Apostar desde el Estado al mercado
Columna JFM

Apostar desde el Estado al mercado

La reunión del G-20, el fin de semana en Washington, permitió, por primera vez desde el inicio de la crisis, comenzar a tener una perspectiva de cierta tranquilidad en los mercados que, paradójicamente, han apostado por una mucha mayor intervención del Estado en la vida económica. De todas formas, pese a los acuerdos y los esfuerzos, no será hasta que el 20 de enero próximo asuma el gobierno de Estados Unidos Barack Obama cuando se tendrá un panorama mucho más claro, pese a que Obama está decidido a tener desde ahora una participación decidida con el fin de enfrentar la crisis.

La reunión del G-20 este fin de semana en Washington permitió, por primera vez desde el inicio de la crisis, comenzar a tener una perspectiva de cierta tranquilidad en los mercados que, paradójicamente, han apostado por una mucha mayor intervención del Estado en la vida económica. De todas formas, pese a los acuerdos y los esfuerzos, no será hasta que el 20 de enero próximo asuma el gobierno de los Estados Unidos Barack Obama cuando se tendrá un panorama mucho más claro, pese a que el propio Obama está decidido a tener desde ya una participación decidida para enfrentar la crisis.

La crisis ya está aquí y la actividad económica ha disminuido en prácticamente todo el mundo. El secreto para pasar este periodo que durará poco más de un año (con consecuencias de largo plazo) estará en la inversión pública e indirectamente tendrá que pasar por el rescate financiero de muchas empresas, por el financiamiento público de proyectos y por aceptar que los gobiernos deberán incrementar su déficit para poder afrontar esos desafíos. Uno de los problemas es que, en términos globales, el déficit estadounidense resulta ya insostenible pero, inevitablemente Obama tendrá que recurrir a él para financiar el salvamento económico de su país. Pero por eso mismo el próximo inquilino de la Casa Blanca tendrá que reducir su participación militar en Irak y Afganistán, adoptar una nueva estrategia de lucha contra el terrorismo, porque si bien el descalabro estadounidense devienen en muy buena medida de la crisis hipotecaria y los créditos llamados subprime, el hecho es que la génesis de todo ello parte de un gobierno que literalmente no sabe al día de hoy exactamente cuánto debe y cuánto ha costado la guerra contra el terrorismo y, sobre todo, la intervención en Irak: son miles y miles de millones de dólares que llevaron a que el gobierno de Bush, que había asumido el poder hace ocho años con un saludable superávit fiscal que le había dejado la administración Clinton, deje dentro de dos meses el poder con el déficit más alto de la historia.

Cuando se habla de una mucha mayor participación del Estado en la economía, no se está hablando de la nacionalización o estatización de empresas, aunque en muchos casos, para poder recapitalizar las empresas, los gobiernos han tenido que intervenir en ellas y comprar activos importantes. Pero la idea no es que el Estado se haga dueño de las empresas y las administre sino que les permita capitalizarse para reactivar el mercado en el menor tiempo posible. Es central esa participación e inversión en las instituciones financieras porque el problema central que detonó la crisis no fue necesariamente la falta de dinero sino la falta de confianza entre las propias instituciones para activar el crédito entre ellas mismas y sus clientes, a través del llamado financiamiento interbancario. Y si no hay crédito y financiamiento entre las propias instituciones financieras no lo habrá para las empresas y luego hacia los consumidores. Ese círculo debe rehabilitarse y en casos como México, donde aún funciona en forma muy aceptable se deben hacer todos los esfuerzos por mantenerlo activo.

Esa vía se debe complementar con una creciente presencia del Estado en la obra pública para permitir que la actividad económica continúe y, por lo tanto, las empresas puedan mantener su actividad. México en ese sentido ha enfocado correctamente la crisis tanto desde el punto de vista financiero como en el presupuestal: los recursos destinados a infraestructura en el próximo año son muy importantes y otras áreas, como la construcción de viviendas, seguirán funcionando con una cierta normalidad. En realidad, no hay, por lo menos en nuestro caso, muchos otros secretos que se puedan aplicar: las finanzas nacionales están relativamente sanas; los adeudos no son excesivos incluso para el nivel de reservas; la economía está enfocada en áreas que pueden seguir funcionando con cierta normalidad. El problema es otro: es cómo activar realmente el crecimiento y cómo actuar con sensatez y rapidez ante la situación que viene.

Dos ejemplos: nadie duda de que el sector energético puede ser el mayor detonador económico del país, pero sería por lo menos ingenuo pensar que con las reformas que se aprobaron en días pasados es suficiente para colocar ese sector en los niveles en que un país con el potencial energético de México debería estar. La reforma alcanzará, en ese sentido para relativamente poco, aunque tendrá la enorme virtud de ordenar las cosas en Pemex, permitir su crecimiento y, en ese sentido, impulsar el desarrollo. Pero poco más. Y nuestros políticos siguen sin asumirlo. O si lo hacen no actúan en consecuencia.

Otra obra que se debería anunciar en forma inmediata: la construcción de un nuevo aeropuerto para el área metropolitana. Ayer decíamos que si hace seis años se hubiera comenzado a construir el aeropuerto de Texcoco no sólo tendríamos ahora un gran aeropuerto internacional funcionando plenamente (y se hubiera generado toda un área de desarrollo en una zona hoy hundida económicamente) sino que muy probablemente no hubiéramos tenido un accidente como el que costó la vida a Juan Camilo Mouriño y otras 14 personas. Ayer mismo el gobierno del DF, dijo públicamente que se debía hacer otro aeropuerto. Lo que no dijo es que el anterior no se construyó porque ese mismo gobierno se opuso y financió a una agrupación violenta como la de Atenco, con el fin de impedir esa obra, darle un golpe al gobierno federal e instaurar la línea que ha seguido hasta el día de hoy López Obrador: desestabilizar para tratar de que el poder caiga en sus manos. El gobierno federal le debería tomar la palabra al del DF y comenzar ya la construcción del nuevo aeropuerto, el del DF y varios más que requiere el país y que no se construyen por las trabas burocráticas y partidarias. Y hacerlo rápido, porque el país, en medio de la crisis, no puede esperar.

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