Pena de muerte: una cortina de humo
Columna JFM

Pena de muerte: una cortina de humo

Hoy se cumplen los primeros 60 años de la Declaración de los Derechos del Hombre, el acuerdo internacional más enaltecedor, el que mejor interpretó cuál debía ser el tipo de sociedad que debía surgir de las cenizas de la devastadora, aterradora, segunda guerra mundial: desde los campos de concentración nazi y las pesadillas fascistas hasta el holocausto nuclear en Hiroshima y Nagasaki, la humanidad y los propios gobiernos sabían de la enorme capacidad de destrucción y la degradación a la que la propia sociedad podía ser reducida. La Declaración de los Derechos del Hombre fue la respuesta más civilizada, más inteligente, más profunda que podía darse a ese desafío. Veríamos después que la capacidad de destrucción no había disminuido: vinieron Corea, la guerra fría, la caza de brujas del maccarthismo, supimos de los crímenes de Stalin, Vietnam, los golpes militares y las dictaduras en Centro y Sudamérica, las destrucción sistemática, humana, material, cultural, del Africa. Ahora la brutalidad del terrorismo y el narcotráfico, las guerras en Irak y Afganistán. La declaración de los derechos del hombre ha sido, en ese sentido, un escudo, una referencia para saber que el mundo puede y debe enfrentarse con armas legítimas, las de la razón, el derecho, la decisión social, a esos desafíos y puede tener en ella el objetivo al cual quiere dirigirse.

Hoy se cumplen los primeros 60 años de la Declaración de los Derechos del Hombre, el acuerdo internacional más enaltecedor, el que mejor interpretó cuál debía ser el tipo de sociedad que debía surgir de las cenizas de la devastadora, aterradora, segunda guerra mundial: desde los campos de concentración nazi y las pesadillas fascistas hasta el holocausto nuclear en Hiroshima y Nagasaki, la humanidad y los propios gobiernos sabían de la enorme capacidad de destrucción y la degradación a la que la propia sociedad podía ser reducida. La Declaración de los Derechos del Hombre fue la respuesta más civilizada, más inteligente, más profunda que podía darse a ese desafío. Veríamos después que la capacidad de destrucción no había disminuido: vinieron Corea, la guerra fría, la caza de brujas del maccarthismo, supimos de los crímenes de Stalin, Vietnam, los golpes militares y las dictaduras en Centro y Sudamérica, las destrucción sistemática, humana, material, cultural, del Africa. Ahora la brutalidad del terrorismo y el narcotráfico, las guerras en Irak y Afganistán. La declaración de los derechos del hombre ha sido, en ese sentido, un escudo, una referencia para saber que el mundo puede y debe enfrentarse con armas legítimas, las de la razón, el derecho, la decisión social, a esos desafíos y puede tener en ella el objetivo al cual quiere dirigirse.

Mientras en distintos países se celebran hoy los 60 años de esa histórica declaración, en México estamos inmersos en un debate falso: el de la pena de muerte, que no tiene más objetivo que utilizar como un arma publicitaria y electoral una medida erradicada de todas las democracias occidentales (con excepción de algunos estados de la Unión Americana) y que todo especialista serio sabe que no tiene ninguna influencia a la hora de mejorar o no la seguridad. Simplemente es un acto de venganza que ni siquiera, sobre todo en nuestras condiciones, se sabe si se aplicará a los verdaderos responsables.

Los derechos humanos tienen mala fama entre nosotros. En parte porque en muchas ocasiones las Comisiones (las oficiales y las privadas) han volcado sus esfuerzos, así lo ha percibido la gente, más en la defensa de los delincuentes que de la propia sociedad agredida por ellos. No hay organismo de derechos humanos que lo reconozca públicamente, pero es un hecho, una realidad inocultable, y así ha ocurrido en muchas ocasiones, con excepciones por supuesto (pocas comisiones han tenido un papel más destacado que la de Guadalupe Morfín en un pasado ya lejano en Jalisco o actualmente Emilio Alvarez Icaza en el DF, o su antecesor Luis de la Barreda), y la sociedad se ha dejado seducir por mensajes terribles, como aquel que lo llevó a ganar la elección en el estado de México a Arturo Montiel: “los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas”.

Lo cierto es que la gente está, con toda razón, enojada, indignada, asustada y cree, un porcentaje alto de la población, que ello podría solucionarse con la pena de muerte. Y algunos partidos y gobernantes han tomado esa bandera simplemente porque saben que eso significa votos. Es una brutal irresponsabilidad: como decíamos, ningún país democrático aplica la pena de muerte, salvo algunos estados de la Unión Americana. Está comprobado que no reduce los delitos violentos (nadie ejecuta más que Texas, en ningún otro lugar hay tantos actos violentos y en ningún otro de los Estados Unidos, la discriminación contra latinos, sobre todo mexicoamericanos y afroamericanos, a la hora de aplicar la medida, es tan evidente); está comprobado que la justicia es falible y que en muchos casos se ha terminado ejecutando a inocentes; está comprobado que alienta los instintos más bajos, no los más sublimes de una sociedad. No sirve.

Existen otras penas que pueden aplicarse mucho más duras y ejemplificadoras: verdaderas condenas perpetuas, que no permitan libertades anticipadas; un sistema de centros de reclusión de verdadera alta, mediana y baja seguridad y no como los que tenemos el día de hoy: centros de corrupción, delincuencia e impunidad; construyamos centros donde los que tengan que purgar una pena y puedan ser rehabilitados, lo sean, y los que deban estar aislados de la sociedad sean detenidos de por vida

Políticamente plantear la pena de muerte y que lo hagan el PRI y el Verde es una enorme incongruencia: el PRI se acaba de declarar socialdemócrata. Quizás no lo saben, pero no hay ningún partido socialdemócrata en el mundo que proponga la pena de muerte, ni siquiera en América latina. Quizás están pensando en Cuba o en China, pero esos países, vale recordarlo, son dictaduras, no democracias y no tienen nada de socialdemócratas. Lo del Verde raya en lo absurdo: no se puede ser ecologista para preservar la naturaleza y proponer la pena de muerte. En las temporadas de toros siempre hay junto a la Plaza México un grupo de pintorescos militantes del Verde, pidiendo que se prohíban las corridas de toros porque son inhumanas y crueles con los animales…¿y proponen la pena de muerte?. Es absurdo.

El tema es mucho más sencillo: el problema está en la impunidad. Hoy sólo siete de cada mil delincuentes terminan cumpliendo una condena. Hoy el nivel de impunidad ronda en el 98 por ciento de los delitos cometidos. Hoy no tenemos ni la policía, ni los ministerios públicos ni el sistema de justicia que nos permita reducir seriamente esos brutales índices de impunidad. Los legisladores y partidos tienden una cortina de humo con el debate sobre la pena de muerte para ocultarnos que sus reformas a la seguridad y justicia, esa que nos tendría que dar mejores policías, mejores ministerios públicos, mejores jueces, está muy lejos de las expectativas creadas. Si están preocupados por la gente y la seguridad deberían, en forma ineludible, comenzar por ello. No con cortinas de humo.

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