se oponen a que el Estado realice una amplia campaña de prevención basada en el uso del condón para evitar o disminuir la posibilidad de transmisión de enfermedades sexuales, pero también se oponen a cualquier método anticonceptivo. Y que tienen el tema del aborto como bandera. Tienen todo el derecho de defender y debatir esas opiniones. Tienen todo el derecho de establecer para sí mismos una norma de conducta determinada. Pero no tienen derecho a imponerlo al resto de la sociedad y de tratar que la sociedad viva de acuerdo a sus normas, discriminando y castigando a quien no las sigue. La intolerancia es fruto de las deformaciones de la educación, de la ignorancia y los prejuicios en que viven muchos de estos grupos y personajes.

Pero tampoco nos engañemos: los intolerantes y prejuiciosos no provienen de un solo ámbito político, aunque la mayoría de ellos se identifiquen con los grupos más conservadores. Los hay en todos los partidos y sectores, por convicciones personales o por simple conveniencia y cálculo político. Lo mismo los grupos de ultraderecha que se oponen al condón o a la distribución de la píldora del día siguiente, que autoridades que, como ocurrió el sexenio pasado en el DF, bloquearon, vetaron, legislación que beneficiaba a las minorías sexuales, a las mujeres, o que eran parte de políticas de salud reproductiva más avanzadas, simplemente por no perder votos. Unos y otros, aunque se consideren entre sí enemigos, terminan estando hechos de lo mismo. En realidad, el conflicto no pasa por la religión o la ideología. Pasa por la tolerancia, la educación, el sentido común y la capacidad de comprender al otro. Virtudes  de las que muchos personajes públicos carecen.

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