La revolución, la gente, el narcotráfico
Columna JFM

La revolución, la gente, el narcotráfico

Combatir hoy el crimen organizado es honrar la revolución, dijo ayer en su primera aparición pública el nuevo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont. Y es verdad, el combate al crimen organizado y en particular contra el narcotráfico, es el mayor desafío que enfrenta el Estado mexicano en términos de seguridad nacional e incluso de viabilidad, para no convertirse en un Estado fallido. Se nos podrá decir que no es verdad: que es un desafío mayor la miseria que campea en muchas áreas de nuestro territorio; que la educación está lejos de vivir uno de sus mejores momentos y que en realidad se deteriora cada día más; se podrá argumentar que ahí están las deficiencias del sistema político que permite que vívales y oportunistas tengan o pretendan tener posiciones de decisión en todos los niveles. Se podrá decir, finalmente pero sin agotar este recorrido, que en última instancia es la economía, que sin un crecimiento amplio y sostenido no podrá combatirse al crimen organizado, ni evitar la miseria, ni mejorar la educación ni siquiera impedir que millones de paisanos terminen viviendo del otro lado de la frontera.

Combatir hoy el crimen organizado es honrar la revolución, dijo ayer en su primera aparición pública el nuevo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont. Y es verdad, el combate al crimen organizado y en particular contra el narcotráfico, es el mayor desafío que enfrenta el Estado mexicano en términos de seguridad nacional e incluso de viabilidad, para no convertirse en un Estado fallido. Se nos podrá decir que no es verdad: que es un desafío mayor la miseria que campea en muchas áreas de nuestro territorio; que la educación está lejos de vivir uno de sus mejores momentos y que en realidad se deteriora cada día más; se podrá argumentar que ahí están las deficiencias del sistema político que permite que vivales y oportunistas tengan o pretendan tener posiciones de decisión en todos los niveles. Se podrá decir, finalmente pero sin agotar este recorrido, que en última instancia es la economía, que sin un crecimiento amplio y sostenido no podrá combatirse al crimen organizado, ni evitar la miseria, ni mejorar la educación ni siquiera impedir que millones de paisanos terminen viviendo del otro lado de la frontera.

Todo eso es verdad, pero ahora que está tan de moda, con la crisis económica internacional, revivir a Keynes, habría que insistir en que el economista inglés cuando era criticado por las medidas y programas de corto plazo que impulsaba decía que era verdad, que había que trabajar y planear para el largo plazo, pero en el largo plazo, recordaba, todos estaremos muertos. Y se trataba de adoptar soluciones, sin desestimar el largo plazo, para el día de hoy.

Y hoy la gente exige seguridad, porque sin ella simplemente se transforman en rehenes de las delincuencia. Sin seguridad no hay crecimiento económico amplio y sostenible; sin seguridad no se puede mejorar la educación; tampoco, mucho menos, combatir la miseria o mejorar las instituciones políticas. La inseguridad, sobre todo la derivada de la delincuencia organizada y el narcotráfico, permea todos los ámbitos y convierte a las sociedad en dependientes, en adictas a la protección, a como dé lugar, de esa violencia y las atrofia. Debemos trabajar en muchos ámbitos para mejorar la seguridad (economía, educación, lucha contra la pobreza, instituciones políticas) pero se deben eliminar las causas y consecuencias más evidentes de la violencia para poder hacerlo.

Incluso en el propio ámbito de la seguridad pública, en general, en los espacios federales, estatales y municipales, la respuesta de corto plazo no puede ni debe desdeñarse esperando concretar los grandes objetivos del futuro, aunque estos sean relativamente cercanos y deseables. La gente no tiene porqué vivir lo que está viviendo en Chihuahua o en Baja California, quizás hoy los dos puntos neurálgicos de la lucha contra el narcotráfico: no puede ser que estos delincuentes, o sus secuaces de cuarta categoría, traten de aprovecharse del miedo de la gente para extorsionar a los maestros y padres de familia en las escuelas pidiendo su “aguinaldo” a través de amenazas y chantajes. No puede ser que haya maestros y padres de familia que se estén planteando entregar sus propios y exiguos aguinaldos a estos criminales pensando que así los dejarán en paz. No puede ser que sean incendiados negocios que no aceptaron pagar ese chantaje, o que los secuestros express estén a la orden del día. Y no puede ser que no pase nada.

Hace ya meses, insistimos en la idea de que se debería analizar con seriedad la posibilidad de establecer el estado de excepción en los puntos del país donde la violencia se ha exacerbado tanto hasta estar, de alguna manera, fuera de control: hoy, por lo menos las ciudades de Juárez y Chihuahua, y la ciudad de Tijuana, parecen estar acercándose o estar de lleno en esa situación. El estado de excepción no es una medida antidemocrática, al contrario, es una decisión que se puede y debe adoptar para defender las instituciones democráticas cuando éstas están en riesgo, como está ocurriendo. Cuando el crimen organizado ha controlado las policías locales, cuando no existe confianza, cuando el chantaje y la extorsión están desatados ¿por qué no, de acuerdo con el congreso y el gobierno local, no se pueden tomar medidas de excepción?. Es verdad que en parte así está ocurriendo de facto: apenas el miércoles el ejército y fuerzas federales en los hechos tomaron el control de Tijuana, ante el hecho evidente de que sus 500 policías locales no eran confiables, ya sea por corrupción o por miedo. Pero el mensaje que se enviaría hacia la sociedad y hacia los propios grupos criminales sería diferente si todas o la mayoría de las fuerzas políticas, en el terreno local y federal, coincidieran sí en las grandes reformas a la justicia y el sistema de seguridad que están debatiéndose en estos momentos en el congreso para aplicar en el futuro, sino en acciones concretas, de corto plazo y de respuesta inmediata, mientras llega lo demás.

Aunque fuera por una razón: existen sectores que se han convertido, por temor; por desinformación; en algunos casos, posiblemente los menos, por corrupción o por la búsqueda de espacios amarillistas en los mejores aliados de los grupos criminales: dicen, publican, impulsan, exactamente las medidas que en cualquier estrategia de medios estos grupos quisieran diseñar para sí mismos. Alentar las dudas, la desconfianza, la debilidad pública, el temor, hacer ver a los grupos criminales como inexpugnables, divulgar información que surge del rumor o del mito pero que no tiene la menor fuente verificable, sería parte de esa estrategia. Hace tiempo dijimos y ese quizás fue uno de los méritos de la revolución, que la sociedad no quiere destruir las instituciones, quiere instituciones más fuertes, más eficientes y que funcionen para su beneficio. Plantear lo contrario es la mejor estrategia para aliarse con el narcotráfico. Conciente o inconscientemente.

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